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La hechicera que todo lo hacía al revés

Había una vez una hechicera tan torpe que todo lo hacía del revés. Si quería convertir una manzana en plátano le salía una rana, y si quería convertir una rana en pez le salía un pedrusco. Peor era cuando quería cocinar con magia, pues en vez de calentar la comida la convertía en lodo o, aún peor, en un monstruo pringoso que la perseguía durante días.

Un día, la hechicera estaba llorando sus penas bajo un árbol cuando apareció por allí un muchacho que parecía perdido.

-¿Eres tú la famosa hechicera del bosque? -preguntó el joven.

-Sí, soy yo -dijo la chica-. Pero déjame, o te convertiré en ardilla.

-No estaría mal -dijo el muchacho-. Dicen que lo haces todo al revés, así que, con un poco de suerte, lo mismo terminó convertido en príncipe o algo así.

La hechicera cesó de llorar al instante.

-¿Te ríes de mí o qué? -dijo ella-. ¿Te piensas que por ser más torpe que un elefante con tacones tienes derecho a reírte de mí? Tal vez debería intentar convertirte en príncipe. Seguro que así acabas siendo lo más parecido a una boñiga de vaca que hayas podido imaginar.

Lejos de ofenderse, el muchacho parecía que encajaba bien la respuesta.

-Tienes imaginación, hechicera -dijo el chico-. Siento haberte ofendido. A veces no pienso en lo que digo. Creo que voy a hacer una gracia y solo consigo hacer daño. Perdóname, de verdad que lo siento. 

-Acepto tus disculpas -dijo la hechicera-. Siento haber sido tan brusca. No he tenido un buen día. ¿Qué puedo hacer, o no hacer, por ti?

-La verdad es que te buscaba para que me ayudaras a volver a casa -dijo el chico.

-¡Ja ja ja! -se rió la hechicera-. ¿En serio? ¿Qué parte de me sale todo al revés no has pillado, chaval?

-Ya, sí, lo he entendido -dijo el chico-, pero tengo un plan. He probado con todo los hechiceros, magos y brujos del mundo. Pero nadie consigue ayudarme. Siempre acabo perdido en algún lugar que no conozco. A lo mejor, ese don tuyo me sirve.

-Sí, para acabar en el fondo del mar o en el medio de una piara de cerdos -dijo la hechicera.

-¡Te noto derrotada! -dijo el chico.

-¿Eres tonto o qué? -dijo la hechicera. Aunque enseguida se arrepintió de sus palabras-. Perdona, sí, estoy hecha polvo.

-No te preocupes -dijo el chico-. Así me sentía yo antes. Ya sabes, siempre de acá para allá, sin saber nunca dónde estaba, sin encontrar una solución, y todo eso. Pero ahora me lo tomo de otra manera. Venga, escucha, ahí va mi plan.

-Te escucho -dijo la hechicera.

-Si todo te sale del revés haciendo las cosas del derecho, ¿por qué no pruebas a hacer las cosas del revés?

Se hizo un largo silencio. El chico con una sonrisa congelada en la cara, la hechicera con cara de haber visto lo más raro del mundo. Tras un rato, ella dijo:

-Pero, ¿qué dices?

-Pues eso, que pruebes a ponerte de otra forma.

-¿Cómo?

-Vamos a ver. ¿Cómo te pones para hacer los hechizos? ¿De pie?

-Sí, claro.

-¡Pues ya está! Haz el hechizo mientras haces el pino. ¡Del revés!

La hechicera se quedó muda.

-¡Venga, pruébalo! ¡Qué tienes que perder! Haz el pino y convierte esas piedras en ricas frutas, que tengo un hambre atroz.

La hechicera probó, más por que se callara el muchacho y por escuchar la llamada de su vacío estómago que por confiar en la idea. Sin embargo…

-¡Funciona! -dijo el chico-. ¡Funciona! Prueba otra vez. Convierte esos árboles en una bonita casa.

La hechicera, que aún no salía de su asombro, hizo el pino, lanzó el hechizo y…. 

-¡Bravo, amiga hechicera! ¡Vaya casa tan bonita!

-Es increíble -dijo ella-. Gracias, amigo. Creo que estoy lista para enviarte a casa.

-Estupendo. Estoy listo.

La hechicera lanzó el hechizo, pero el chico no se movió de donde estaba. Lo probó otra vez, pero nada.

-¿Qué pasa? No puedo moverte.

-Creo que lo que ocurre es que he llegado a mi destino.

-¿Cómo dices?

-Creo que tú eres lo que llevo buscando tantos años.

La hechicera lo miró, le tendió sus manos y ambos se abrazaron. Y vivieron felices para siempre.

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