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El príncipe vanidoso

Había una vez un príncipe muy presumido que solo se preocupaba de lucir una hermosa melena y endurecer sus abultados músculos. El rey, su padre, le insistía para que estudiara, leyera y aprendiera cómo funcionaba el gobierno. Pero al príncipe todas esas cosas le daban lo mismo. 

-Hijo, algún día serás rey, y de nada te servirá tener un pelo bonito y cuerpo escultural si no sabes gobernar -decía el rey a su hijo, un día tras otro-. Tienes que hacer otras cosas, además de peinarte y levantar pesas.

Pero el príncipe todo esto le entraba por un oído y le salía por el otro, mientras se miraba en el espejo y contemplaba lo guapo que era.

Un día el príncipe se dio cuenta de que su padre tenía razón en una cosa: tenía que hacer algo más. Lo que hacía no era suficiente. Y entonces empezó a correr para ganar agilidad y resistencia.

-¡Qué voy a hacer con este muchacho! -se lamentaba el rey.

El tiempo pasaba y el príncipe seguía a lo suyo, sin preocuparse del reino de su padre, a pesar de que el rey era ya mayor y pronto tendría que cederle la corona a su sucesor. Todo iba bien hasta que un día el jefe de la guardia real dio la voz de alarma. El castillo iba a ser asaltado.

-Hijo,corre y escóndete en el bosque -dijo el rey-. No vayas por donde puedan verte. Cuando estés salvo debes organizar el rescate del castillo y recuperar el trono. Yo ya soy viejo para huir. Vete y recuerda tu deber.

El príncipe huyó y corrió. Pero estaba acostumbrado a correr por los caminos, donde todos podían admirarle al pasar, al internarse en el bosque se tropezó una y otra vez, y su pelo y sus hermosos ropajes se enredaron entre las ramas. 

Quiso esconderse, pero tenía tanto miedo que decidió buscar alguna aldea donde ocultarse. Pero estaba tan sucio y tenía las ropas tan rotas que nadie le reconoció. Y, confundiéndolo con un mendigo, nadie le dio posada. Así que no le quedó más remedio que buscar aceptar un trabajo en una cuadra para poder conseguir un lecho de paja en el pasar la noche y algo caliente para comer.

Días después, el jefe de la guardia, famoso por ser un gran explorador, encontró al príncipe y le ayudó a organizar un pequeño grupo para recuperar el castillo y la corona. Al príncipe no le quedó más remedio que confiar en el jefe de la guardia, un hombre leal que le ayudó hasta alcanzar su objetivo. 

Después de aquello el príncipe fue coronado rey y, aunque siguió preocupándose por su aspecto y su forma física, nunca más volvió a desatender sus deberes como monarca de su pueblo. Al fin y al cabo, una cosa no está reñida con la otra, como el joven rey se encargó de demostrar siendo el mejor gobernante que ese reino había tenido jamás, además del más guapo y el más fuerte, como no podía ser de otra manera.

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