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writingrip

WRITINGRIP
©Antonio Segovia Molina. 2001.



Estaba hasta las pelotas. No hay expresión que describa con tanta contundencia su estado de ánimo: hasta las mismas pelotas.
Los folios se amontonaban en la papelera. Al principio, si lo escrito no merecía el indulto, el papel era ejecutado por la técnica del descuartizamiento y los fragmentos depositados en la fosa común, debajo del escritorio. Esta acción requería un ceremonial preestablecido, como un movimiento ritual imprescindible en el comportamiento de cualquier creador de historias. Primero lo doblaba longitudinalmente y lo seccionaba en dos largas tiras. Cada una de ellas, previo plegamiento transversal, era nuevamente disecada y así ad infinitum. A veces incluso, para dar tiempo a que los aviones cargados de ideas y palabras aterrizasen en sus circunvoluciones cerebrales, llevaba a cabo su litúrgica ejecución, la mirada perdida en algún impreciso punto del espacio-tiempo, con unas tijeritas escolares de color verde. Pero después de tres meses vagando por un erial imaginativo, Salustio Berrocal ya no rompía los folios con su parsimoniosa lentitud, ni con su pomposo movimiento de manos: sin preámbulos ni zarandajas, los arrugaba y los arrojaba con no muy buena puntería al camposanto de su imaginación -sí, bajo el escritorio- donde, chocando con los que ya pasaron a mejor vida, rebotaban, caían al suelo y, de paso, arrastraban a tres o cuatro que permanecían en equilibrio inestable.
-Por hoy ya basta -se dijo en voz alta, a pesar de su soledad-. O me corto las venas o me doy un garbeo para aliviar mi desazón.
Lanzó una moneda al aire.
-¡Cruz! Es decir, paseo. Otra vez te has librado, Salustio. ¡Qué pena!¡Sería tan hermoso morir con la dignidad de quien se suicida! Como Reinaldo Arenas... No, mejor todavía, un harakiri (honorable y exótico) como Salgari o como Mishima... Pero será otro día: hoy ha vuelto a salir cruz.
Se acercó hasta la plaza y compró el periódico en el quiosco de Miguel. Edición vespertina. Se sentó en un banco y "hojeó" el diario, sin detenerse a leer en profundidad lo del coche-bomba en Tel-Aviv ni lo de la ablación del clítoris a niñas musulmanas en un hospital de Granada...
Y de repente, en la sección de anuncios clasificados, una palabra escrita en negrita, cursiva y mayúsculas atrajo su atención.


WRITINGRIP

Se alquila generador de historias, muy arriesgado y creativo. Altos conocimientos de Literatura Universal. Español, catalán, valenciano, gallego, euskera, bable, panocho... Pero también inglés, francés, italiano, portugués y alemán.
Garantía de éxito o devuelvo dinero.
Interesados llamar al número 665566980. (24 h.).
e-mail: writingrip@moltling.com


No podría precisar qué lo motivó a llamar. Cortó con los dedos el pedacito de hoja con el anuncio, depositó el diario en un cercano contenedor de papel y sacó el teléfono móvil del bolsillo interior de la chaqueta. Marcó y esperó.
-¿Diga? -sonó una voz masculina.
-Hola. Buenas tardes. Llamaba por lo del anuncio del periódico.
-¿Es usted escritor? -preguntó quien, a juzgar por su tono, debía ser un hombre joven.
-Ya me gustaría serlo... Bueno, lo he sido: incluso he ganado un par de premios... De poca monta, ya sabe... Pero estoy atravesando una crisis de creatividad... No me gusta nada de lo que escribo, apenas tengo alguna idea feliz y la destrozo con un lenguaje artificioso, forzado, cargado de pleonasmos innecesarios, trillados aforismos, desechables anacolutos, perífrasis rocambolescas, hiperbatones que hacen discurrir a las frases por sendas tortuosas e ininteligibles... Mi lenguaje ha perdido la frescura y la lozanía de antaño: ahora es retorcido como la raíz de las viñas, pero en absoluto tan bello -su lengua se había desatado y las palabras escapaban de su alma como el agua de la bañera por el desagüe. Al mismo tiempo se preguntaba qué diantre le importarían sus cuitas a aquella voz sin rostro.
-¿Su problema es, pues, el lenguaje? -respondió la voz integrándose en la problemática salustiana.
-No, no sólo el lenguaje: mi imaginación me ha dejado plantado, se ha largado con algún otro tipo... Seguro que ahora retoza con él en alguna playa del Caribe o de las Islas Maldivas... Incluso el acto de escribir, antes tan placentero y liberador, se está convirtiendo en una fastidiosa actividad que no abandono sólo por los compromisos que he adquirido con mi editorial: ya hace una semana que debía haber entregado un borrador de mi novela.
El interlocutor anónimo, como si fuese un confesor acostumbrado a escuchar pecados, callaba y, seguramente, asentía con la cabeza. Tras un silencio breve pero reparador y el rumor de una profunda exhalación (seguramente estaba fumando), la voz masculina del otro lado del teléfono dijo:
-Dentro de una hora, a las nueve, en la Fuente de las Ranas. ¿Le parece bien?
-Allí estaré. Por cierto, me llamo Salus...
-Piiiiiiiiiiiiiiii...


Puntualmente, Salustio se sentó junto al borde de la fuente. Una cofradía de microgotas de agua vaporizada se reunió sobre su cabello oscuro. Apenas había pasado un minuto cuando se le acercó un tipo. Un tipo corriente, casi vulgar: no llamaban la atención ni su rostro, ni su aspecto, ni su complexión, ni su indumentaria... Sólo, quizás, un portafolios de color burdeos que llevaba en su mano izquierda.
-Buenas tardes. ¿Es usted mi cliente? -inquirió con determinación, casi con insolencia.
-Creo que sí... Salustio Berrocal, para servirle -le tendió la mano y el otro la estrechó durante un segundo-. ¿Cuál es su nombre?
El hombre lo escrutó con la mirada, de arriba abajo, como el médico forense que hace un análisis previo, antes de hincar el bisturí. -Si voy a ser un personaje de su novela, debe ser usted quien me bautice.
Salustio, mitad perpelejo y mitad animado ante el chocante individuo, lo analizó visualmente mientras se rascaba la oreja, se tapaba la boca con la mano, apoyando el dedo índice en la nariz, se mordisqueaba una uña, se apretaba las comisuras de los labios con el pulgar y el corazón, adoptando su boca un gesto cómico totalmente incongruente con la seriedad de la mirada que el otro le aguantaba impertérrito. Por fin, como tomando noción de la realidad, Salustio dijo:
-Explíqueme en qué consiste exactamente su trabajo.
-Usted debe proporcionarme una identidad, un escenario, una situación... Unas mínimas premisas iniciales. Yo entraré en su historia y me desenvolveré a través de ella creando situaciones a las que ningún lector curtido podrá resistirse...
-¿Quiere usted decir que va a vivir una historia real y que yo seré el cronista? ¿Algo así como un moderno juglar que glosa el cantar de gesta de un héroe o de un villano?
-No, no... Creo que no me ha entendido. No voy a vivir ninguna historia épica real, eso podría llevar años y usted tiene que comer... -le guiñó un ojo-. No. Desde el mismo momento en que formalicemos nuestro contrato, yo pasaré a ser un personaje virtual que vive historias que sólo existirán en su imaginación...
-Perdone... No entiendo absolutamente nada.
-Es muy sencillo, no hay por medio nada de drogas psicotrópicas ni alucinógenos. Usted sólo tiene que sentarse delante del ordenador y dejar que las palabras fluyan, que la historia vaya y venga a sus dedos... Pronto se dará cuenta de que el personaje que ha creado (o sea, yo) tiene vida propia, una personalidad, una coherencia.
Salustio pensó que aquel tipo tan vulgar estaba tomándole el pelo. O que era un pobre chiflado escapado de "Las Tiesas". Pero le apetecía hablar de sus problemas con alguien.
-Bien, bien... Pero yo creo que lo más fascinante de la literatura es que permite expresarse de forma indirecta y azarosa... libre. ¿No coartará su historia mi libertad creadora?
-En absoluto. Repito que yo seré un personaje de su novela, usted será el autor. A usted corresponderán las frases memorables, el juntar palabras con armonía, la provocación lingüística... Pero no se preocupe: yo me encargaré del suspense, del escándalo, de la tragedia... También de la comedia. Verá cómo sus dedos vuelan con maestría sobre las teclas del ordenador...
Salustio, entre divertido e intrigado, sin entender muy bien aquella situación, quiso saber de la minuta.
-Cobro 2.000 euros más un 5 por ciento de las ganancias que consiga con la novela, incluidos posibles premios en metálico.
-Me parece correcto... -Salustio se había decidido a cerrar ese trato tan estrambótico-. Pero el anuncio hablaba de una garantía...
-Sí: si la novela resulta un fracaso editorial, un fiasco, le devolveré hasta el último euro.
El individuo sacó del portafolios un contrato previamente redactado. Salustio lo leyó detenidamente. Después escrutó al otro con un brillo diamantino en su mirada y, entendiendo al fin los extremos del negocio, firmó las dos copias y se quedó con una.
-Usted se llama Malcolm y tiene un cáncer en fase terminal -le espetó arrogándose el papel de cliente-. Está ingresado en un gran hospital: tecnología punta y todo eso... Está resentido con la sociedad, con la época que le ha tocado vivir, con su propia vida; es un multimillonario pero su dinero no lo va a salvar de la muerte cercana. Quiere vengarse y no sabe ni cómo ni de quién ni por qué. ¿Okay?
-Perfecto -asintió-: no le decepcionaré.
Estrecharon de nuevo sus manos y, sin mediar más palabras, cada uno se marchó en una dirección.


* * *

"Pronto, si no ocurre un milagro, estaré por fin completamente muerto. El próximo abril quizá. Tal vez en mayo. Es evidente que el año acaba de empezar, mil indicios pequeños me lo advierten. Pero ¿llegaré a San Juan?."

-¿Le parece bien el comienzo? Un buen principio debe enganchar al lector como una droga. Mejor todavía, debe dominarlo, someterlo bajo su yugo... ¿O tal vez le parecería mejor que nos situásemos al final de la acción y que toda la novela fuese un gran flash-back, un río serpenteante que se acerca inexorablemente a su desembocadura previsible, pero que recoge a su paso afluentes, vertidos incontrolados, los cuerpos de los bañistas?

-No, está bien así. Y déjese de tanta cháchara y de tanto pedir opinión o se eternizará este relato. Prosigamos.

" Sería hermoso, bien mirado, corretear otro 14 de julio tras las faldas airosas de las muchachas jóvenes, ligero el corazón y lleno de esperanzas. Si me empeño, soy capaz de llegar vivo hasta la Asunción. Pero no creo. No quiero. Este año, tres o cuatro efemérides se van a celebrar sin mí...".

-Así ponemos de manifiesto, sin lugar a dudas, que la acción se desarrollará en un lapso de pocos meses, el tiempo que me queda por vivir: conocemos el final, pero nos sorprenderá el ínterin.
-No, no hay que cerrar la puerta a un desenlace imprevisto: puede ocurrir algo en otro lugar, en otro tiempo o en otra situación que trastoque el curso de la historia.
-Estupendo, estupendo. Esto funciona. Continuemos.

"Por otra parte el año próximo habrá una nueva celebración: el aniversario de mi muerte. Se conmemorará la desaparición de un canalla... Porque eso es lo que pienso ser mientras las células en mi médula se diviertan partiéndose una y otra vez, incontroladamente: sí, seré un ser ruin y abyecto mientras haya un átomo de lucidez en mi mente".

-¡Vale! Este argumento parece vigoroso: un ser depravado, que nos merece sólo desprecio, disfrazado de moribundo lastimoso...
-No, no... Es justamente al contrario: soy un enfermo que despierta a la compasión, que me embozo con el manto de mi propia infamia. Hay una gran diferencia.
-Pero ha de ser el lector quien la descubra.
-Sí, en eso estamos de acuerdo.


* * *


-Bueno, Salustio, casi hemos terminado. Sólo resta el párrafo final. ¿Qué tal algún indicio de que, aunque mi tiempo se haya acabado, el mundo sigue su curso?
-Hmmm... Sí, me parece bien. Inténtalo por ese camino.

"Apenas puedo mantener los ojos abiertos. Sobre el asfalto ensangrentado, mientras los coches frenan bruscamente y sortean el despojo cárnico en que me he convertido, aun puedo escuchar las campanadas de una torre cercana que auguran el fin de mi protervia: una, dos, tres..."

-Hay una cierta similitud con la muerte de Gregorio Samsa.
-Es cierto, ahora que lo mencionas. Fue una hermosa muerte aquella...

"Son las cinco de la madrugada, pero casi no oigo la cuarta campanada... Ni la quinta... FIN" .

-¿Bien? -preguntó Malcolm, aun débil, mientras resucitaba.
-Bien. Muy bien.
Salustio Berrocal se repantigó en su silla giratoria, alejó los ojos de la pantalla del ordenador y, desde lejos, releyó con incontenida satisfacción las últimas líneas escritas.
-Pues aquí es donde acaba la primera parte de nuestro contrato... -dijo Malcolm, resucitando completamente.
Salustio, sin prestarle atención, pulsó simultáneamente las teclas "Ctrl" y "G" y guardó su trabajo en un fichero al que llamó writingrip.doc

* * *

Salustio Berrocal, emperejilado de pies a cabeza y repulido como un marqués, recibió con mucha dignidad el premio, el Gran Premio, por su novela "Las esforzadas muertes de Malcolm". Luego vinieron premios menores -al menos en fama, ya que no en retribución pecuniaria-.
Tanto acto social, tanta ceremonia a que asistir, tanta conferencia que dar, tanto seminario que impartir, no fueron rémora, sin embargo, para la continuidad de su producción literaria. Escribió relatos breves finamente burlescos; en sus artículos periodísticos usaba una sátira demoníaca y combinaba las palabras siguiendo una gramática empírea; su nueva e innovadora novela "Naturaleza y eternidad" ha sido y sigue siendo objeto de estudios, análisis, tesis y tratados... Muchos jóvenes escritores confesaban abiertamente que sus escritos se circunscribían al movimiento berrocalista, imperante entre la intelectualidad de la época.
El secreto de su éxito yace en el oscuro despacho del ático donde habita. El writingrip no fue liberado. Salustio, incumpliendo el contrato que firmó, mantuvo a su generador de historias esclavizado en sus ficciones, trabajando para él. De Malcolm pasó a ser Desiderio, un enamorado de las dictaduras militares; después fue un anacoreta en el corazón de Madrid... Nunca perdió la esperanza de que algún día Salustio lo manumitiese y le permitiera volver a la realidad. Pero Salustio, encumbrado y endiosado, no estaba dispuesto a renunciar a su estatus.

Hasta que, en un feliz intento de amotinamiento solitario, el writingrip comenzó la nueva novela de Salustio con esta palabras:

"Estaba hasta las pelotas. No hay expresión que describa con tanta contundencia su estado de ánimo: hasta las mismas pelotas.
Los folios se amontonaban en la papelera. Al principio, si lo escrito no merecía el indulto, el papel era ejecutado por la técnica del descuartizamiento y los fragmentos depositados en la fosa común, debajo del escritorio..."

Fue lo último que escribió Salustio: de esto hace ya varios años.
Los críticos dicen que, una vez tocado el techo de la perfección, no quiso volver a producir nada que no fuese digno de su pluma.
Él, sin embargo, decía que su generador de historias se había sublevado y sólo le suministraba argumentos vulgares y sin interés que no merecían ni las palabras que se requerían para narrarlos. No tuvo más remedio que liberarlo y saldar cuentas con él.


Antonio Segovia Molina
profsegovia@hotmail.com

Albacete, junio de 2001
Datos del Cuento
  • Categoría: Metáforas
  • Media: 6.35
  • Votos: 216
  • Envios: 1
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  • Valoración:
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1 comentarios. Página 1 de 1
Antonio Segovia
invitado-Antonio Segovia 07-10-2003 00:00:00

Si quieres leer otro cuento mío, en este mismo portal encontrarás \\\"La Modestia\\\". ¡Qué te guste! (es el cuento 334)

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