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El metro

Barbara viaja semi-arrullada por el rítmico ruido que hacen los bagones del metro mientras recorren a toda velocidad las vías subterraneas de la capital española, que como arterias vitales atraviezan las entrañas de Madrid. Hace un esfuerzo enorme por no dormirse. Intenta inutilmente concentrarse en el capitulo número tres de su libro, pero la cadencia del viaje y el calorsito del bagon atestado de personas la mesen. Es la hora pico y en cada estación suben más de los que bajan, todos vestidos en sobrios tonos neutros, con la mirada perdida en los pensamientos y la nariz roja se dirigen a casa tan cansados como ella, después de un largo y frío día de enero. Lo único que la mantiene despierta, es la corriente fria que en cada estación se cuela al abrirse la puesrta del bagon .

El camino es largo desde la estación Alonso Martínez hasta Canillejas, y esta noche el cansancio lo hace eterno. Se da ánimos para permanecer despierta repasa de nuevo el último párrafo el cual ya había leído un par de veces sin comprender bien a bien de lo que trataba pues el cansancio le pesa tanto que su cerebro se niega a similar cualquier información. Al llegar al estación Diego de León se sintió obserbada, no le extraño pues bien sabía que su sweater azul cobalto contrastaba con los tonos neutros de los demás pasajeros al igual que el tono apiñonado de su piel destacaba ante la palidez de los que la rodeaban. Miro a un lado, luego al otro para retar al interesado fisgón, pero nadie parecía prestarle atención. Al volver a la lectura su mirar se topó con unos profundos ojos negros que la miraba fijamente. Barbara desafiante, lo miro de frente, como diciendo "te pille", él disimulando estar distraído para ocultar la vergüenza dirigió la mirada al vacío obscuro de la ventana. Algo indignada por el incidente y más despierta que nunca Barbara retomó su lectura. Pero dos estaciones más tarde sintió de nuevo que la recorrían con la mirada. Bajó el libro y sin pensarlo retó abiertamente al insistente "miron". Pensando que él volvería a evadir su mirada permaneció mirando y fue entonces cuando reparó en las largas y negras pestañas que se enfilaban directo a los ojos de Barbara como tupidas flechas de cupido. Barbara le sostuvo la mirada al atrevido hasta que éste sentado justo al frente de ella la rindió al sonreír timidamente. Esa simple mueca fue suficiente para que a Barbara se le turbara el alma, claramente distinguió la señal de "alerta" en la boca de su estomago. Nerviosa bajo la mirada y abrió el libro en cualquier página fiengiendo interes.

Intrigado por el cambio de actitud de Barbara el chico siguió mirandola. Mientras tanto ella se debatía entre el deseo de seguirle el juego al desconocido y su instinto de sobrevivencia. Sentido duramente agudizado por su última relación amorosa. Vividamente recordaba la primera vez que vio a Manuel “el difunto” como Barbara le llamaba para no decir su nombre desde que decidío no volver a permitir que la lastimara. Esa la punzada aguda en la boca del estomago que le anunciaba problemas, le dío el día que Manuel chocó con ella en uno de los pasillos de la escuela, esa misma punzada que sentía cada vez perdonaba los desmanes de su querido “difunto”. La punzada de alerta no empezó con Manuel esa señal de alerta se remonta a su niñez cuando descubrió a Tere "la secre" en brazos de su héroe personal, quien después de todo resultó un hombre lleno de defectos y que encima le ponía los cuernos a su mamá.

-Que más da, resolvió animáda seguir con el juego. ¿Qué de malo abría en un filtreo más o un filtreo menos?. Sin pensarlo más bajó el libro y devolvió la mirada embozando una picara sonrisa. Estaba convencida de que su seductor compañero de viaje se bajaría en cualquiera de las siguientes estaciones, dejando le la autoestima y el ego por todo lo alto. El bagon se iba vaciando poco a poco sin que Barbara se percatara pues el juego de miradas la envolvían en una vertiginosa sensación de…
Datos del Cuento
  • Categoría: Urbanos
  • Media: 5.43
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