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Categoría: Infantiles

El gran Sultan

Hace mucho tiempo, en unas tierras muy lejanas, vivía un sultán cuya grandeza era tal que sus súbditos le llamaban el gran Sultán. Poseía reinos donde uno podía ver los más increíbles y raros animales, pasar del frío ártico al calor tropical, hablar con gente en más de cien lenguas. Todo lo que tenía era lo mejor y alardeaba de sus posesiones siempre que tenía ocasión.

El tiempo pasaba monótonamente hasta que llegó el día del año que más gustaba al gran Sultán, aquel en el que todo habitante de sus tierras que osase podía retarle. En las primeras ocasiones muchos incautos llegaron al gran palacio atraídos por las inmensas riquezas que se prometían al vencedor, pero en esta ocasión únicamente tres temerarios eran los retadores. El premio, cofres de oro repletos de joyas, nadie sabía cuántos, pero os prometo que yo pude ver la sala donde los guardaban y eran más de cien, más de mil, miles de cientos, cientos de miles. El castigo, pasar a ser esclavo de por vida del gran Sultán, con todo lo que esto conllevaba, al ser famoso por su altanería y tiranía.

El gran Sultán se levantó de su cama, tan desmesuradamente grande que un ejército entero podría dormir en ella, y se atavió con sus doradas prendas, que sobra decir que eran las mejores. Seguidamente montó en el corcel más rápido conocido para llegar al gran palacio. Era tal su soberbia que todas las mañanas cabalgaba del palacio de noche al gran palacio sólo para presumir de su maravilloso corcel. Una vez en el gran palacio, tomó asiento en su trono de oro para mandar pasar al primer osado retador:

- ¡Haced pasar al primer esclavo! – dijo seguro de su victoria.

Un pequeño y harapiento campesino apareció en el gran salón del gran palacio del gran Sultán, tan atemorizado que no se atrevió ni a levantar la mirada más allá de los pies del gran Sultán.
- Tú, humilde campesino, dime pues que es aquello que yo no poseo - preguntó el gran Sultán.
- El gran Sultán no posee un medio para poder surcar los aires - afirmó tembloroso el campesino.

Una gran risotada rompió el silencio posterior a la respuesta del campesino. Evidentemente era la risa del gran Sultán, el único que podía reír libremente en el gran palacio. Acto seguido señaló con su dedo lleno de opulentos anillos dorados a una de las ventanas abiertas del gran salón, a través de la cual todos sus siervos pudieron contemplar boquiabiertos a un pájaro humano, un hombre alado.

- El mago negro obtuvo el conjuro del vuelo para mí hace tiempo, por las noches sobrevuelo mis dominios para vigilar mis posesiones – afirmó orgulloso. Prendedle y llevadle con los demás esclavos, él se encargara de dar la comida a mis caballos todos los días.

Pocos castigos más duros que aquel puedo imaginar, todo el mundo sabía que el gran Sultán poseía más de un millar de caballos.

- ¡El segundo esclavo! - gritó eufórico el gran Sultán.

Esta vez un vivaz muchacho entró en el gran salón del gran palacio y, con una sonrisa pícara, se dirigió al gran Sultán:

- Lo que tú no posees ni nunca poseerás es el mar – sentenció confiado.
- ¡Cómo te atreves a dirigirte a mí en ese tono, insolente! - vociferó enfurecido el gran Sultán.
- ¿Y la respuesta, mi gran Sultán? - preguntó con una burlesca reverencia el muchacho.

Y es que el enfado no venía motivado por el irrespetuoso tratamiento que le había dado el muchacho, sino por su afirmación. Mas el gran Sultán nunca se daba por vencido y ordenó a todos sus esclavos que llenasen de agua de mar el gran salón. Miles y miles de esclavos murieron ahogados en tan grandiosa labor, pero finalmente el gran salón parecía el más proceloso océano.

- Estúpido, ¿realmente creías que existe un imposible para mí? - dijo el gran Sultán, sabedor en su interior de lo cerca que había estado de perder el reto.
- Pero el mar es libre, aquí... - gritaba el muchacho mientras varios sirvientes lo conducían a las mazmorras del gran palacio.
- ¡Calla! Tú serás quién vigile todas las puertas del gran salón.

El castigo era inhumano, el gran salón era tan inmenso como varios reinos, de hecho el gran palacio ocupaba cien reinos. Era una tarea casi imposible de cumplir y el gran Sultán lo sabía.

- Este descarado me ha enfadado, ordeno que, desde el día de hoy, el reto anual sea suspendido - sentenció todavía asustado.

Durante un año todos los súbditos sufrieron al gran Sultán, más tirano y déspota que de costumbre si era posible. Constantemente estaba enfadado, pero se convenció a sí mismo de que fue mejor suspender el reto que poder haberlo perdido alguna vez, pese a que su único entretenimiento había desaparecido. Y todos y cada uno de los días de ese año, el pequeño y harapiento campesino daba de comer a todos los caballos, estando tan fatigado y exhausto que apenas podía andar. En peores condiciones se encontraba el muchacho, debido al esfuerzo de vigilar todas las puertas del gran salón que contenían al ficticio mar parecía un decrépito anciano.

Todas las noches, mientras iba paseando tras las puertas, iba quejándose amargamente de la treta del gran Sultán, él seguía creyendo que el mar no se limitaba a una cantidad de agua encerrada, su fuerza reside en la libertad. En la noche que se cumplía un año tras el ultimo reto, el muchacho decidió llevar a cabo lo que llevaba pensando todos y cada uno de los días de su castigo. Se acercó a una de las puertas, una al azar de las miles, y la abrió. El agua del gran salón parecía enrabietada por su largo periodo de cautiverio, arrasando todo aquello que encontraba a su paso, inundando todo el gran palacio, anegando hasta el más recóndito rincón de las posesiones del gran Sultán.

Hace ya mucho tiempo que sucedió, pero cuentan que el gran Sultán murió de tristeza al regresar volando a su palacio y ver todo aquello que poseía destruido. Sin nada que poseer su vida no tenía sentido. Y así desaparecieron todas sus pertenencias; bueno, no todas exactamente, porque debéis saber que lo que vosotros llamáis coral no son mas que restos del fastuoso gran palacio del gran Sultán y probablemente el mar que baña vuestras tierras no es mas que el mar que sepultó sus dominios.

Os preguntaréis cómo yo, siendo ya viejo, recuerdo tan bien toda esta historia; yo era el tercer temerario que iba a retar al gran Sultán y estoy seguro de que ahora tendría sus cofres de oro: la modestia hubiera respondido.
Datos del Cuento
  • Autor: propropro
  • Código: 6131
  • Fecha: 30-12-2003
  • Categoría: Infantiles
  • Media: 5.65
  • Votos: 57
  • Envios: 5
  • Lecturas: 3600
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