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Rose, aprendiz de hada

Rose era una joven encantadora. Le encantaba pasear por su ciudad buscando gente a la que ayudar. Casi siempre lo conseguía gracias a su varita mágica. Rose era un hada, un hada madrina. En realidad le hubiera gustado que sus padres le llamasen felicidad, porque eso era lo más importante para ella: ver felices a las personas de su alrededor. 

Cada atardecer, al acabar su recorrido por las calles, Rose se reunía con el resto de hadas. Se contaban sus aventuras y experiencias, lo que les había ocurrido en el día y hablaban de las personas a las que habían hecho sonreir. Una, por ejemplo, solía llevar comida, otra libros, otra llevaba ropa…. Todo eran cosas materiales. Lo que pasaba es que Rose nunca había logrado ayudar a nadie. Lo intentaba, ponía lo mejor de sí misma pero se le hacía muy complicado. Nunca había conocido a nadie que la necesitara de verdad. Solo se encontraba con niños que le pedían dinero o juguetes nuevos cuando ya tenían su habitación repleta. Ella quería dar algo importante, cosas realmente valiosas para la vida de las personas. 

Tras darle muchas vueltas, Rose encontró una posible solución. En vez de tratar de dar ese tipo de cosas, trataría de dar otras que no se pudiesen tocar ni coger en la mano, pero que para ella eran mucho más importantes. El hada pensaba en cariño, amistad, compañía, amor, diversión…. 

A un señor que se había quedado viudo y que estaba muy solo, le colocó en el buzón un folleto de clases de baile de salón. A esa persona, Rose le llevó el cariño que sintió al conocer a sus compañeros de clase. 

A otra mujer que echaba mucho de menos a su amiga del pueblo también la ayudó. En este caso, el hada usó su varita para que el coche de una señora se averiase justo enfrente de su casa y tuviese que pedirle ayuda. Con eso consiguió que se hiciesen muy amigas; de hecho hoy son inseparables. A esa mujer le llevó, por lo tanto, la amistad.

Cuando le tocó ocuparse de la diversión, el hada Rose tuvo algo más de trabajo. Se centró en un niño que se divertía tirando globos de agua a los coches desde la ventana de su habitación. Sus padres le habían dicho que era muy peligroso pero el niño no hacía caso. Así que Rose decidió darle otra alternativa de diversión: puso a los pies de su cama el juego que desde ese momento sería su favorito. Era un mikado, un juego chino de habilidad que gana la persona que mejor pulso tiene. Con este nuevo entretenimiento, el niño pronto se olvidó de molestar a los coches. 

Así, el hada Rose consiguió hacer verdaderamente felices a las personas y ella también consiguió sentirse muy feliz.

Datos del Cuento
  • Categoría: Infantiles
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