No se sentía sola en aquella isla que era su habitación, de donde no podía salir sin ayuda. Aquella isla estaba rodeada de amor por todas partes.
Había olido el perfume da las flores durante muchas primaveras. Recordaba, entornando los párpados de sus cansados ojos los calurosos veranos a la orilla del mar como si el sol aún reberberara en ellos. Volvían a su memoria los otoños dorados, sus paseos sobre una alfombra de rojas hojas que la acompañaban con una crujiente musiquilla. Y los inviernos, los frios inviernos deslizándose por la blanca pendiente helada y refugiandóse en unos fuertes brazos que la esperaban en cada descenso.
Las cuatro paredes de su habitación eran las cuatro estaciones. En cada una de ellas,las fotos y unos grandes letreros en los que había escrito el nombre de cada estación eran los dulces recuerdos que la acompaban.
No, no se sentía sola, vivía en una isla de amor redeada de recuerdos.