Busqueda Avanzada
Buscar en:
Título
Autor
Cuento
Ordenar por:
Mas reciente
Menos reciente
Título
Categoría:
Cuento
Categoría: Cómicos

¡Pos ... ni modo compadre!

Cuando Juvencio y Zacarías salieron a caballo de San Miguel, todavía no aclaraba. La luna –fría y maléfica- parecía cuajada en su vaho lechoso. De entre las grietas de las espesas nubes se escapó la ultima estrella de la madrugada. Eran días de febrero (febrero loco, marzo otro poco, reza el refrán) a ratos fríos con lluvia o secos con viento.
Iban al rancho a vacunar y marcar un hato de ganado, la jornada se antojaba un poco pesada. En la oscurana los dos centauros se deslizaban acompasadamente, uno detrás del otro. No platicaban. Todavía bajo los efluvios del sueño, cabalgaban en silencio.
El golpeteo seco de los cascos levantaban leves polvaredas, sólo percibidas por el oído y el olfato. El trote –rítmico- sonaba casi melodioso, parecía que a las bestias les gustaba el sonsonete y cuidaban de llevarlo bien. De cuando en cuando pateaban una piedra que saltaba quien sabe a donde. El camino, a ratos, se empinaba, adelgazado por grises pretiles de piedra o lienzos de alambre. Entonces cesaba el trote, el andar se volvía lento. Después iniciaba con nuevo brío, más armonioso. Los jinetes también disfrutaban el trayecto nocturno; los ruidos clandestinos de las fieras, el aire fresco, el olor penetrante de la flor del huizache mezclado con el de los corrales, brindaban un típico ambiente campirano, absorbido plenamente por los sentidos . Juvencio, que cabalgaba detrás de su compadre, rompió la tregua:
- ¡ Está bueno el día!
- Mjú, hoy no va a llover.
- Así parece
- Ya mañana es sábado ...
- Sí, hay que traer la raya
- Ajá, ora fueron menos piones ...
Amanecía. Los astros giraron sobre su propio vértice y apareció un paisaje matinal, translúcido y vivificante. En el horizonte se teñían de violeta las primeras nubes de gasa.
Zacarías comenzó a silbar una tonada. En su mente revoloteaban fragmentos de una vieja melodía. Juvencio, sumido en sus pensamientos, rememoraba las penurias de antaño -¡Hace veintidós años! Cuando llegó a San Miguel, recién casado con Mercedes, ambos de la Noria, como a cuatro horas de ahí, sin dinero y sin trabajo. Tuvo varios empleos, hasta que se colocó como vaquero en la Esperanza –rancho de Zacarías-. Ahí puso de manifiesto su buen desempeño e iniciativa, ganándose la confianza del patrón. Pronto llegó a administrador. Con el correr del tiempo y la lealtad mostrada, esta relación rindió frutos: Zacarías apadrinó a los cuatro vástagos que procrearon Juvencio y Mercedes; incluso, Teodoro, el mayorcito –que ya mero termina la secundaria- servía de mozo en la casa del padrino, siendo tratado con mucha consideración y afecto. Eran, pues, muchos los motivos por los cuales, Juvencio, le dispensaba agradecimiento a su compadre.
La voz de Zacarías lo sustrajo del recuerdo.
- Ya llegamos ...
- Yo abro, compadre ...
Juvencio se adelantó cuando divisó la puerta de golpe, que anunciaba los linderos del rancho. Abrió de un impulso y cedió el paso a Zacarías. Avanzaron otro trecho. El camino allá abajo torcía a la derecha, en la vuelta había un puente-vado junto a un gigantesco xalamate; al bajar, la yegua de Zacarías –potranca aun recién arrendada- tropezó con una laja, dando un trompicón que la hizo resbalar al pasar el vado. Todo fue tan sorpresivo que Zacarías ni tiempo tuvo de asirse a la silla. Animal y el jinete cayeron pesadamente al fondo del arroyo. Juvencio apenas alcanzó a jalar las bridas de su caballo, cuando, delante de él, su compadre, salió rebotado de su montura. Expedito, se apeó y corrió a auxiliarlo. Zacarías trató de nadar a la orilla del arroyo.
- ¡Compadre voy a sacarlo, no se mueva!
Zacarías quedó envuelto entre los helechos que crecen al margen del arroyo. Trató de incorporarse, sin éxito, y exclamó:
- ¡Ay compadre , creo que me fregué la espalda! ¡Me duele mucho pa’ enderezarme!
- ¡Orita lo saco, déjeme ayudarlo!
- ¡No me puedo parar, sáqueme despacio!
Juvencio bajó y trató inútilmente de moverlo, pero cada movimiento que daba, era un grito que arrancaba a su compadre. Desesperado subió, cogió su machete y la reata y se dispuso a cortar unas ramas para armar una parihuela. En eso estaba cuando escuchó un grito más desgarrador, era de Zacarías:
-¡Ayyy ...! ¡ Compadre algo me picó, venga rápido ...!
Juvencio corrió hasta su compadre que se agitaba tratando de liberarse de algo repugnante y peligroso. Al llegar a donde lo dejó ...
-¿Pos, ora qué pasó compadre ... ?

- ¡Ay compa Juvencio! ¡ Ya me fregó el animal! ¡Me mordió una mahuaquite, por ahí se metió ... !
Pero fue inútil. El animal serpeó a la maleza y escapó.
- ¡Malhaya, la suerte compadre! ¡Ora sí, se puso pior ... ¡
- Mejor pélese pa’l pueblo compadrito ... y pida ayuda rápido porque me siento de la tiznada.
Sin oírlo dos veces, Juvencio se trepó a su caballo, apretó los talones en los ijares de la bestia y salió casi volando; por su mente no cruzaba ninguna idea, sólo quería llegar lo más pronto posible a pedir socorro.
Zacarías, tumbado a flor de suelo sobre su costado izquierdo, maldecía su suerte; tenía los músculos engarrotados, sentía que el veneno corría como avalancha por sus venas, con la vista nublada, en la sienes sentía que la aporreaban los ruidos del monte. La desesperación y la soledad surtieron su efecto. Su mente comenzó a traicionarlo. ¿Cuánto tiempo pasará para que llegue el auxilio ... ? ¿Y si no llega a tiempo? No. Eso no es posible, su compadre no podía fallar. Abrió los ojos, los árboles empezaron a danzar alrededor del sol. A ratos se detenían. El viento silbaba su nombre. Parecía mediodía, pero no, apenas eran las siete de la mañana. Tenía miedo, miedo horrible de morir ineluctablemente.
Juvencio entró como tromba al pueblo, buscó al médico en su consultorio –no estaba- corrió al Centro de Salud y lo encontró atendiendo un parto. Le explicó todo. El médico –parsimonioso- ni se inmutó, casi sin mirarlo le dijo:
- Si fue mahuaquite ... es muy difícil que se salve. Generalmente hay que causar una incisión, succionar y luego efectuar una asepsia profunda. Lo más recomendable y eficaz es aplicar un suero anticrotálico, pero no tenemos ...
- ¿Entonces ...? Inquirió Juvencio, apurado.
- Pues, lo único que tenemos es una pomada que diluye un poco el toxoide de la ponzoña, lo neutraliza momentáneamente. Hay que aplicarle sobre la parte afectada, dando un ligero masaje para que penetre. Esto después de la succión puede ayudar en algo ...
Juvencio no esperó más. Recibidas las instrucciones pertinentes al caso, tomó el medicamento y lo metió entre sus ropas. Montó su caballo. Igualmente , como llegó, salió disparado. Arribó –ipso facto- donde estaba Zacarías. Bajó de un salto y corrió hasta el enfermo. Tenía los ojos cerrados, su rostro denotaba una coloración amarillo terrosa, los labios entreabiertos y secos dejaban escapar sordos lamentos. Al sentir la presencia de Juvencio, hizo un esfuerzo, abrió los ojos, pero no pudo decir nada. Juvencio se mordió el labio inferior, sentía pena infinita por el dolor de su compadre, tragó saliva y le correspondió con una mirada cálida, le dijo mientras sacaba el ungüento de su bolsa ...
- ¡ Ya se va a componer, compadre, déjeme curarlo!
Zacarías no contestó, sólo dejó escapar en un susurro:
- Ay ... ay ...
- ¿Ónde le picó, compadre ...?
- A-Aquí ...
Señalando, temblorosamente debajo de la cintura. Juvencio rasgó rápidamente la ropa, buscó afanosamente la herida causada por el crótalo. No halló nada. Buscó más abajo, agudizó la vista. ¡Allí estaba! –por extraño capricho del destino- precisamente en medio de las piernas, justo ahí, donde se encuentra ese apéndice viril, orgullo y símbolo de la hombría.
Juvencio abrió los ojos desmesuradamente, se paró lentamente, dejó caer la pomada, aturdido, se sobó la mejilla derecha, su mirada seguía clavada en la “parte” dolorida de su compadre y contestó en voz baja, tartamudeando:
-A-Ay compadrito, e-el doctor dijo que ...
Se calló, no podía explicarlo, Zacarías desesperado espetó:
-¡Qué dijo compadre!
Juvencio, entonces, tomó aire, arrugó la frente y con determinación exclamó:
- Pos ni modo ... compadre, dijo el doctor ... ¡Que te vas a morir!
Datos del Cuento
  • Categoría: Cómicos
  • Media: 5.66
  • Votos: 98
  • Envios: 5
  • Lecturas: 7966
  • Valoración:
  •  
Comentarios


Al añadir datos, entiendes y Aceptas las Condiciones de uso del Web y la Política de Privacidad para el uso del Web. Tu Ip es : 18.117.142.128

4 comentarios. Página 1 de 1
Juana
invitado-Juana 14-11-2007 00:00:00

ja ja ja Puro macho. Prefiere perder al compadre, a perder . . . la verguenza.

Arwen6347
invitado-Arwen6347 08-05-2004 00:00:00

Es de esos cuentos para contar una noche de borrachera... Wena esa!!!

ramces
invitado-ramces 16-04-2004 00:00:00

no manches sta refeo nada de gracia que tie ne pero pos ya que agan algo mas chistoso

Lourdes
invitado-Lourdes 15-04-2004 00:00:00

Cuando empecé a leer el cuento, no encontraba lo cómico, pero al llegar casi el final, comencé a intuir que pasaría, y casi suelto la carcajada, pero como estoy en el trabajo, no pude hacerlo. jajajaja. Y no he parado. Lourdes

Tu cuenta
Boletin
Estadísticas
»Total Cuentos: 21.633
»Autores Activos: 155
»Total Comentarios: 11.741
»Total Votos: 908.508
»Total Envios 41.629
»Total Lecturas 53.552.815