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AMIGOS PELIGROSOS

Tocaron la puerta con fuerza, escuché las voces de muchas personas, sin embargo no les abrí. Cogí a mi frío amigo, mi puñal, que parecía sonreír y brillar, y esperé a que la puerta se derrumbara, me sentía como esas ratas acorraladas y lo único que esperan es saltar ferozmente sobre sus verdugos.

Todo comenzó cuando salía de cobrar todos mis ahorros del banco, dirigiéndome rumbo al centro de estudios superiores. Después de dos años de juntar mis ahorros por fin iba a empezar a estudiar. Estaba tan contento que me perdí en la ruta, hallándome en una escondida esquina en uno de los suburbios de la ciudad. Miré hacia atrás y solo divisé a una tierna y diminuta viejecilla de ojos brillantes mirándome y extendiendo sus manitas a pedirme una caridad. Ante aquella visión me compadecí y abrí mi bolsa de ahorros. De pronto, sentí que cuatro forajidos me cogían del cuello y me tapaban la boca con un pañuelo. Me alzaron como un bulto, arrastrándome hasta llegar a una casucha en la mitad de la escondida calle. Me metieron con fuerza y una vez dentro comenzaron a patearme y golpearme con un palo y frío bastón, para luego sacarme todo mi dinero y mis ropas... No sé como pero lo cierto fue que pude vislumbrarlos, eran cuatro. El jefe, supuse yo, era joven como yo, alto y vestía con traje oscuro, un sombrero de copa y una capa negra, tenía unos ojos muy grandes, el pelo era claro y largo como un león, tenía en sus manos un brillante bastón de metal, embarrado de sangre, de la mía por supuesto... Los otros colegas eran pequeños, gruesos y de rostros comunes y grasosos, con ojos pequeños y estrechos como los de las ratas, ellos también usaban una capa negra, y también un bastón pero no tan brillante como el tipo alto... De pronto salió a la escena la viejecilla que los llamó avisando que estaba por llegar la próxima victima. Se fueron y me abandonaron a mi suerte. Estaba casi desnudo y con todo el rostro lleno de sangre. Traté de pararme y no pude, la pierna la tenía como una bolsa inflada de agua, mi frente estaba embarrada de sangre, aún así, me arrastré como un gusano hasta salir a la calle. Me paré como pude y pedí un taxi que me llevara a la ambulancia.

No recuerdo cuanto tiempo pasó, pero cuando recobré la conciencia me vi con un yeso en la pierna y uno en el brazo izquierdo, echado en una de las camas de un centro de salud. Cuando vi a una enfermera pasar por mí lado le pregunté si alguien había venido a saludarme. “Nadie joven”, respondió. Me sentí solo, y al día siguiente me fui a mi casa, podía caminar con un bastón que cuando lo miraba me hacía recordar a los miserables que me robaron todos mis ahorros de un año de trabajo.

Una tarde me llegaron dos cartas. Una era de mi jefe diciéndome que lo sentía mucho pero que estaba despedido, la otra era de mis padres diciéndome que mi padre estaba delicado de salud, por lo que no podrían enviarme dinero para mis estudios y mi salud. Me sentí el ser más miserable del universo, como una cucaracha espacial... Me tapé el rostro y comencé a llorar, pero, una y otra vez se aparecían en mi mente los rostros de aquellos miserables que cambiaron mi destino por el resto de mi vida. Yo sabía que aún era joven, pero sabía que me había costado cinco años poder juntar lo necesario para costear mis estudios en la universidad, por lo que decidí encerrarme y morir como una momia en su pirámide en su claustro de cuatro paredes marrones.

Pasaron cinco semanas y solo salía por la noche a comer algo que recogía en los tachos de basura, o en las sobras que encontraba y pedía a los cocineros de los restaurantes... Lo malo fue que no pude conseguir otro trabajo, mi pierna había quedado lisiada, si quería andar tenía que usar un bastón por el resto de mi vida... Todos esos meses viví como un miserable, cargándome de todo el dolor humano posible.

Una mañana el dueño del cuarto tocó la puerta con fuerza, y, antes que le dijera que pase, entró y me tiró una carta en la cara, luego, me gritó que debía mas de tres meses de alquiler, y me amenazó con echarme a la calle a vivir con los perros si no le pagaba toda mi deuda con él al día siguiente. Lo miré bien y empecé a odiarle toda su falta de bondad, aunque era un tipo muy fuerte y grande deseé darle una golpiza pero antes de pararme se fue de mi cuarto diciéndome que estaba por volverme loco, que veía en mis ojos un demonio y que debía curarme antes que sea muy tarde. Escuché sus pasos bajando la solitaria escalera hasta escuchar que se paraba frente a su cuarto y entraba cerrando la puerta de una patada.

Cuando abrí la carta que era de mi familia me enteré que mis padres habían fallecido hace unos días: Mi padre de un ataque al corazón y mi madre de una fuerte depresión. Arrugué la carta y de cólera empecé a comérmela, pensando una y otra vez en los malditos ladrones que había cambiado toda mi vida... Me paré con algo de dificultad y lloré de impotencia, de angustia, de todo y sentí que la vida era una mierda conmigo y que tenía que hacer algo al respecto, tenía que hacer algo, cualquier cosa para que mi vida dejara de consumirse en el fuego del dolor... Caminé hacia mi ventana tratando de oler el día, la noche, la gente, cualquier cosa para olvidar todo mi dolor cuando justo por mi ventana vi pasar ante mis ojos al tipo de sombrero de copa, de negra capa y un fino bastón de metal acerado, luego vi tras de él a toda la maldita pandilla. En la otra esquina vi a la diminuta anciana sentada en el borde un muro con las manos extendidas pidiendo una limosna...

No sé cómo fue, pero lo cierto fue que sentí como un impulso que me hizo ponerme firme, y buscar con los ojos un fino puñal que mi abuelo me había regalado cuando yo aun tenía ocho años. Lo saqué de la vieja caja de metal que guardaba desde niño y lo miré, parecía estar mirándome, esperándome desde siempre... Acerqué mis ojos y sentí como un calorcillo en todo el espinazo, como si una energía pasara por aquel puñal de brillante hoja y mango de marfil y me lanzara como unos rayos luminosos a mi alma. Lo cogí y me sentí poderoso, mas fuerte que nunca. Me puse un sombrero viejo, un saco raído y un par de botas de soldado que era de mi padre, y salí a buscar a esos miserables...

Parecía que el puñal tuviera como una fuerza de atracción ante aquellas personas pues como si fuera un guía me arrastró hasta llevarme al centro del bosque y encontrarlos sentados el borde de una cálida fogata... Sonreí. Miré al puñal y brillaba como si fuera la luna menguante, era hermosa y parecía escuchar su voz que salía del centro de mis entrañas, diciéndome: “Tengo sed, mucha sed”... “Deseas sangre”, le dije. Y ella como si fuera un gato plateado movió su hoja afirmativamente... Me tiré como un gusano en la tierra y me arrastré hasta llegar a unos metros de esos miserables. Y cuando los sentí totalmente dormidos me acerqué y con el puñal en la mano los maté a todos con total serenidad, casi no pronunciaron un murmullo pues la hoja se hundió en el centro perfecto del corazón. Fue hermoso, tan hermoso que decidí sacarles el corazón y guardarlos en la caja de metal donde guardara mi viejo puñal. Cuando los vi a todos esos miserables dormidos por toda la eternidad, me sentí en paz, pero no contento. Aun así, retorné a mi cuarto...

No recuerdo a cuantos miserable he matado, además de los que me robaron, pero fueron muchos. El dueño de mi cuarto nunca mas volvió a molestarme, cómo podría si yo tenía en mi caja de metal su rojo corazón. Lo mismo le pasó a mi jefe y a toda su familia... Aun recuerdo verlos durmiendo como un niño en sus camas, con todo el pecho abierto y embarrados de sangre, era tan hermoso que tuve que conseguirme una cámara para recordar aquellas escenas y ya en mi cuarto me ponía a admirarlas una y otra vez, mi puñal y yo... Sentí que ese era mi arte, mi destino, mi manera de cortar una vida para siempre. Me sentí como un dios de verdad y el puñal mi guía y maestro, aquel quien me abrió la conciencia de la belleza más cruda y real...

Lo malo fue que una tarde en que seguía a mi próximo ejemplar vi que un grupo de policías me seguían. Tuve que parar, y darme la vuelta hasta llegar a mi cuarto. No salí por varias noches. Me divertía mirando las fotos, y si tenía hambre me alimentaba de algunos corazones que guardaba en mi caja de metal... Pero como todas las cosas, todo tiene su principio y su final, y parece ser que estos que están tratando de abrir la puerta de mi cuarto van a entrar, pero antes que me toquen una ligera parte de mi piel les incrustaré mi hoja plateada y, al menos, seré muy feliz por breves momentos...



Surquillo, febrero del 2005.
Datos del Cuento
  • Autor: joe
  • Código: 13473
  • Fecha: 15-02-2005
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 5.05
  • Votos: 59
  • Envios: 0
  • Lecturas: 4732
  • Valoración:
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