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El sastre alegre

Había una vez en un pueblecito costero un alegre sastre que cosía cantando todos los días con la ventana abierta de su taller. Los habitantes de su pequeño pueblo se sentían alegres por oírle todos los días comenzar así de contento. Pensaban que era el trabajador más feliz del lugar por cantar todo el día, incluso cuando caía la nieve del más crudo invierno.

Encima del taller del alegre sastre vivía un rico banquero que estaba admirado de que con tanta miseria pudiera estar siempre tan contento cantando. Un día decidió ir a su banco y sacar un montón de monedas que guardó en una bolsita de tela azul. Caminó de nuevo hacía su casa y antes de subir llamó a su vecino y le preguntó:
- Sastrecito, sastrecito. Permítame una pregunta. ¿Gana suficiente dinero al año para vivir?
- Es tan poquito señor que ni lo cuento, la verdad. Pero el dinero que trae pan y permite vivir un nuevo día no se debe desagradecer.

La humildad del sastre y su sonrisa tocó el corazón del banquero que le entregó al sastrecillo la bolsa de tela azul diciéndole:
- Buen Sastre, tome de mi parte esta bolsa con cien mil monedas y guárdelo con cuidado para una necesidad.

Nuestro sastre le dio las gracias creyéndose poseedor de repente de todas las riquezas del mundo. Guardó en su salón el oro debajo de un azulejo y desde ese momento decidió pasar tres meses sin coser. Al día siguiente ya nadie cantaba en el pueblo.

Pero a partir de ese momento, no sólo el pueblo se volvió triste sino que el miedo a que le robaran el dinero empezó a quitarle el sueño y la alegría al sastre y perdió la tranquilidad porque pasaba el día pensando en qué gastar las monedas. Las inquietudes se convirtieron en las fieles compañeras del pequeño sastre. 

Mucho antes de que terminaran los tres meses de descanso del sastre, éste acudió a casa del banquero y le dijo:
- Muy agradecido le devuelvo sus monedas. Deseo que la tranquilidad y la felicidad vuelvan a mi casa y si algo he aprendido es que las riquezas sin esfuerzo no dan la felicidad.

 

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