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El Espantapájaros y su amigo

En un granero muy grande ocurrían las mismas cosas todos los años, nadie, ni siquiera el dueño del granero, que se llamaba Lucas, sabía a ciencia cierta que era lo que ocurría; al fin de cuentas poco le importaba, ya que su cosecha la recogía siempre con éxito, mientras el resto de sus vecinos, que también tenían graneros y también tenían sus propios espantapájaros, sufrían cuantiosas y constantes pérdidas en sus cosechas, porque bandadas de aves se comían los granos.

El señor Lucas se sentía feliz por la exitosa labor que desempeñaba su espantapájaros, el cual él mismo había construido algunos años atrás.
Al finalizar la cosecha, el señor Lucas desarmaba cuidadosamente el espantapájaros y lo guardaba en un cajón de madera donde descansaba después de su larga jornada en el campo.

El dueño del granero había construido muchos espantapájaros en su vida, pero ninguno sobrevivía a la siguiente cosecha, todos quedaban destruidos y maltrechos que era inútil volverlos a utilizar, ya que el trabajo de reconstrucción era mas costoso que construir un nuevo espantapájaros.
Este espantapájaros ya había sobrevivido a doce cosechas y continuaba en perfecto estado de conservación, que con apenas algunos retoques lograba quedar listo para su próxima jornada. Un día el señor Lucas, debido a la continuidad del espantapájaros decidió llamarlo “eternidad”.

Cuando se reunían los dueños de los graneros vecinos, hacían largas tertulias y conversaban sobre el éxito y fracaso de la última cosecha, el señor Lucas atribuía su éxito al misterio de “eternidad” y todos sus amigos lo miraban incrédulos y se reían entre ellos, sin siquiera imaginarse que “eternidad” era el muñeco espantapájaros que el señor Lucas sembraba en medio del campo para proteger su cosecha.

Todo comenzó el día en que Lucas construyó a “eternidad”, su construcción fue realizada una tarde que el tiempo estaba nublado y se anunciaba temporada de lluvia, entonces con las herramientas en mano y los materiales necesarios, aquellas hábiles manos del Señor Lucas dieron vida a “eternidad”, un muñeco espantapájaros de madera y tela con un pequeño sombrero de paja, y un pequeño motor eléctrico colocado en su espalda, lo cual le permitía agitar sus brazos al viento para ahuyentar a las aves.
Mientras la construcción se realizaba paso a paso, una pequeña avecilla que venía de regreso a su nido, se sintió atraída por el ruido del serrucho y observó desde la rama de un árbol cercano toda la construcción del muñeco. Cuándo el señor Lucas se retiró a descansar dejó el espantapájaros ya construido, encima de la mesa, con la intención de colocarlo en el campo a la mañana siguiente.

El avecilla no podía salir de su asombro y para satisfacer la curiosidad decidió bajar para ver de cerca aquella obra de arte.
- Cómo te llamas? Le dijo el espantapájaros al avecilla, tan pronto se le acercó
- No tengo nombre, sólo soy un ave que come granos, vivo en éstos lugares y tengo un nido con tres pichones.
- Que buscas aquí?, fue la segunda pregunta que formuló el espantapájaros
- Por estos alrededores sólo busco alimentos para mis hijos, sólo que estoy esperando que llegue el tiempo de cosecha.
- Por lo visto falta poco, le dijo el espantapájaros, ya en tono amistoso
- Y tu que haces allí echado?, preguntó el avecilla
- Debo impedir que las aves se coman lo granos del granero, esa es la misión que me han encomendado, siento decirte que no podrás alimentar a tu cría con los granos del campo donde yo estaré.
- Pero tú eres un muñeco sin vida y sin movimiento?
- Pero nadie lo sabe, los ahuyentaré por medio del miedo y el engaño.
- Pero yo observé tu construcción y lo haré saber a cuanto pájaro llegue por estos campos
- Entonces yo fracasaré en el logro de mi misión y seré destruido al finalizar la cosecha
- Hagamos un trato, le dijo el avecilla, en tono conciliatorio, si me dejas tomar los granos que necesito para alimentar mi familia te ayudaré a que cumplas exitosamente tu misión.
- Y que harás para lograrlo?, preguntó el espantapájaros con timidez
- Tengo un plan, pero no puedo revelártelo hasta que hagamos el trato
- Esta bien, trato hecho!, dijo el espantapájaros al ver que no tenía más opción.

Al día siguiente el señor Lucas Tomó su espantapájaros y lo instaló en medio de aquel inmenso granero, con la esperanza de una buena cosecha.

Al llegar la temporada de recolección, las aves que sobrevolaban aquel lugar huían asustadas sin ni siquiera tener tiempo de arruinar la cosecha, ya que un espantapájaros que no tenía vida, parecía tenerla cuando agitaba sus brazos al viento; y una pequeña avecilla que tenía vida, parecía no tenerla, mientras yacía a escasos metros del espantapájaros cómo si hubiese sido él quién le hubiese dado muerte por atreverse a invadir aquellos lugares.

Esta historia se repetía años tras años, y “eternidad” seguía en su amistad con aquella avecilla, la cual alimentaba a su familia con el consentimiento de su amigo, y la misión del espantapájaros resultaba un éxito porqué los granos que ellos consumían eran tan pocos que no mermaban de forma alguna la cosecha, y el señor Lucas no se daba cuenta de aquel trato que dos amigo hicieron en una mesa de madera una tarde nublada, donde sellaron para siempre una gran amistad, brindando fortuna y felicidad al dueño del granero.
Datos del Cuento
  • Categoría: Infantiles
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2 comentarios. Página 1 de 1
maritza vazquez
invitado-maritza vazquez 27-02-2005 00:00:00

Felicitaciones al Sr. Alejandro Díaz, es un hermoso cuento, sencillo, ameno y sobre todo hermoso.Debo decir que me conmovio por su frecura y en verdad es LINDO. Me gustaria compartirlo con un grupo de jóvenes a los cuales doy clases. Gracias, sigan enviando cuentos de este estilo

jorge amando vazquez
invitado-jorge amando vazquez 26-02-2005 00:00:00

Gracias por tu interés en ayudarnos a comprender que la amistad es un lazo de contrucción así como el trabajo en equipo. Si fuera posible que tu mismo nos regalaras una conclusión a la historia para que fuera más propia. A mí se me ocurre decir que la amistad construye, la enemistad destruye... aunque sea consechas gracias. jorge amando

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