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Doña Carmen

~Estoy mirando el mar, desde esta sólida casa, desde la solidez de mi vieja vida, desde la más sólida de todas las soledades. Me apoyo en el bastón, aún para estar sentada y mi mano tiembla un poco. Lo extraño es que no quiero morir, estoy estacada por los recuerdos.
Siempre quise detener el tiempo, no permití que la vida fluya espontáneamente, planifiqué mi destino y no me salió tan mal. Sólo cometí un error ¡ Cómo se me ocurrió que nuestro hogar, nuestro pétreo, inamovible hogar, debería estar frente al mar!
Mañana, quince de Mayo, cumpliré ochenta años. Alicia vendrá como todos los días a hacer la limpieza y seguramente me traerá una torta de cumpleaños, ella era así. Nunca la entenderé; la risa fácil, los músculos de su rostro distendidos, la picardía con un dejo de promiscuidad en su mirada. Ella, que sola enfrenta la vida, con hijos pequeños, pobres, sin grandes aspiraciones, sólo sobrevivir día a día, me traerá una torta de cumpleaños, me lo había prometido. No alcanzo a comprender esa generosidad.
¡ Ochenta años! y estas olas que golpean tan fuerte sobre la playa. Siento que se roban la arena y la esperanza de ver a mis hijos. Les di amor, el amor más fuerte que puede dar un ser humano, mi propia vida. No tuve ilusiones personales, no me dejé llevar por una gran pasión, no les faltó nada. Quizás no tuvieron muchos mimos, pero no había tiempo para eso. ¡ Tenía tanto trabajo!. Cuando Helenita y Patricio eran pequeños les intrigaba saber que existía más allá del mar, entonces paraba un momento mis quehaceres domésticos y les explicaba en forma de cuento, la existencia de otros pueblos, de selvas, de bosques, de montañas nevadas.
Mi marido murió hace muchos años, mis hijos se fueron más allá del mar, a conocer otros paisajes y esos pueblos que yo les relataba en su niñez, pero sé que volverán. Esta casa es para ellos, es de piedra sólida, mis nietos correrán por sus playas y se acurrucarán al lado del hogar cuando el viento sople muy fuerte.
No me doy cuenta del paso del tiempo. Puedo estar horas, quieta, recordando, veo un resplandor rojizo en el cielo seguro vendrá tiempo ventoso. Me acostaré sin comer, a esta edad ya ni hambre se tiene.
A la madrugada Doña Carmen se despertó asustada, era la primera vez que sentía miedo por el ruido que producía el viento. Se escuchaban las olas, bravías como nunca, golpear sobre la playa. Se tapó más y se alegró que pronto pasaría la noche, Alicia llegaría por la mañana temprano. Las olas bramaban cada vez más fuerte y el viento soplaba como si miles de cuchillas afiladas hubieran sido lanzadas a infinita velocidad.
Por la mañana el sol salió protector, resplandeciente. El mar planchado, unas tímidas olas llegaban a la costa y luego se diluían con movimientos apenas perceptibles. Sobre una larga y ancha extensión de la playa sólo se veía el desierto de arena, lejos muy lejos, el horizonte. Luego nada...nada...nada.

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