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En el asilo de ancianos.

Era un domingo de una tarde de verano. Mi amiga tenia a su madre recluida en un asilo de ancianos debido a su edad, casi 100 años y por su trabajo no la podia tener en su casa y darle el cuido que ella requería. Yo le habia prometido a mi amiga qué un día de estos iria a visitar a su madre al asilo, yo le tenia mucho cariño, años atrás ella me recordaba, hablaba conmigo y me contaba historias bonitas sobre su vida, su juventud, la ciudad donde nació y se crió, y lo que más le gustaba, bailar, eso me gustó, porque a mi me gusta bailar. Aunque los bailes de su tiempo y la música eran muy diferente a los de ahora. También me contó qué trabajó muy duro para ayudar a su marido con el sostén de la casa, porque eran muy pobres. Mi amiga fue la única hija qué tuvo. Ella siempre la cuido hasta qué debido a su avanzada edad, con dolor en su alma, decidió ponerla en ese asilo de ancianos, ademas tenia qué trabajar. Ese día fui a visitar a mi viejita,( asi yo le decia) Subí a su cuarto y no la vi. Pensé qué a lo mejor se la llevaron al comedor a comer, aunque eran las tres de la tarde y además ella casi no se podia mover de su cama. Miré por todos los cuartos del piso y no vi a mi viejita. Me estaba poniendo nerviosa. Me acerqué a la estación de las enfermeras y le pregunté a una de ellas por mi viejita. Cuando me preguntaron por el nombre completo de ella, yo le dije, y entonces ella lo más tranquila me dijo, "ella murió hace una semana, si lo desea puede hablarle a su hija." ¡Dios mio como me dolio su muerte!! Pero más me dolió el qué mi amiga no me llamara para decirme que su madre habia muerto, ella sabia cuánto la queria. Hubiera ido a su funeral y la hubiera llorado, aunque tuviera casi 100 años y ya descansaba en paz, pero habia sido una persona muy buena y dulce, y me habia querido mucho. Sentí coraje y una tristeza en mi alma. Cuando salí afuera para irme a mi casa, decidi calmarme un poco y me senté en la salita donde se sientan los viejitos a conversar o a mirar el qué entra y sale. Habian cómo cinco viejitos allí, pero me llamó la atención una viejita qué se parecia mucho a mi difunta viejita cuándo estaba más joven. Aquella anciana tendría unos ochenta u ochenta y tres años. Yo estaba triste y mis ojos estaban llenos de lágrimas, pero al ver a aquella anciana tan solita en aquella esquina y muy triste, me limpié mis lágrimas y fui a sentarme cerca de ella. Ella me sonrió y me preguntó qué a quien habia venido a visitar. La señora hablaba muy bien, no parecia estar enferma, tenia una bata sencilla y unas sandalias con unas medias baratas. Su pelo un poco largo y blanco cómo la nieve. Eso si, estaba bien peinada y tenia lapiz labial en sus labios, de un color rojo claro. En sus ojos ya marchitados por los años se le notaba una gran tristeza. Esa anciana me conmovió tanto qué mis lágrimas comenzaron a brotar de nuevo. Le dije, mientras cogia su mano arrugada y la estrechaba con la mia, "Me recuerda usted mucho a mi viejita. Vine a visitarla hoy, pero llegué tarde, ya mi viejita se fue para siempre de aqui." Ella me miró por un momento, para despues decir, "¿Murió verdad? No llores hija, por lo menos alguién se acordaba de ella y venian a visitarla. La envidio, ella está ahora en un sitio mucho mejor qué éste. Yo no tengo a nadie, llevo aqui tres años y nadie me visita. Fuí una mujer con suerte, tuve un gran marido y un solo hijo. Cuando mi esposo falleció me dejó todo, nunca nada me faltó mientras él estuvo con vida. Al morir él hace ya cinco años, perdí todo. Mi hijo ya casado y con dos hijos, me quitó todo lo qué mi esposo me dejó, no se conformó con lo qué ya tenia, qué era mucho. Me quedé solamente con mi casa y aunque pobremente, pero estaba feliz en ella y sentía la presencia de mi querido esposo en esa casa, seguía acompañandome, a pesar de haberse ido. Pero hace tres años mi hijo y su esposa me dijeron qué yo no podia seguir viviendo sola, qué iban a vender la casa, me iban a meter a un asilo para qué me cuidarán y yo tuviera compañia." Yo escuchaba con mucha atención, el relato qué aquella pobre anciana me contaba. ¿Cómo era posible Dios mio qué un hijo fuera asi de malo con su propia madre? Esa pobre mujer qué lo trajo al mundo y sufrió sus enfermedades y sus penas. Me parecía injusto por lo qué esa pobre anciana estaba pasando. En un asilo de ancianos, pudiendo estar en su casa, donde era feliz con el recuerdo de su adorado esposo. Siguió conversando y de eso ojos tristes y cansados comenzaron a brotar lágrimas de dolor.

"Le supliqué a mi hijo qué no vendiera la casa. Yo no estaba enferma, ni estoy enferma hija. Gracias a mi Dios soy una anciana saludable. Solo tengo los achaques de mi edad, pero eso es normal. Yo no queria venir aquí, queria estar en mi casa, yo podia valerme por mi misma, no necesitaba ayuda de él, ni de su esposa, ni de nadie. No estaba sola, Dios estaba conmigo y el alma de mi esposo allí se habia quedado para seguir cuidandome y protegiendome. Miraba su foto y parecía qué estaba al lado mio. Todavia tenia fuerzas para cuidar a mis nietecitos, pero ni mi nuera ni mi hijo los dejaban conmigo. No pedia qué fuera todo el día, solo de vez en cuando por una o dos horas. Ellos me querían y les gustaban las galletas y los dulces qué yo les hacía. Pero mi hijo no escuchó mis súplicas y me vendió mi casa y todo lo qué en ella habia. De eso hace tres años hijita, el tiempo qué llevo aquí en esta jaula sin salida. No ha venido a verme, no se nada de él, ni de mi nuera y menos de mis dos nietecitos. ¿Y sabes algo hija? No le guardo rencor, al contrario, lo extraño mucho al igual a mis nietecitos. Hija, daría hasta mi vida por volverlos a ver.¡Cómo me gustaria qué fuera él el qué estuviera aquí sentado conversando conmigo!!" No pude contenerme, abrazé a aquella pobre anciana y le di muchos besos. Ella llorando también me beso y me abrazo, diciendo: " Hija, cuánto le he pedido a Dios por un momento asi, por sentir un beso y un abrazo aunque fuera de alguién desconocido. Dios ha oido mis ruegos, eres un ángel qué Dios me ha enviado."

Antes de irme, le prometí a aquella venerable anciana qué nunca la iba a olvidar y qué vendría a visitarla todos los días para charlar con ella y verla feliz. Le hice prometerme qué nunca más le queria ver sus ojos tristes y con lágrimas, porque ya jamás volveria a estar sola. Ella cumplió su promesa y yo la mia. La iba a visitar todos los días cuando salía de mi trabajo, conversabamos, ella hacia chistes y yo me reía con ganas, al igual ella reía despues de tres años que estuvo sin reir. Ya su carita no estaba triste y ya no estaba sentada sola en aquella salita. Para las navidades me la llevaba a mi casa, y la sacaba a las tiendas, al cine y a pasear. Era mi mejor amiga, mi madre, mi abuela. Había perdido a mi viejita, pero Dios me habia regalado otro amor muy puro y muy sincero, una ancianita llamada Angelica, y a la qué ya yo queria mucho y extrañaba su compañia. Una tarde caminaba por el parque con mi amiga y madre, Angelica, de pronto veo a mi amiga. Hacia tiempo no la veia. Vino donde mi, me saludó y mirando a mi amiga Angelica, dijo: "Amiga,¡qué mucho se parece esa señora a mi madre cuándo era más joven! ¿Es familia tuya?" "Si, - le dije - es mi amiga y también es cómo mi madre. La quiero mucho, cómo también quise a la viejita tuya." "Si, lo se- dijo mi amiga - perdoname por no haberte avizado cuando ella murio" Ya todo estaba olvidado, la perdoné, pero juré qué ya nuestra amistad no sería igual, porque todos pudieron darle el último adiós a mi viejita, menos yo qué la queria tanto. Ahora tengo una amiga de verdad, sincera, buena, dulce y tierna. Nunca supo de su hijo, se olvido completamente de ella, pero con mi amistad, mi cariño y mi compañia logro mitigar ese dolor qué poco a poco estaba quitándole la vida.
Datos del Cuento
  • Categoría: Hechos Reales
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