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Categoría: Terror

Premonición

Otra vez la presión en el pecho.

Es una sensación que dura dos o tres días y que apenas me deja respirar. Este malestar desaparece en el momento que recibo la noticia, siempre mala, que anuncia una desgracia, un problema o cualquier otro hecho desagradable para mí o para la gente que quiero. Mierda, justo entonces se libera mi cuerpo y el aire vuelve a entrar con facilidad.

Jamás se lo he dicho a nadie, ni siquiera a Lucía cuando me ocurrió con la inesperada muerte de su padre; como en tantas otras ocasiones todo comienza con una ligera presíón en el tórax que va creciendo en intensidad hasta un fatal desenlace que nada ni nadie puede evitar. No es que sea médium o adivino, ni nada por el estilo, simplemente me pasa y ya está.

Que recuerde, tenía diez años cuando me ocurrió por primera vez, aunque quizá no fuera esa la primera; un precioso ratón almizclero que me trajeron mis padres de Europa al que tenía especial cariño, cayó desde el cuarto piso en el que vivíamos aplastándose contra el acerado, y yo esos días había tenido la sensación de asfixia. En ese momento asocié una cosa con la otra, y desde entonces no falla la nefasta premonición. Un pleno macabro de presagios y aciertos que podría enumerar fácilmente: la muerte de mis abuelos, uno por uno, el accidente de coche de mi mejor amigo, Juan, que no fue muy grave gracias a Dios. El despido de Lucía o el aborto de mi hermana Luisa entre otros de menor importancia, pero que despertaron esa misma sensación maldita.

Esta vez, el aire casi no me llega a los pulmones. La presión sobre el esternón es mucho más fuerte que las que recuerdo, como si me empujara un elefante contra la pared, y como siempre, mi cabeza comienza a dar vueltas, a barajar posibilidades y a montar y desmontar desgracias. Pero no puedo hacer nada salvo resignarme.

Lucía no está en casa, trabaja hasta la noche. Los días que me encuentro mal no dudo en tomármelos de baja. Eso sí, no intento hacer nada sobre nadie. Me encierro en casa y procuro no levantarme de la cama. No llamo. No pregunto. No quiero interferir en nada, que el destino decida aunque yo presente los indicios de que va a actuar. Y el día, como hoy, que el dolor físico y el revuelo mental se mezclan a la espera de la mueca macabra de su actuación, apenas duermo, como poco y sólo quiero distraerme leyendo algún libro olvidado.

Se hace tarde. Lucía está a punto de llegar. Doy unas bocanadas de aire que no consigo respirar y me agobio, hasta al punto que creo que me voy a desmayar por falta de oxígeno. Qué mal lo llevo esta vez. Casi deseo que suceda ya lo que tenga que pasar y que termine mi calvario. Suena el teléfono. Un pinchazo en el centro del corazón me prepara el camino hasta él, hasta la noticia. No espero mucho en descolgar y contestar, ‘dígame’ y el nudo se hace más fuerte en mi garganta, la tráquea se me bloquea y un pitido ensordecedor me desequilibra hasta hacerme caer al suelo. No me muevo, ni me asfixio, ni siquiera respiro.
Datos del Cuento
  • Autor: Perrofiel
  • Código: 11298
  • Fecha: 16-10-2004
  • Categoría: Terror
  • Media: 5.11
  • Votos: 91
  • Envios: 4
  • Lecturas: 5044
  • Valoración:
  •  
Comentarios


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7 comentarios. Página 2 de 2
María Eugenia
invitado-María Eugenia 16-10-2004 00:00:00

Al final equivocó el objetivo de ese presentimiento. Demasiada agitación para un sólo corazón. Presiento que Lucía ya es viuda.

Eddy Garcia
invitado-Eddy Garcia 16-10-2004 00:00:00

Traduce muy bien las sensaciones que a veces sentimos algunos mortales, pero lo llevas a un extremo que atrapa al lector en la historia, y ese final tipo interruptus, genial, felicitaciones

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