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Categoría: Románticos

AMORES EN LAS ALTURAS

Comentario del autor: Drama fuerte con algunas situaciones sacadas de la realidad

El mes anterior el alcalde les había advertido a aquellos jóvenes cazadores, cuando vinieron de la capital con sus uniformes raros y sus armas modernas, que podrían cazar madams zagás, palomas, perdices y aves silvestres a excepcion de las ciguas palmeras cuya caza estaba vedada por disposición del gobierno central. No obstante la promesa dejaron medio bosque colmado de los cuerpecitos despedazados de las pobres avecillas, lo que puso en peligro su propio cargo. Esta vez han vuelto y el Alcalde sabe que no le ofrecerá la confianza que depositó en ellos aquella vez, por eso las lentes de sus binoculares observan cautelosamente a los que ahora apuntan sus largas escopetas sobre aquella Ceiba gigantesca donde las ciguas juguetean inocentemente. --Si disparan, son prisioneros del municipio, reflexionaba, preocupándole igualmente que el popular Ramón, La Cigua pudiera estar efectuando su acostumbrada siesta vespertina en alguna rama de aquel árbol.

Apretaba las ramas de aquel árbol con toda la fuerza campesina de sus 10 años, ayudando a su padre en el arreo del arado para abrir los surcos donde sembraban los productos agrícolas para la subsistencia de la familia. Las gotas de lluvias tenían el grueso y la fuerza terrible de la tormenta tropical que se acercaba; los vientos huracanados lo ladeaban de vez en cuando pero la firmeza con la que sus manos se aferraban a los ramadales de aquel árbol lo mantuvo sin caer. Estaba empapado y sus dientes sacaban sangre de sus encías por la potencia que ejercían sus músculos fruto del frío. Cuando la tormenta amainó podía bajar pero no lo hizo, era un orgullo extraño, podía desde aquella altura observar a su padre y hermanos oteando el horizonte, buscándolo.

Don Juanico le había llamado la atención por una cuestión sencilla y él se había trepado instintiva y sigilosamente al árbol en signo de protesta, él era un “señorito” enamorado y en tal sentido no le podría perdonar a su padre reprenderlo frente a Lila la chiquilla a quien en las noches le tarareaba canciones de los mexicanos Pedro Infante y Jorge Negrete, y le leía las poesías románticas de Neruda, de SONI y de Pilarcecilia. Allá arriba en la copa de aquel árbol sentía libertad, una libertad que equivalía a un reproche contra la conducta de su padre, sin embargo al ver desde su ángulo privilegiado como el río crecía y de que manera los arroyuelos se agitagantaban, saliéndose de sus cauces y adelantándose peligrosamente hacia el caserío donde moraba quiso bajar, pero ya los vientos del huracán que había llegado habían empezado a golpear los árboles con su fuerza temible. Su voz de advertencia, al ver como la riada se acercaba, se ahogaba con el silbido estremecedor de los vientos, con el estruendo de la propia inundación que en su precipitado avance traía consigo árboles enteros arrancados por los vientos, desechos y animales ahogados en un ruido infernal que combinado con los rayos, truenos y centellas que rompían el horizonte y carbonizaban los árboles circundantes parecía que provenía del propio infierno. Era tarde.

El poblado entero desapareció antes sus ojos aturdidos. Su familia no existía, su casa tampoco, Lila pudo haberse salvado porque su familia vivía en los villorrios del cerro donde está la vieja escuela, fue su única esperanza y resignación. Desde aquel día nefasto los pocos sobrevivientes conocidos no volvieron a llamarle Ramón, le apellidaron “la cigua” no se sabe si por haberse salvado gracias al árbol o si porque a partir de ese día construyó sus viviendas, como un tarzán moderno, en los árboles más alto. y allí descansaba, vivía y dormía.

A pesar de su extraña vivienda llevaba una vida normal, se bajaba temprano de su árbol, recogía sus aperos de labranzas y juntos a sus ayudantes agotaba el jornal entero de trabajo, los Sábados en la tarde reposaba en su árbol y en la noche salía con los amigos a ofrecer serenatas a las enamoradas, los Domingos se iba a la bodega y jugaba dominó, bailaba, escuchaba incansablemente en la vellonera su melodía preferida “Por si no te Vuelvo a Ver, del colombiano Víctor Hugo Ayala, y se enamoraba más que ningún otro hombre en los poblados de la sierra, algunos le apellidaban la Cigua Enamorada, -aunque en sus adentros sólo existía una mujer, Lila- y gustaba, a todas las campesinas a quienes les fascinaba aquel hombre de ojos tristes y cuerpo musculoso que dormía y descansaba en la cima de los árboles y Lila no era la excepción, pero Lila era casada y no estaba en disposición de abandonar las comodidades y seguridades de su hogar para irse a vivir en la extravagancia de un “hogar en las nubes” como orgullosamente llamaba Ramón a sus moradas de los árboles.

Y fue Lila precisamente quien, al igual que el Alcalde vio a aquellos hombres apuntando sus armas hacia el lugar donde Ramón dormía su siesta de los sábados y alertó a su esposo, quien le prohibió advertirle a la “Cigua” del peligro inminente de perder la vida. Lila como toda mujer residente en los campos dominicanos atendía los requerimientos de su esposo como si fuera una orden militar, pero esta vez no, se abalanzó hiriéndose con los alambres de púas que cercaban su casa e inició una carrera alocada hasta la lejana Ceiba donde se imaginaba que dormía la Cigua, tenia que salvar su hombre prohibido. Raymundo, su esposo, tomó su escopeta, la rastrilló y no lo pensó dos veces, se encaramó en lo más alto de la Ceiba del frente de su casa y desde allí apuntó a su mujer en movimiento, --si le avisa muere, –o él o yo, o ninguno- se dijo y la sonrisa malévola del hombre celoso dominicano cuando ve el fracaso de su rival se dibujó en sus labios. Estaba dispuesto a dispararle a Lila si por su culpa se salvaba la Cigua.

Lila llegó tarde, a través de los binoculares del alcalde se vieron las tres escopetas que en sincronía retumbaron multiplicando las detonaciones en los miles de ecos que le permitían los vacíos de las praderas escupiendo sus contenidos mortales que dieron en el blanco. Cientos de ciguas volaron asustadas y desorientadas por el estruendo mientras dos palomas coronitas y una guinea salvaje cayeron destrozadas. Asimismo el ruido de ramas rotas y hojas desmenuzadas por doquier desveló la realidad de un hombre que se desplomó desde lo alto -quizás estaba vivo antes de caer- analizaron rápidamente los primeros que llegaron, -lo mató la caída.

De todas maneras, los jóvenes fueron acusados de asesinato no premeditado. Su abogado, en un recurso de amparo, reclamó para sus clientes la eximente de la defensa propia, por la escopeta cargada sujetada por la mano derecha de la victima. Los campesinos de la sierra desconocen si esa demanda prosperó.

En el fondo de su corazón Lila sabía que siempre lo había amado. No siente ninguna vergüenza ni prejuicio alguno al preparar su cafecito en la mañana con el cable eléctrico que Ramón –renovando su vivienda- había traído del pueblo más cercano. Lila se recrea en las tardes otoñales viendo como las ciguas palmeras, trinando, le traen a Patria, su bebecita, hojas de colores y flores recogidas de los árboles cercanos, mientras Ramón, La Cigua, sudoroso acondiciona la tierra en su conuco para disponer de los frutos que alimentarán a su hermosa familia en el invierno duro que se acerca.

Joan Castillo
13/01/2005.
Datos del Cuento
  • Categoría: Románticos
  • Media: 5.9
  • Votos: 89
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
Eddy Garcia
invitado-Eddy Garcia 14-01-2005 00:00:00

Muy buena historia, excelente dominio de la escena que demuestra una madurez en el estilo, amena la narrativa, felicitaciones, se nota un progresivo dominio del arte...

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