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Categoría: Hechos Reales

Besarabia

Hasta el día de hoy no había podido hacer el testimonio de mi vida, hasta hoy no tuve la valentía de enfrentarme a la verdad, hasta el día de hoy he llorado cada día, hasta hoy no había encontrado el valor. Recordar es sufrir, y vivir otra vez los recuerdos es algo que hasta el día de hoy no me había atrevido, no lo había logrado, no lo hubiera soportado.
A esta altura de mi vida, no puedo esperar más. Si no lo hago ahora mismo, no sé si tendré tiempo para hacerlo. Sé que es la deuda que tengo que pagar antes de ir al encuentro con nuestros mártires sacrificados en el holocausto. Son verdades vergonzosas que pertenecen a la historia humana. Las vidas de los nuestros sacrificadas no pueden perderse en vano, deben servir para que el mundo cambie, decía mi hermana en la víspera de su muerte, para darnos ánimos.
Como se puede explicar que intelectuales, gente aparentemente normal, se convirtieran en criminales, sádicos, dementes, en bestias humanas. Quién nos puede decir por qué mataron a gente inocente, a mujeres y niños. Seguramente ellos desconocían lo que significa una madre, un padre, un hijo o un hermano. Con ellos la muerte era segura, estaba presente en todas partes, no había escapatoria. No sabíamos dónde, cuándo y cómo, pero ellos sí.
Nacida en el mismo pueblo que mis padres Bertiujen, ellos tienen una nacionalidad y yo otra, ellos hablaban un idioma y yo otro. La primera guerra mundial modificó las fronteras entre países. Mis padres en Bertiujen hablaban ruso, a mi me tocó hablar rumano. La sed de expansión, de grandeza, de poder, es algo cuya repetición cíclica conmociona a la humanidad. Dirigentes políticos arriesgan a sus pueblos, sólo para satisfacer sus ambiciones personales injustificadas.
Mis abuelos paternos y maternos, tenían diez hijos cada uno, estábamos residenciados en Soroca, éramos una gran familia industrial. De mis abuelos paternos mis padres habían aprendido a trabajar el trigo, teníamos un molino y dábamos servicio a otros pueblos, de los abuelos maternos, mi papá y su hermano mayor heredaron los conocimientos de la almazara, extracción del aceite; sembrábamos girasol y también trigo, y entre la familia cuidábamos la granja, nos especializábamos en la cría de ovejas, luego cardábamos la lana, vendíamos la leche y los quesos.
En Soroca se respiraba cultura, teníamos muchos colegios, uno de ellos era un colegio judío y era tan grande que incluía un liceo. El gobierno daba escolaridad gratuita, se encargaban de que recibiéramos una buena educación. Cada familia era una industria en potencia, bien sea por el gobierno con su política educativa o por los mismos conocimientos transmitidos por la familia. La fe en Dios quedaba demostrada con las dos sinagogas y las tres iglesias, una católica, otra ortodoxa y una tercera protestante.
Eramos cuatro hermanos, dos hembras y dos varones. Mi tío, hermano mayor de mi padre quién era su socio, tenía la misma cantidad y proporción de hijos, vivíamos juntos, eran el uno para el otro, los lazos de hermandad que les habían inculcado mis abuelos, los practicábamos a diario entre nosotros primos y hermanos. La belleza de la familia, era su unión.
Luego de varios días de conferencias entre mi padre y mi tío, este último tomó la decisión de viajar a Israel, la situación de los judíos en toda Europa comenzó a empeorar, él tuvo la suficiente intuición como para prever lo que ninguno de nosotros veía. A sabiendas de que dejaba todo, de que no tenía garantías de lo que encontraría, en 1.938 hace alía, viaja a Israel y con el tiempo monta un molino que todavía hoy sus nietos lo trabajan.
Los rumanos comienzan hacer sentir su antisemitismo, primero fueron gestos, muecas, luego palabras, acciones. El invierno de 1.939 no viene solo, una noche por demás fría, estando reunidos en la casa, oyendo la radio, nos enteramos que Berlín, había firmado un pacto de no agresión con los rusos. Era lógico pensar que si Hitler tenía como ambiciones el apoderarse de toda Europa, por el momento lo conveniente era no incluir a los rusos en la pelea. Para tener libre el camino oeste, a fin de invadir a Francia (Ese pacto se rompería un año más tarde). Así, sin necesidad de guerras, pasamos a formar parte y a depender nuevamente de Rusia.
Los ejércitos alemanes fueron ocupando paulatinamente Polonia, Checoslovaquia, Dinamarca, Noruega, Bélgica, Holanda, Luxemburgo y Francia, igualmente Rumania, Bulgaria, Yugoslavia, Grecia, Hungría y atacaron a Rusia, y desde el continente bombardearon sin parar a Londres.
Regresando al año de 1.939, llegaron los rusos, nos quitaron todas las propiedades, no por el hecho de ser judíos, era la política socialista que estaban implantando, pero ellos respetaron nuestras vidas. Ya sin propiedades, salgo a buscar y consigo trabajo como profesora de rumano para los rusos. A mi padre se lo llevan los rusos a Chisinev, lo utilizan como maestro supervisor de molinos de trigo. Poco a poco vemos re transformar al país, por doquier se veían avisos motivando a la gente el uso del idioma ruso, después nos obligaban a estudiar ruso, fue una incursión programada, pacífica, pero logrando sus objetivos día a día.
Pasa todo un año, los alemanes entraron en Soroca, fue una ocupación sin oposición. De los alemanes era de esperar, la ambición desbocada no estaba saciada. Los alemanes empiezan a recoger a los judíos sin importar si eran ricos o pobres. Primero los metían en las cárceles y luego los mandaban a Rusia a Transnitria. Nosotros pudimos antes de que los alemanes llegaran, escaparnos a Odessa, donde fuimos bombardeados día y noche por los alemanes,
Nos habían rodeado por tierra y por mar, no teníamos escapatoria. Otro invierno inclemente, fuera de nuestro hogar y con la familia dispersa, mi padre seguía con los rusos, no sabíamos de él, llega el verano de 1.941. Los alemanes entran en Odessa. Nos llevan a la cárcel, luego, separan a los hombre para un lado y para el otro a las mujeres con los niños. A las mujeres y a los niños nos mandan a nuestras casas, a los hombre los dejan detenidos en la cárcel.
Entramos a la casa y nos encontramos que los vecinos nos habían desvalijado los muebles y otras pertenencias que teníamos, mamá quién había escondido nuestra vajilla de plata, sale a negociar parte de las piezas por comida para nosotros y para mi cuñado Idale que habíamos dejado en la cárcel. Cocinamos lo adquirido, saciamos el hambre de dos días y salí con la vianda llena para mi cuñado. Me sentía orgullosa de poderle llevar comida, estaba segura que lo agradecería. Al llegar me encuentro con los soldados ebrios, estaban celebrando, me enteré por ellos mismos que habían matado a los hombres, los habían desaparecido y lo celebraban. Los encerraron en un establo les lanzaron granadas y los reventaron. Fue su primer crimen a nuestra familia, mataron a mi cuñado Idale Grimberg.
Sentí una atrición, como si hubiéramos pecado y fuera un castigo de Dios. Pensar que ayer dejamos vivo a mi cuñado con más de mil hombres y hoy al igual que los demás estaban muertos. Ningún ser humano es capaz de cometer tal masacre y luego celebrarla. Necesitaba algo en que asirme, no podía perder la fe ni la esperanza, mi familia requería de todas mis fuerzas, no podía mostrar mi acobardamiento, no podía debilitarme.
Por su experiencia con los molinos y en ahechar el trigo, los rusos se habían llevado a mi papá a Rusia para que los entrenara en estos menesteres, para ellos eran doblemente importante además de estratégico. Sus conocimientos en época de guerra eran vitales, les ayudó a mitigar un poco el hambre y el hecho de estar en ese momento en Rusia fue lo que le salvó la vida en esa oportunidad.
Pasa toda una semana todavía estamos en el luto por mi cuñado, cuando los rumanos por ordenes de los alemanes nos recogen y nos llevan a una aldea en las afueras de Odessa primero, Slobodca, luego, Nicolaevca y por último Saharovca. Es el final del año 1.941, el mundo cristiano celebraba en ese momento la Navidad, mi hermana en medio de todo el dolor reinante, sin ningún tipo de ayuda, da a luz una niñita, de alguna forma siente compensación con la pérdida de su esposo. Durante todo el año nos tratan como azacanes, como a animales, nos obligan a trabajar duro, primero a sembrar en unos campos, a limpiar cultivos en otros y a cosechar en aquellos cuando era el momento, nos agusanábamos, el escorbuto comenzaba a asomarse en la gente, la falta de alimentos se reflejaba en cada uno de los nuestros. Viendo que no podíamos seguir así, tomé una determinación, mi familia no moriría de hambre, no, no mientras yo estuviera viva.
Terminado un día de trabajo, venían los jinetes con sus caballos disparaban a veces al aire a veces contra nosotros, muchos de los nuestros, se lanzaban en busca de la balas, ya no podían soportar más, luego, nos regresaban a los colhose, eran una especie de casas de vecindad en la cuales nos metieron. Esa misma noche antes de que nos recogieran del campo, me escondí y esperé hasta tarde a que se hubieran marchado, cuando me aseguré que ya no había nadie, me acicalé, me despegué la maguén David y lo que se me ocurrió fue ir al hospital a pedir trabajo, una enfermera me hizo preguntas; mis papeles, mi nacionalidad, mi dirección y otras más, le dije que los había extraviado, cuando supo que hablaba ruso, obvió los requisitos, me colocó en la cocina y me encargó de la limpieza de la misma.
Me vi como ratón cuidando queso, sacié toda el hambre que tenía, trabajé hasta que la última persona salió de la cocina, ya sola, recogí todas las sobras, sabía que a estas no las echarían de menos y a mi familia le serían de gran utilidad. Las sobras de alimentos cuando el hambre es verdadero se convierten como por arte de magia en manjares. Cada noche les llevaba la comida y me regresaba a dormir en el hospital. Pero una noche al llegar ya no estaban, los habían llevado a otro pueblo, el colhose estaba muerto, vacío, mi corazón, también.
Quería morir, en ese mismo instante sentí que había perdido a mi madre, a mi hermana con su hijo y a mi hermano con catorce años que aún no había hecho su bar-mitzva. Levanté los ojos y pedí, me llevara con mi madre y mi hermana, en ese instante comprendí que la única forma era ya no regresar al hospital sino por el contrario busqué otro colhose en donde hubieran judíos y ahí me hospedé, implorando me ocurriera lo mismo que a mi familia, o que pudiera seguirlos en caso de estar aún con vida. A la mañana siguiente nos ordenaron que nos preparáramos, íbamos de Slobodca a otro pueblo llamado Saharovka, donde empezó el camino de la muerte.
Fue en el invierno de 1.942 llevaban a mi madre, mi hermana mi sobrino y a mi hermano de Odessa a Saharovka, el frío no amainaba, en plena oscuridad de la noche los hacían caminar para no levantar sospechas, para no dejar testigos y depurar al grupo, de enfermos, de ancianos y de débiles. Durante este trayecto, por el frío, el cansancio y el hambre mi madre, ya no soporta, cae desmayada y al poco rato muere. La desesperación de mi hermana no tiene límites, por un lado siente primero que me había perdido, luego pierde a mi madre, sin posibilidad de ayudarla y más tarde se le desaparece mi hermano Motale, en vano ella lo busca, desesperada, cansada, agotada. Se ve sola, por su bebé, continua en el camino de la muerte.
Apenas dos días me separaron de la travesía de los míos, pude revivir el sufrimiento, tuve el tiempo de pensar como ellos, el dolor en mi corazón no mermaba, me sentía responsable por haberlos dejado solos en el colhose. Luego mi conciencia se tranquilizó, de no haberlos alimentado, hubieran muerto mucho tiempo atrás. Al llegar a una aldea, nos detenemos, logro reencontrarme con mi hermana, me entero de la muerte de mamá y de la desaparición de nuestro hermano, lloramos, rezamos, nos abrazamos y a Dios nos encomendamos.
En la ciudad de Odessa, una familia judía que había perdido a su hijo, al ver a nuestro hermano con cierto parecido al de ellos, lo llaman, lo acarician le piden permiso, para tocarlo, le dan sus bendiciones, lo besan y le obsequian una chaqueta de lana muy bonita. Se veía que debería haber sido comprada en la capital, por su belleza, y porque ademas tenía la espalda combinada con piel, esto era algo no visto en los pueblos. En la vía cercana al campo en el que estábamos trabajando, de repente pasa a nuestro lado un muchacho con la chaqueta de nuestro hermano, lo detenemos, le preguntamos que como la había obtenido, y él todo asustado nos contó que la había encontrado al lado de un desfiladero, dijo que había mucha ropa ahí y como si nosotras supiéramos de lo que estaba hablando, nos dijo que la encontró en el sitio en donde fusilaban a los judíos, que como ellos ya no la podían usar, la tomó para sí. En el mismo camino de la muerte, de Odessa a Saharovka también perdimos a mi hermano, con apenas edad para jugar, edad para aprender, edad para hacer su bar-miztva.
Mi padre mientras tanto se había escapado de Rusia con el fin de econtrarnos, primero nos buscó en Odessa y al no hallarnos, en su desespero arriesgó su propia vida y se fue caminando a Soroca en donde los alemanes lo ponen preso. tal vez por el sufrimiento o quizás por la carga emotiva, o simplemente por el esfuerzo infructuoso de la caminata larga y arriesgada en busca nuestra, papá cae enfermo de tifus dentro del campo de concentración en la ciudad de Soroca y por la falta de alimentos, la falta de medicamentos y la falta de consuelo, muere, sin saber que sus dos hijas aún vivían.
Los alemanes, nos hacían trabajar como esclavos, durante el verano nos usaban en trabajos forzados y cuando ya no nos necesitaban en el invierno simplemente nos mataban. Es el verano de 1.943 Mi hermana no tenía con qué amamantar a su bebé, por no comer, se le secó la leche, la bebé lloraba sin parar, cada vez mas alto, ella la acurrucaba la protegía lo mas que podía, pero no lograba calmarla, sus necesidades eran otras, era alimento lo que le hacía falta. Luego de unas horas de camino el bebé ya no lloró más, ella pensaba que se habría quedado dormida. Sin habla me quedé cuando me le acerqué a ver a la bebé, no, ya no lloraba, hacía horas que había muerto y mi hermana no lo sabía.
Nos llevan a mi hermana y a mi a un pueblo llamado Saharovca de nuevo otro colhose, es el verano de 1.944. En el pueblo hay una herrería cuyo dueño al saber de mis conocimientos del ruso, me solicita como ayudante de herrería y consigue que los alemanes me permitan trabajar. El se encargaba de reparar las herraduras de los caballos y de las mulas, era un buen herrero y un buen hombre, comienzo a manejar el soplillo. En verdad, no me necesitaba, creo que fue su aporte el tratar de salvar por lo menos una vida.
El pasado era una repetición del presente, al igual que en nuestra historia judía, en la época de los egipcios fuimos un pueblo esclavizado, ahora con los nazis de una manera más cruel, los hechos se repetían. Desde este trabajo logro alimentar bien a mi hermana con lo que me dan, poco a poco se va recuperando, las huellas del hambre comienzan a desaparecer en su rostro, su lozanía anterior retorna a su graciosa figura, nuestros corazones comienzan a hablar del futuro, planeábamos para las dos un futuro mejor, nos imaginábamos a la una con la otra por siempre, de alguna manera nos dábamos fuerza.
En ese mismo verano en Mostovoy, llega de Bucarest un convoy de judíos ricos, se notaba por las pertenencias que poseían, cada uno tenía varias maletas. Ese era el botín deseado por estos maniáticos, con sus cuentos y falsas promesas de libertad los habían embaucado. En la creencia de que podrían negociar su libertad, estos cargaron con sus pertenencias más valiosas. Pero con estos degenerados no se podía hacer tratos, en su afán de no compartir su botín, tenían que desaparecer a los cuerpos.
Bajo engaño, entran sin protestar a un establo y como no eran suficientes o quizás para justificar el mismo hecho, traen a los judíos residentes del colhose en donde se encontraba mi hermana, a ella inclusive, lleno el establo, lo rocían con gasolina y lo prenden, así mataron a mi hermana, la quemaron viva. Yo me salvé por estar trabajando en la herrería, los alemanes no se dieron cuenta de mí. De nuevo por un mísero botín para unos pocos, se pierden muchas vidas invalorables para toda la humanidad.
Fue la última matanza colectiva en Veresovka., La guerra terminó, me encuentro en Mostovoy, los supervivientes de mi pueblo somos escasamente veinte niños huérfanos. De más de cien mil judíos, sólo veinte. Y me pregunto, ¡oh mundo!, ¿por qué? por qué una injusticia tan grande contra mi pueblo.
Sentir la vida, vivir la muerte, tener una gran familia y perderla, acaso sería una profecía. Siendo parte del pueblo escogido, me siento que sólo a mi me escogieron. De toda una familia tan maravillosa, tan unida y grande, de todo un pueblo, culto y respetuoso, era a mí a la que tenían que poner a prueba.
Muchas veces me he preguntado si hice todo lo correcto, sí velé lo suficiente por el bienestar de los míos, creo que me hubiera sido más fácil que otro y no yo, hubiera sobrevivido. Pero aquí estoy, sin mi familia, quedé sola, yo no lo escogí y no sé si me escogieron, pero el mundo debe de saber lo que nos pasó, debe de conocer a los protagonistas de esta barbarie, debe de comprender que estas vidas sacrificadas no se pudieron perder en vano, que sí servirán para que el mundo cambie, que sienta y proteja por igual a toda la especie humanana.
Datos del Cuento
  • Categoría: Hechos Reales
  • Media: 5.43
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