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Categoría: Ciencia Ficción

Génesis II

Realmente nadie supo cómo empezó la guerra, una guerra ingente que pronto tomó proporciones de catástrofe mundial.
Las armas atómicas habían salido de sus silos y caído sobre muchas ciudades.
También las armas químicas y las convencionales actuaron de manera efectiva en el fratricidio. Una guerra ingente de todos contra todos. Por desgracia una guerra muy efectiva...
* * * * * * * * *
...
...
Sus pies marcaban hondas huellas en la gruesa capa de ceniza.
Eran surcos dejados por su caminar cansino. Sus cabellos largos y sucios, la barba espesa e hirsuta y sus ropas raídas, que por sí solas contarían una larga historia.
Pero esas cosas eran el menor de sus problemas; pronto serían 48 horas desde comió su última lata de duraznos. Se sabía un hombre fuerte, pero la próxima ciudad aún distaba muchos kilómetros.
Había sobrevivido de lo poco que podía rescatar en los destruidos supermercados, principalmente alimentos enlatados y agua o refrescos embotellados. Estaba harto, pero siempre era mejor eso que morir de hambre.
El mal olor y la desolación de las ciudades y pueblos por donde pasaba le oprimían el corazón. Nunca había sido una persona propiamente religiosa, aunque creía en Dios y creía que El le estaba permitiendo ser testigo del fin de la humanidad, privilegio por el cual no se sentía especialmente agradecido.
Un sordo gruñido proveniente de su estómago le recordó que tenía hambre y sonrió recordando aquellos tiempos en que podía sentarse ante una limpia mesa y comerse un buen bistek. Tan fuerte era el recuerdo que le pareció estarlo oliendo... cerró los ojos y aspiró profundamente...
Bien pronto cayó en la cuenta que no estaba soñando, por el contrario, el aroma parecía provenir de la enorme casona frente a la cual pasaba en ese momento.
Su corazón dio un vuelco de alegría. Era seguro que olía a comida y, por tanto, alguien que la preparó y que se disponía a comerla. Era obvio que no estaba solo como hasta ese entonces había creído.
En un instante cubrió los pocos metros que le separaban de la casona y tocó vigorosamente.
Silencio.
Una vez más lo intentó con idénticos resultados; excepto que la puerta giró sobre sus goznes, silenciosamente.
Entró, pero ni vio a nadie; todo se veía en orden y perfectamente aseado.
- ¡Hola! -gritó, sobresaltándose de su propia voz.
Nuevamente el silencio fue su respuesta.
Con gran cautela recorrió la parte baja de la casa, incluso donde antaño habíase localizado el jardín, sin encontrar ni una sola alma.
En la cocina, la mesa estaba dispuesta para una sola persona. Pese al hambre que tenía y a la debilidad que sentía, prefirió subir a la planta alta en busca del o los moradores de tan amplia casa.
Siete puertas encontró, pero sólo la última estaba abierta. Tras ésta, una habitación muy bien acondicionada, aunque sin lujos. Al fondo otra puerta que daba a un cuarto de baño.
Penetró a este último y, como a la descuidada, abrió una de las llaves del lavabo. Cuál no sería su sorpresa al ver salir un chorro de agua cristalina y fresca. Hízose un cuenco con las manos y bebió lo que a él le pareció el elíxir de los dioses.
No lo pensó dos veces y se metió en la ducha con todo y ropa. Fue un baño largo y delicioso, pues hasta jabón había. Antes de salir del baño le llamó la atención una navaja de barbero que, en su excitación, no había visto y, pensando en que no sabía cuándo tendría la oportunidad de volver a hacerlo, también se dio una buena afeitada.
Cuando salió del cuarto de baño le sorprendió encontrar ropa limpia sobre la cama.
Quizá lo más extraño de todo es que en ningún momento escuchó a nadie entrar para dejar la ropa que, por una rara casualidad, era de su medida.
Bajó a la cocina nuevamente, encontrando la mesa aún servida y la comida todavía caliente, como si alguien se hubiese tomado la molestia de hacerlo especialmente para él. Además, encontró una nota, escrita en una formidable caligrafía, en la que se le pedía que fuera huésped de la casa y que el propietario de la misma vendría a visitarle al correr de una semana.
Nadie la firmaba, cosa que no dejaba de ser una pieza más en aquella extraña y complicada encadenación de sucesos. Sin embargo, este incidente no mermó su apetito y comió hasta saciarse.
Una vez satisfecho, subió a la recámara y se recostó en la mullida cama, cavilando en las rarísimas cosas que estaban ocurriendo y en su no menos extraño anfitrión, que no había querido dar la cara.
Quizá todo esto no era más que un sueño y pronto se despertaría. No quería despertar.
Y sí despertó, mucha horas después. Manos invisibles lo habían arropado y cobijado.
Se levantó de un salto. No, no había soñado y sí estaba ahí, en esa casa de sucesos extraños y maravillosos.
Bajó nuevamente a a cocina con la idea de prepararse algo de comer. Nuevamente encontró un refrigerio dispuesto.
Leche, jugo de naranja, mantequilla, pan tostado y dos huevos fritos con tocino.
Comió... pero solo un bocado que se le quedó atorado, pues en su mente se hizo una luz.
¿De dónde había venido todo aquello?. Las vacas, las gallinas, los cerdos... en una palabra, toda clase de vida se había terminado en aquel holocausto del que ni las cucarachas se habían salvado. Probó el jugo. Lo degustó lentamente. No, no había duda de que era natural y recién hecho... aunque no existieran árboles de naranjas... ni de ningún otro...
Pero, para qué romperse la cabeza pensando en eso, si él bien sabía que ni había repuesta. Al menos hasta que se presentara su anfitrión y le aclarase tales cuestiones.
Y eso haría. Esperaría.

La mañana de su séptimo día en la casona se sorprendió de ver una figura que se movía en dirección de la misma.
Al verle entrar supo que se encontraba ante el señor de la casa. No hay forma de describirlo: un hombre de edad indefinida, de ademanes augustos, porte enérgico y una mirada que reflejaba una gran compasión.
Su voz suave penetraba hondo, había algo en él que hacía que el visitante se estremeciera.
- ¿Has sido bien atendido, amigo?
Aquel asintió, pero el señor de la casa prosiguió.
- Y ¿cuál es tu nombre?
- Adán -respondió.
- Adán. Qué curioso, el nombre del primer hombre... y ahora el del último. Bien, Adán, prepárate a partir pronto.
- ¿A dónde?
- A su tiempo lo sabrás.
Quería hacerle tantas preguntas y, sin embargo, su voluntad pertenecía a su ignoto benefactor y obedeció. Subió a la habitación que ocupaba y se puso ropa limpia.
Al bajar encontró a su anfitrión cociendo algo en un brasero.
Viendo entrar a Adán, aquél hombre sonrió.
- Y dime, ¿A qué te dedicabas antes del Holocausto?
- Astronauta. Cumplíamos una misión de nueve días cuando ocurrió. Mis compañeros y yo tardamos en decidirnos a bajar... murieron poco a poco a causa de la radiación. El último murió hace dos años. Desde entonces he vagado de un lado para otro, sin saber qué ocurrirá al día siguiente.
El rostro del señor de la casa reflejaba una profunda pena cuando dijo:
- Por eones lo intentaron y esta vez casi lo logran. Había tantos planes para el Hombre.
El visitante se sintió conmovido, pese a las extrañas palabras del otro, porque sentía que había algo más que no alcanzaba a comprender.
- Toma, come, que nos espera un largo camino.
Adán tomó una pequeña torta de las que se cocían entre las cenizas. Tenía un gusto a miel y almendras.
Una vez consumidos los panecillos, el señor de la casa le indicó que lo siguiera y echó a andar por el camino. Un poco sorprendido, Adán le siguió unos pasos atrás.

Pese a haber caminado todo el día, Adán no se sentía cansado, ni hambriento. Lo que sí es que nunca estuvo a menos de veinte metros de su Anfitrión, pues le costaba trabajo seguirle el paso.
Cuando cayó la noche esperaba Adán que su guía se detuviera, pero éste no lo hizo. Un ligero resplandor lo envolvía, por lo que no le fue difícil seguirle en la oscuridad.
Cuarenta días con sus noches pasaron hasta llegaron a un zarzal; ahí se detuvo y se volvió hacia Adán, quien llegó unos momentos después.
Su sonrisa amable fue lo último que vio, pues fue como si aquella energía que sentía se hubiera agotado de pronto, como en un respiro.

Hacía calor cuando Adán abrió los ojos; el sol brillaba en todo lo alto. Se levantó de un salto, sorprendido. Se encontraba en la cima de una loma y a sus pies se extendía un hermoso valle, tan lleno de flores y árboles como un jardín; con un lago y una isleta en medio de este.
Grandes cantidades de animales pastaban tranquilamente, sin preocuparse unos de otros.
Volvió la vista a todos lados buscando a su amigo y bienhechor, mas no lo encontró. Quizá había bajado al valle primero y lo estaba esperando. Loco de contento corrió hasta llegar.
Rodó por el suave pasto, subió a los árboles y comió su fruto y llenó sus pulmones con aquel aire tan limpio. ¡Parecía un chiquillo!. Todo era hermoso hasta donde su vista alcanzaba.
Algunos animales pequeños se acercaron a él tímidamente. No los conocía... pero se veían apetitosos.
El agua del lago era fresca y cristalina. Al reflejarse su imagen dióse cuenta de que estaba desnudo, pero no le importó porque... porque estaba solo.
Un enorme paraíso para él... solo.
Y lloró.
Lloró como nunca lo había hecho.
Una mano se posó en su hombro.
- ¿Te pasa algo, amigo?
Adán no se volvió, pero se sintió traspasado por la profunda mirada del hombre.
- Sé de tu pena -Adán sabía que era así-. Pronto sabrás de mí. Pronto vendré a darte más instrucciones.

Esa noche, mientras miraba las estrellas, notó que algunas no estaban en el lugar en que deberían estar. Aún más, la luna en su recorrido se veía más grande y una segunda se asomaba en el horizonte. Sin embargo, no conocía una explicación lógica para este fenómeno.

Un mes después, mientras conducía una yunta con la que araba una porción de terreno, notó que su amigo lo llamaba desde la isleta.
Desunció los bueyes y, sin pensarlo dos veces, se arrojó al agua.
Encontró al hombre apisonando un poco de tierra floja. Al llegar Adán, le dijo:
- Pronto nacerá de aquí un árbol de madera blanca. Sus frutos serán blancos también, y más dulces y deliciosos que cualquier cosa que jamás hayas probado.
- ¡Grandioso!
- No comerás de él, porque el día que lo hicieres, de seguro morirás.
Casi sin querer le vinieron a la mente los viejos versos del Génesis donde Jehová le dijo lo mismo al primer Adán, ¿o sería al segundo, o al tercero, o al milésimo...?; una corriente eléctrica le corrió la espina dorsal, haciéndolo estremecer.
- Ven, vayamos al otro lado del lago.
Cuando Adán salió del agua, se sorprendió de ver a su amigo ya en la otra orilla y sin trazas de haberse mojado. Iba a preguntar por qué, pero el otro lo atajó diciendo:
- He aquí un nuevo mundo, Adán.
- ¿Un nuevo mundo?, ¿acaso no es esta la Tierra?
- No. Tu mundo, tal como lo conocías, ha dejado de ser. Pese a mis múltiples advertencias, tus hermanos de raza lograron lo que querían: su propia destrucción. Algún día tus descendientes dirán que fuiste formado del polvo de la tierra, pero no de esta Tierra, sino de una que fue y no será más.
Adán sonrió para sus adentros.
- No te asombres de lo que dije, Adán, porque no es bueno que el hombre esté solo. Mira detrás de aquellos arbustos.
Allí donde el hombre le señalaba, Adán encontró una bellísima mujer, profundamente dormida.
Con cuidado la despertó y pareció como si el sol brillara aún más. Adán sintió en ese momento que daría todo por esa mirada.
- Toma a esta mujer en Santa Unión y enseña a tus hijo lo que deben hacer, Adán. Que deben vivir en rectitud y santidad delante de mí...
Adán lo miró. Sus rodillas se doblaron en un acto de humildad y adoración. Su mujer lo imitó, postrando el rostro hasta el suelo.
- ¿Quién eres, Señor?
- Adán, hijo mío, tanto tiempo he estado contigo y ¿no me has conocido?
El cuerpo del Bienhechor de Adán se llenó de luz, al tiempo que se elevaba al cielo.
- Yo Soy Quien Soy. Soy el Dios de tus padres. Cuida de hacer así como te he dicho. Pronto vendré a darte más instrucciones.
Y Adán y su mujer adoraron a Dios.
*****
Pero la serpiente era astuta, mas que todos los animales del valle. Acercándose a la mujer le dijo:
- ¿Conque Dios ha dicho que no coman de todo árbol que hay en el valle...?
¿ F I N ?
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