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La amenaza azul

~~Ya para el año 1982, Julio creía que tenía edad suficiente para conducir la Amenaza azul, así llamaba él al más preciado regalo que había soñado toda su vida.

 La Amenaza azul; era un símil al camión de don Antonio, el vecino de enfrente. Don Antonio tenía un camión de marca Ford modelo 74. Era un camión con carrocería de madera y de color blanco, con una cabina de color azul rey que lucía en su parabrisas, un letrero blanco en letra cursiva, con fondo negro que decía: “Amenaza azul”.

Ya Julio conocía muy bien este camión, lo había visto unas veces lleno hasta el último rincón de mercancía, otras veces lo veía con muchas vacas, que don Antonio transportaba cada jueves en la mañana hacia el matadero del pueblo.

 Julio no le perdía la vista cada día al camión, se había convertido para él en una obsesión, por eso anhelaba que ese día, el más esperado en mucho tiempo, corriera rápidamente, por que pasada la noche amanecería y su sueño de tener su propia Amenaza azul sería un hecho.

 Él, había hecho todo lo necesario desde hacía bastante tiempo, con tal de poder abonar el terreno para cumplir con su sueño; además, ya tenía muchos pedidos para transportar, de los cotidianos mandados que hacía para su patrona. Así era como consideraba debía llamar a la persona que le hacía los pedidos o mandados, como solía llamarlos.

 La mañana de diciembre 25 de 1982 había llegado; Julio se levantó muy temprano para poder ver cumplido su sueño, corrió para comprobar que todo se había dado tal y como estaba planeado. Abrió de un sopetón la puerta de la habitación que escondía su preciado regalo, y, aunque incrédulo de lo que vió, debió sobar varias veces ambos ojos con sus manos empuñadas, para tratar de despertar por completo y observar semejante maravilla.
-¿Pero qué es esto… la Amenaza azul?
-!Sí¡, !Sí es¡, - Gritó de entusiasmo.
-! Mí deseo se cumplió¡, gracias, gracias Diosito, gracias - Decía una y otra vez.

 El camión que ahora tenía Julio era muy parecido al de don Antonio, la única diferencia aparentemente, era que la marca del camión de Julio no era Ford.

 -Pero el modelo si es como el de don Antonio- . Dijo Julio.

 En el capó del camión, se veía la cabeza de un vacuno, algo parecido a un toro, que seguramente era la marca de su camión. Julio la conocía muy bien; Juan su mejor amigo tenía un camión de esa marca.

-No importa que no sea Ford, se ve más potente que el de don Antonio- Pensó por un momento.

 Lo importante para Julio era que ya tenía su propia, Amenaza azul. Corrió a dar las gracias, se bañó, se puso su ropa nueva y en pocos minutos, estaba listo para salir a estrenar y dar la vuelta al barrio con la Amenaza azul.

 El mandado, no se hizo esperar, Julio escuchó cuando ya venía cruzando la esquina, un grito con tono de orden.

-¡Juuulio!, ¡Juulio!, ¡Juulio!- Llamaban en voz alta y con tono fuerte.
-Aquí está la lista del mandado, vaya corriendo no se demoré- Le decían.
-¡ Voy en la Amenaza azul!. Confirmó.

 ¡No se le olvide traer las galletas y bien envueltas, me oyó¡- Escuchó que gritaron, cuando serraba la puerta, pero en realidad no alcanzó a entender bien la última frase que le habían dicho, creyó escuchar algo como, galletas de las nuestras. A lo que pensó.

- Las venditas galletas esas nuestras, no sé por que nunca las puedo probar; pero hoy, las voy a cambiar, por unas de esas que a mí me gustan, ya se lo diré a don Ernesto- Se decía Julio.

 Tomó la lista y se fué a la tienda, al llegar entregó la lista para que don Ernesto le diera el pedido.

 Por favor me da todo bien organizado don Ernesto, que tengo que empacar las cosas en mí Amenza Azul- Dijo. Don Ernesto se sonrío tiernamente ante el pedido, miró por encima de la vitrina de su establecimiento y allá, en frente de él, estaba la Amenaza azul, la de Julio.

 Pero es igualita a la de don Antonio-Dijo
 No señor esta es mejor- Respondió Julio,
 No ve que esta no es Ford, es la del toro; si lo ve, ahí está encima del capó- señalo Julio con su mano derecha hacia fuera de la tienda, queriéndole mostrar a don Ernesto la marca potente de su camión.
 Don Ernesto soltó una carcajada y dijo; si señor ese es mejor y giro moviendo su cabeza de lado a lado y agitando su mano en signo de; que ocurrencias las de Julio.
 ¡Ah don Ernesto¡-Dijo Julio
 Las galletas esas de las nuestras me las da de último y si me las puede cambiar por unas de soda mejor.
 Don Julio se hecho a reír nuevamente. Julio no entendió por que la risa y lo miró con el seño fruncido, pensando.
-¿Y este por que se ríe, que le parece tan gracioso a don Ernesto, será lo que le digo? Se preguntó
 Entre tanto don Ernesto le respondía.
 -Las galletas se las cambio por las de soda, pero a su cliente no le va a gustar.
 - No importa- Dijo Julio.
 -Es que las quiero probar y las de soda saben mejor-
-!Ja¡, !ja¡, !ja¡ ,!ja!. Sonó de nuevo la carcajada de don Ernesto, diciéndole a Julio.
-Ya entiendo Julito por que las quiere cambiar por galletas de soda, pero es que estas…-
 -¡Don! Ernesto- Interrumpió Julio, en tono enojado por tanta risotada que no entendía.
 -No me las cambie entonces, deme de las de siempre y listo- Dijo Julio.

 Don Ernesto al sentirse regañado, no modulo más palabras y entregó a Julio la mercancía que quería. Julio empacó todo en su camión, tan organizado quedó, que no hubo campo para llevar en su camión las galletas. El arroz, el tomate, el azúcar la panela, las frutas y el resto de las cosas ya estaban ocupando todo el espacio.

-listo Don Julio ya está su pedido- dijo don Ernesto en tono disgustado.

 Y era que Don Ernesto era uno de esos viejos cansones, que se las daban de graciosos, pero a costa de los demás. Acostumbraba burlarse de todo y de todos, cuantos según él, le daban papaya para gozar, pero la respuesta de Julio no le pareció y le generó disgusto.

 Julio, dio marcha arrancando con la Amenaza azul, se dirigió a cumplir con la otra parte habitual del mandado diario. A solo una distancia corta de la tienda de don Ernesto estaba el segundo objetivo del mandado, ya lo había hecho tantas veces que ni siquiera se lo tenían que repetir, él ya sabía que tenía que hacer.

 En poco tiempo llegó a la esquina del negocio de don Alberto, parqueó la Amenaza azul, y sigilosamente se acercó a la esquina de la puerta roja de la entrada del “negocio”. El negocio era como llamaba su patrona al lugar donde trabajaba don Alberto, su marido. Era una mixtura de cosas, un sitio típico de barrio, que en el día era un cafetín, donde se hacían y vendían todo tipo de panes y alimentos típicos, pero en la noche se guardaban las vitrinas y las cafeteras, se apagaban las luces blancas para encender las de colores; en realidad no eran de muchos colores, eran solo unos bombillos rojos, azules y verdes, que siempre sostenían lámparas en la pared, estas estaban pintadas con flores de todo tipo, hasta margaritas tenían, era lo más apropiado para la decoración de bares o cantinas en la época. Así pues, el negocio era mixto; en el día era cafetín y en la noche era cantina.

 La orden de la misión como la llamaba Julio, era muy clara…

-Usted con mucho cuidado va, y, antes de entrar al negocio se fija con quién está Alberto- El esposo de la patrona, ella normalmente se disgustaba con su esposo por todo, pero lo que más la emberracaba era que llegara borracho y de vez en cuando, oliendo a pachulí de rosas o; quien sabe que menjurjes baratos de esas perras -Decía ella.

 Por eso para Julio la tarea era una misión, y se lo tomaba bien en serio, ya había recibido entrenamiento especializado de infiltración al enemigo, búsqueda de información, inteligencia, contrainteligencia, rastreo y todo lo demás, aprendido de los programas gringos que presentaban en la televisión de la época.

 Julio muy atento llegó a la esquina de la puerta con sigilo, observó detalladamente de un lado al otro, de arriba a bajo y no vió al enemigo; la “puta gorda” como le decía la patrona. Meses atrás se la había mostrado y señalado diciéndole.

 ¡Si ve esa vieja gorda y fea que va allá!, Esa “puta gorda”, es la que tiene que detallar, si la ve en el negocio me cuenta- Le decía la patrona a Julio.

 Julio al no ver a la “puta gorda”, palabras que por demás para él eran innombrables. Jamás se dirigiría así hacia una persona, para Julio las palabrotas eran pecado, y a él no le interesaba irse al infierno, mucho más teniendo ahora la Amenaza azul, para disfrutar. Por eso para él la puta gorda era; la señora esa.

 Decidió entrar al negocio, y don Alberto al verlo le dijo:
 ¿Qué hubo del camioncito dónde lo dejó, mijo?- Habló desde atrás del mostrador, donde se observaba que molía un queso para hacer los buñuelos, de esos que a Julio tanto le gustaban.

 No señor, no es ningún camioncito, es la Amenaza azul- Respondió Julio.
 Don Alberto, dejó entre ver una sonrisa en su rostro como de ternura y satisfacción por la respuesta de Julio, él sabía que para Julio ese camión, era su sueño y él había sido uno de los artífices de ese sueño cumplido.

 -Es que vengo por lo del encarguito para la patrona- Dijo Julio, en tono agudo y serio.

-¡Ja!, ¡ja!, ¡ja!, ¡ja!…-Escuchó de nuevo Julio las risotadas.
-Si señor, con mucho gustó, ya va…. -Le dijo den Alberto en tono militar, Julio ya estaba considerando un insulto, las risas constantes en la mañana, pues a cada cosa que pedía en ese 25 de diciembre, a los demás, les parecía muy chistoso. Pero en fin lo que le importaba era reportarse con la misión cumplida a la patrona, lo mejor era que no había visto a la “puta gorda” o la señora esa como el prefería llamarla, por lo cual la patrona estaría calmada y sin mal humor.

-No importa- Pensó.
-Que se rían, lo importante es que hoy tengo a mí Amenaza azul, y voy a probar de una vez por todas las galletas esas de las nuestras, que la patrona siempre pide y nunca a la hora de repartir el desayuno, se ven en el plato-

Las benditas galletas, se habían convertido para Julio en una obsesión, por que no entendía, como era que siempre llevaba las galletas, casi cada mes y no las probaba. Pensaba que su patrona era muy egoísta.

-Comerse siempre la galletas sola y no dar la probadita, que tacaña es mi patroncita- Se decía

 Al momento apareció don Alberto con el encarguito, era un paquete de cigarrillos, con un billete de 50 pesos metido entre la cajetilla.

-Corra pues mijo a llevar ese mandado, que le coge la tarde a la patrona con el almuerzo- Comentario que siguió con otra carcajada.
-¿Julio; y usted si sabe conducir bien?- Preguntó don Alberto. Julio giro la cabeza y con su seño fruncido respondió en tono airado.

-Pues claro, eso ni se pregunta- Cruzó la puerta enojado, agarró la Amenaza azul, y arrancó mirando hacia la puerta del negocio, refunfuñando y diciendo:

-Dizque si se manejar…Dizque si se manejar, pues claro que sé manejar- Decía mientras cruzaba la calle, de pronto, se escuchó un chillido estridente en la calle, como los que se escuchan cuando las llantas de los carros se aferran al pavimento en los frenones intempestivos.

 Don Alberto al escuchar el estruendo gritó.

-¡Carajo, Julio, Julio!- Soltó la maquina de moler y corrió a la calle para ver que había pasado, el cuadro fue impresionante de entrada, su corazón se sobresaltó del susto, en segundos llegó al sitio del accidente; el arroz había saltado del camión junto con el azúcar, y habían cubierto el suelo quedando de un color blanco grisáceo, al mezclarse su blanco color con el del asfalto del pavimento, los tomates destripados, sangre escurrida por todo lado, parecían los tomates echados a perder,huevos y demás cosas regadas. El pobre Julio en el suelo, estiró la mano para que la tomara don Alberto.
-Papá-, dijo Julio .

-¿Mijo, mijo, que le pasó?-En tono angustiado preguntó don Alberto

 Julio respondió, con la voz entre cortada del susto.
-Papá, usted me dijo ¿que si sabía manejar? y vea que no sé, éste me atropelló y vea Señalaba Julio con sus deditos el camión.
 Vea cómo quedó mi Amenaza azul- Don Alberto miró, abajo de las llantas del carro, que había atropellado a Julio, allí se encontraba la Amenaza azul, no había acabado de cumplir unas horas de destapado el regalo de navidad de Julio, y ya se encontraba totalmente destruido, una de las llantas delanteras del carro había pasado por encima del camioncito metálico, las llantas delanteras de la Amenaza azul, se habían despendido de la varillita de metal, que las agarraba, lo único que se había salvado, era el símbolo del vacuno que llevaba el camión en su capo, que era en realidad la marca de los juguetes más comunes de ese momento, un juguete Búfalo.

 No se preocupé mijo- Le decía don Alberto a Julio, mientras lo levantaba del suelo.

 No le pasó nada, no llore que usted es un berraco, no llore papito- Por fortuna el carro que atropelló la Amenaza azul y a su dueño, el pequeño Julio, no iba a más de 3 Km por hora, pues apenas acababa de arrancar. Julio seguía llorando, y su papá lo consolaba tratando de disminuir el susto, diciéndole que no se preocupara, que el le conseguía otro camión. Julio entre sollozos le respondía a su papá.

-No ve papá, que me toca esperar hasta que venga el niño Dios-

 -No hijo, yo se lo compro, el niño Dios que le traiga después otra cosa- Julio se agitó de nuevo y volvió a llorar, cuando al dar la vuelta para ver el estado de la Amenaza azul, se dió cuenta que las galletas también estaban debajo de una llanta del carro, y se había roto el paquete. A lo que dijo llorando de nuevo.

-¡No papá, si ve, si ve…! Hoy que le iba a pedir mi mamá, que me diera la prueba de las galletas de las nuestras y esas se rompieron véalas- Don Alberto, giró su cabeza para mirar la galletas de que hablaba Julio, y al verlas soltó de nuevo una carcajada, diciendo.

-Hijo; no sea bobito, esas no son galletas para comer, son toallas higiénicas nosotras, para las señoras, y no se comen, se ponen. ¡Ja!, ¡ja!, ¡ja!, ¡ja!, ¡ja!.-

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