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Categoría: Sueños

laberinto azul

La cueva no se encontraba totalmente oscura, pues una luz blancoazulada iluminaba mis pasos
lo suficiente para ver el entorno.

Las paredes estaban recubiertas de rocas de un azul oscuro, de aspecto jabonoso y mis pies caminaban sobre una superficie estrecha formada de la misma roca.Del techo pendían estalactitas, que goteaban como trompas de elefantes sobre una lago profundo, quieto y transparente del que sobresalían estalgmitas que semejaban monstruos antediluvianos.

Sentí miedo, pues el silencio, la semioscuridad y la posibilidad de caer en aquellas aguas me paralizaba. Pero ya estaba allí, en medio de un laberinto sin final, sin poder adelantar ni retroceder.

Si resbalaba, si fallaba mi pie, caería al fondo traicionero del lago. Traicionero, porque arrojé una piedra que tardó varios minutos en llegar a lo más profundo, lo cual me confirmó que sus aguas eran engañosas y que el lecho de piedras no estaba tan cerca.

Unos cisnes blanquísimos paseaban su elegancia sobre la superficie del lago y parecían burlarse de mi terror, pues yo no sabía si era de día o de noche ni si alguien vendría ayudarme, a sacarme de allí.

Grité con todas mis fuerzas, pero sólo me respondieron el rebote de mi voz en las paredes, el aleteo de los cisnes, y el contínuo gotear de siglos, el reloj natural que me escupía a la cara mi prisa urbana.

De pronto, un movimiento del aire, sutil, suave, me hizo levantar la cabeza. Aguien se acercaba
! volando !. Un joven de largo pelo castaño, camiseta y jeans se posó ante mí sonriente.

No habló. Sólo me dio la mano que yo agarré con fuerza. No necesitamos hablar, pues nos entendíamos telepáticamente.Me ofrecía su ayuda para salir de la gruta.

El joven me fue guiando con sumo cuidado por el laberinto hasta llegar a la salida de la cueva. Respiré aliviada y le di las gracias. No quiso decirme quién era y yo no insistí en preguntarle.

Sacó de no sé dónde un cofrecito vaerdeazulado,hecho de la misma roca que tapizaba las paredes. Era una cajita egipcia, me dijo con el pensamiento, cerrada con llave, que debía guardar celosamente, pero nunca abrir.

Cuando quise preguntarle el porqué, me respondió con una sonrisa y desapareció como había llegado, volando, volando hacia el Sol, hasta que se perdió de mi vista.

Yo agradecía a la mañana que doraba mi rostro mientras sentía en mis manos el tacto helado del cofrecito.
Datos del Cuento
  • Categoría: Sueños
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