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Categoría: Misterios

Ananai beyán, ananai beyán...

Tal como le había enseñado su padre, diariamente Julio iba hasta la puerta del inmenso y abandonado castillo, y oraba.

Muchas veces la duda y el cansancio por estar arrodillado orando le hacía pensar sí lo que hacía era anormal, pero algo extraño a él lo empujaba a continuar y dejar de lado cualquier otro pensamiento.

Su padre, poco antes de morir le hizo jurar a Julio que diariamente fuera al viejo castillo y orara en su puerta durante una hora. Aun joven y lleno de pesar por ver a su padre agonizante le hizo la extraña promesa y juró cumplirla hasta el final de sus días.


Cuando el muchacho iba a su trabajo, en el mercado del pueblo, mucha gente le miraba de manera extraña. Julio parecía advertir que no deseaban su amistad. Ël era joven, callado y de buen corazón, por lo que asumió la soledad con tranquilidad. Su familia le pedía que dejara de cumplir aquella extraña promesa que le hizo a su padre, pero él no les escuchaba; por ello, el pueblo y su familia le miraban como a un demente, un místico o un extravagante de ideas subliminales.

“Algún día entenderé lo que encierra mi consagración”, pensaba constantemente el muchacho mientras trabajaba en el mercado como cargador de frutas y verduras a los negociantes mayoristas.

Cada mañana antes del alba, el cacareo del gallo le despertaba y recordaba su promesa y obligación. Y cada mañana se levantaba, se bañaba en el río y salía corriendo hacia el viejo castillo. Llegaba a la puerta y de rodillas repetía mentalmente las palabras que su padre mencionó en su oído al momento en que soltaba su último aliento: “Ananai Beyán, Ananai Beyán….”…

El tiempo continuó su marcha como molino de trigo, cargando y moliendo la vida de los habitantes del pueblo, hasta que un día bajaba hacia el pueblo una lujosa corte seguida por su escolta. Todos los pueblerinos quedaron pasmados al ver que la corte se detuvo en mitad de la plaza central, bajando una bella princesa acompañada de su sequito real, preguntando por la dirección del castillo de los sagrados muros grises.

Nadie supo que contestar pero uno de ellos recordó el viejo castillo donde Julio iba diariamente a orar, y les contó acerca de un castillo abandonado que se encontraba en las profundidades del bosque a casi medio día de camino…

La princesa al escuchar la dirección del lugar, se encamino sin perder un segundo… Todo el pueblo la vio partir junto a su corte y escolta en dirección al bosque. Entonces, mucha gente del pueblo pensó: “Oh, seguro que es la heredera de aquel viejo rey que desea volver a ocupar su lugar en el pueblo, en su reino…” Otros pensaban: “Sí, seguro que es la última descendiente del rey; aquel, que nos cuentan nuestros antepasados que llevó a nuestro pueblo en una poderosa región… Volverá la abundancia, las fiestas, la alegría… Sí, y todos saldremos de esta miseria…. “

Por ello mucha gente se encaminó tras la corte de la princesa. Cuando llegaron al bosque muchos de los que les siguieron pensaron que era una locura y volvieron a sus miserables casas en el pueblo. Sólo unos cuantos continuaron tras los pasos de la princesa y su escolta.

Cuando al fin llegaron al castillo, encontraron al borde de la puerta a un anciano. Era Julio, que tuvo que dejar su morada para continuar con su promesa. Ocupando el borde de la puerta del castillo para dormir. Y los frutos del bosque para alimentarse… La princesa bajó de su carruaje escoltada por su escolta y se dirigió hacia la puerta del castillo de los sagrados muros grises. Se paró al lado del anciano y, sin despertarlo, exclamó: “¡Ananai Beyán, Ananai Beyán!, una y otra vez lo repitió…Alimentando de vida con su voz todos los muros del castillo. Haciendo que un resplandor acudiera a su llamado bajando de los cielos, y limpiando todo el pasado e impurezas que empañaba el castillo.

Cuando el anciano Julio despertó vio a la princesa, al castillo de los sagrados muros grises con un brillo semejante al sol. Se paró con las pocas fuerzas que tenía y de rodillas se puso a orar, repitiendo en silencio el mismo: “ananai beyán….” Luego, levantó los ojos llenos de lágrimas y se postró ante la princesa, y besó sus pies…

La poca gente del pueblo no podía creer aquel milagro, pero no atinaron a decir palabra alguna, tan solo se quedaron mirando aquel escenario, viendo como la bella princesa cogía a Julio el anciano y lo llevaba al interior del castillo de los sagrados muros grises, ante el cuidado de toda la escolta que no dejó que nadie se acercara al interior del castillo, por ello, todos aquellos que siguieron la corte de la princesa fueron persuadidos por la escolta para que regresasen a sus miserables hogares.

A la mañana siguiente muy temprano, todo el pueblo se encaminó hacia el castillo de los muros sagrados, pero cuando llegaron sólo encontraron a un anciano muerto en la puerta del viejo castillo abandonado. Era Julio que dormía para no despertar más. Cuando el pueblo se acercó al anciano, nadie pudo dejar de admirar aquel rostro luminoso como la plata y con una sonrisa de paz…

Desde aquel día, mucha gente del pueblo diariamente camina hacia la puerta de viejo castillo y todos juntos se ponen a repetir una y otra vez unas extrañas palabras: “ananai beyán, ananai beyan…” ; mientras recuerdan aquella luminosa sonrisa de Julio el anciano…



Joe 01/08/04
Datos del Cuento
  • Autor: joe
  • Código: 10719
  • Fecha: 03-09-2004
  • Categoría: Misterios
  • Media: 4.75
  • Votos: 40
  • Envios: 0
  • Lecturas: 3773
  • Valoración:
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