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Las gafas de Carlos

Al principio a Carlos le pareció un verdadero fastidio tener que llevar gafas. Tardó mucho en decir a sus padres que en el cole le costaba mucho trabajo ver la pizarra y que en el patio casi nunca jugaba al fútbol porque no veía la pelota cuando se iba muy lejos. Así que fue su madre la que empezó a sospechar. 

Fue un día que fueron de compras porque Carlos necesitaba un chándal nuevo para clase de gimnasia. 
- ¿Te gusta aquel, hijo? - le preguntó su madre. 
- ¿Cuál mamá? Ahí no hay un chándal, hay un señor, debe de ser el vigilante -respondió el niño confundido. 

Esa misma tarde reconoció a sus padres que le costaba trabajo ver de lejos y su padre lo llevó al oculista. El señor de bata blanca le dijo que tenía miopía y que no le sorprendía porque a muchas personas de su familia les pasaba lo mismo. "Así que tengo miopía... vaya palabra tan rara", pensó Carlos.

El primer día le pusieron unas gafas azules de pasta colgadas de un cordón para que no acabasen en el suelo. A los dos días Carlos decidió que el azul ya no le gustaba y que las quería amarillas. Sus padres entendieron que Carlos se estaba adaptando a algo nuevo, así que se las cambiaron sin rechistar y sin regañarle. 

Los primeros días en el cole con las gafas fueron raros. Estaban todavía en tercero de primaria y Carlos era de los primeros niños de su clase en llevarlas. 

Así que, durante un par de semanas, Carlos y sus gafas amarillas fueron la novedad. Lo bueno fue que pronto empezó a poder jugar al fútbol como los demás. Veía la pelota pasar y podía chutar como el mejor. 

Un día, de repente, todo mejoró aún más. Carlos llegó a clase con sus gafas y empezó a ver a sus compañeros de una forma especial. Podía verles con veinte años más. Podía ver cuáles eran sus profesiones y qué aspecto tenían como adultos. Vio a Ramón vestido como un cirujano, a Raquel como una veterinaria, a Luis como un peluquero o a Lorena como una profesora de inglés. 

Lo curioso era que, al quitarse las gafas, ya no veía nada de eso y todo volvía a estar borroso. "Qué gafas más chachis" pensó el niño, "¡son unas gafas del futuro!"

Así que aprovechó su descubrimiento y empezó a dar consejos a sus amigos. Por ejemplo, a Ramón y a Raquel les dijo que, aunque les diera pereza hacer los deberes de mates, se esforzasen porque esa asignatura era muy importante. Fue dando así consejos a todos sus compañeros hasta que llegó la hora de irse a casa. 

Allí, por la noche, cuando se quitó las gafas para ir a dormir, se lo contó a su madre, pero ésta no se lo creyó. Pero cuando a la mañana siguiente Carlos volvió a ponerse sus gafas de nuevo, sonrió aún más al ver a su madre en el futuro convertida en una ancianita feliz rodeada de sus nietos.

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