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III - Mis experiencias

El otro día, Roberto, se enfadó conmigo porque publiqué que se bebía mi pipí, y por eso no quiere corregirme más escritos. No obstante su enfado, es buen chico y sigue enseñándome el español. De ahí, que me haya comprado un programa de traducción y ortografía inglés-español y espero que lo que escribo lo entendáis, aunque la sintaxis no resulte muy correcta.
Sigo con mis experiencias.
La norma más importante de la secta, viene concebida en su propia denominación: abnegación. Es decir, sacrificarse por servir a otro. De ahí, que cualquier miembro de la secta estaba obligado a cumplir las necesidades de todo orden que le fueran pedidas por cualquier otro. Nada de particular tenía que, desde que nací, contemplase la function como lo más natural del mundo. En más de una ocasión, cuando mi llanto se hacía insoportable, acudía cualquiera de los que estaba presente y me ponía en la boca su linga, en sustitución del habitual chupete. Y recuerdo que me gustaba tanto su satinado roce, que enseguida callaba.
Al cumplir los nueve años, el Padre Máximo hizo que mamá y yo compartiéramos su lecho, si como tal cabe considerar la tela sobre el duro suelo en donde nos acostamos los tres. Indicó a mamá que era hora de que me preparase para la iniciación, que debía celebrarse al año siguiente. Primero debía aprender a manejar todos los complementos que forman la boca para accionarlos de forma satisfactoria sobre el linga masculino. Encargó a mamá me diera una lección práctica actuando sobre el suyo. Y mamá, con gran maestría y aplicación, se esmeró en la labor que yo debía aprender a realizar con la lengua, pasando la suya una y otra vez a lo larga del linga del Padre Máximo, que se había puesto dura y apuesta para la demsotración. Después de pasarla varias veces por todo el perímetro, se puso a chupar los testículos, uno tras otro, hasta que los tuvo bien masajeados. Y subiendo de nuevo por el fuste, se introdujo todo el linga, cerca de veinte centímetros, en la boca, sin que se atragantara. El Padre Máximo, en cuanto su linga se vio tan gratamente aposentada, empezó con gran ímpetu a entrar y salir en aquel reducto cálido y estrecho, que debió considerar maravilloso, porque al cabo de pocos instantes, lanzó todo su jugo en la boca de mamá, según lo demostraba el cremoso compacto que se escapaba por sus comisuras.
Otro cualquiera, después de gozar de forma tan elocuente, se habría desmoronado. Pero el Padre Máximo, como ser superdotado, y para nosotras sobrenatural, no podía claudicar ante un sólo embate. Y sin que su linga se mustiase o decayese en absoluto, hizo que yo imitase la labor de mamá, a lo cual me avine con inmenso orgullo y gozo, por lo que suponía de distinción entre todos los acólitos. Con la práctica que a lo largo de todo lo que llevaba de vida había adquirido con las sustituciones del chupete infantil, me esmeré en el trabajo, y cuando más entusiasmada estaba, el Padre Máximo se quejo de que sólo metía en la boca un cacho de su linga, mientras mamá la metía toda dentro. Entonces mamá me enseño la posición que debía adoptar la laringe en relación con la boca, y que pasada la primera arcada que se producía al introducirse el linga en la garganta, luego ya ésta se acostumbraba y se podía resistir sin ningún esfuerzo. Probé de nuevo, y aunque sentí de momento vómito, luego me atemperé perfectamente a las emboladas que el Padre Máximo disparaba sobre mi laringe.
En esta labor el Padre Máximo me tuvo entretenida mas de diez minutos, hasta que sacando su linga de mi boca, me exigió que preparase la yoni de mamá con mi lengua, lo cual hice con el amor y aplicación que os podéis imaginar. Cuando los primeros quejidos placenteros salieron de la boca de mamá, el Padre Máximo me retiró de un manotazo, y procedió a la function con mamá, viendo yo como su largo linga entraba en la yoni bien lubricada con mi saliva. Cual no fue mi sorpresa, cuando el Padre Máximo hizo me pusiera en posición para él pasarme la lengua por la linga y el ojete del culo, en cuyos estrechos receptáculos procuraba introducir la punta, sin lograrlo, pero produciendo en mí tal placer, que al poco no pude resistir y pregone el orgasmo con un grito que resonó en la bóveda inmensa de la cueba-templo donde estabamos refugiados.
Así acabó mi primera lección para la iniciación anunciada.
(Continuará)
Parvati
Datos del Cuento
  • Autor: Parvati
  • Código: 1895
  • Fecha: 01-04-2003
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 6.62
  • Votos: 97
  • Envios: 0
  • Lecturas: 9015
  • Valoración:
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
Instructor
invitado-Instructor 01-04-2003 00:00:00

Parece que el enfado de tu amigo no te afectó.Ya antes te había preguntado dónde uno se hace monje de esa secta, que está muy buena. Saludos.

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