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El niño zanahoria

Sergio era un niño pelirrojo que tenía el pelo totalmente naranja y el cuerpo lleno de pecas y por eso todos lo llamaban ‘el niño zanahoria’.

Le daba mucha vergüenza enseñar su pelo o su piel, así que se escondía detrás de unas gafas enormes, de un gorro y de un montón de ropa para que nadie lo viese.

Aun así, todos los niños se burlaban de él y, su mejor amiga, que se llamaba Irene, siempre le decía:

- ¡No les hagas caso! ¡Cada uno es como es! ¡Y tu eres genial!

Un día, el profesor sacó a Sergio a la pizarra para explicar un tema de biología.

- ¡Qué bien! ¡Es mi tema favorita! – pensó Sergio.

Pero, cuando empezó su explicación, unos niños empezaron a burlarse de él y, se avergonzó tanto que no fue capaz de terminar.

Sergio se fue a casa muy triste. Tan triste que cuando llegó a su habitación comenzó a llorar y gritar con rabia:

- ¡¿Por qué?! ¿Por qué tengo que ser pelirrojo? ¡Preferiría ser cualquier otra cosa en el mundo antes que ser pelirrojo! 

De repente, la habitación se llenó de humo y Sergio escuchó una voz que decía:

- Si no aprendes a quererte y valorarte a ti mismo tal y como eres, serás siempre una zanahoria...

Sergio dejó de gritar y llorar y empezó a vueltas como loco por la habitación para ver quién había dicho eso, pero allí no había nadie.

Salió de allí y, al mirarse en el espejo, no podía creerlo. ¡Se había convertido en una zanahoria de verdad! 

Se encerró en su habitación y se lamentó día tras día. No quiso salir de allí hasta que su amiga Irene fue a visitarlo preocupada.

- Pero, ¿Qué te ha pasado? – le preguntó al verlo.

Sergio, entre lágrimas, le explicó todo.

-¡Eso te pasa por cabezota!, ¡Estoy harta de decirte lo especial y genial que eres pero tú me haces ni caso! – le dijo Irene.

Sergio se dio cuenta de que su amiga Irene llevaba razón y pensó que quizá no debería dar tanta importancia a lo que dijeran los demás. El solo quería volver a ser un niño normal, aunque fuese pelirrojo. 

De repente, la habitación se llenó de humo y de nuevo voz le dijo:

- Has aprendido la lección Sergio. Da igual si eres pelirrojo, rubio o moreno. El color del pelo y de la piel no es tan importante. Tienes que aceptarte tal y como eres. 

Y así fue. Sergio aprendió la lección y, desde ese momento, nunca más se escondió bajo sus gorros, su ropa o sus gafas y, mucho menos, se avergonzó de ser quien era.

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