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Categoría: Ciencia Ficción

notas para un miércoles

Esta historia no comienza como esas maravillosas historias de antaño que brotan  de lugares lejanos habitados con personajes que  forman parte del imaginario colectivo. Un  imaginario perteneciente a la infancia europea donde princesas, ratoncitos, calabazas, casitas de chocolate o de paja nos hicieron dormir y otras tantas veces nos desvelaron.

Esta historia nace de la apatía a la vida al mirar los escaparates llenos de maniquíes con vestimentas que dividen al mundo en  `el derecho a comprar o no comprar – el derecho a servir o ser servido´ . La procedencia es una esquina redonda, donde los maniquíes con cerebros  acuden a comer salsas coloridas y dolores de estómago de otros en los  días de fiesta y domingos de resurrección.

 

                Vi muchos seres, pero solo merece mi atención el  señor delgado, el que olía a melocotón , el que pactó con sudor y hojas de tabaco con el Gran Ventilador De Hierro. Ofreció aromas de riqueza a los maniquíes de su época a cambio de soñar todas las noches con el lejano y pispireto sueño de la podrida riqueza material.

Una tarde, andaba yo subiendo unas escaleras de caracol cuando de pronto, un ave de hierro rompió la cristalera exagonal de mi derecha, y dejó  una nota enfermiza en un peldaño tembloroso.

Con el corazón acelerado me dispuse a leerlo y lo léi, y decía así:

 Querido individuo, tengo noticias de sus necesidades de servir a los maniquíes, por ello le espero al ocaso en la esquina redonda de las farolas algodón –la de fragancias a frutas. No falte, las baldosas grisáceas y los maniquíes le esperan. Preséntese con camiseta de cebada y pantalón de almíbar.

                        ATENTAmente: El señor melocotón

 

   Arrojé con fuerza la nota por la ya descuartizada cristalera, aunque esa nota subió una y mil veces más.  Intentos, todos  sin éxito de que el mensaje cayese en manos de algún aspirante a maniquí., más tengo que decir que ese pájaro venía con el destinatario firmado.

Con desidia y nervios preparé la vestimenta para el carnaval de los maniquíes y llegué al lugar indicado en la amarga y aguda nota.

Una  puerta transparente, mi brazo moviéndose hacia ella.

Todo el agua calmada que habitaba en aquel lugar se transformó en agua agitada  cuando la toqué y desde este momento la tempestad se hizo mientras los maniquíes brindaban con líquidos que el solo verlos me producía náuseas.

 Rompí una probeta y el suelo desapareció. Entonces tuve que caminar por finas hebras de hilo con tres platos de plomo y oro en ambas manos. Miré el reloj, una aguja tocó para mí en clave de fa. Las horas se hicieron segundos y el tiempo de los maniquíes se fue y con ellos sus tristes y vacios cuerpos.

 

   Todo había terminado, al menos in situ. Di gracias a las agujas del reloj y al volver a casa encontré al pájaro de hierro `le dije que él ya no existiría más y desapareció como el humo de una pipa de fumar´. Entonces comencé a toser, se me cayó una pupila y ví que tenía alojados en mi cuerpo  algunas fracciones de maniquí . Estoy disolviéndolas , las disuelvo en cantares mezquinos  y ensoñaciones vacías.

 

El  brazo de maniquí, un riñón o porqué no, los ligamentos… los días de lluvia torrencial en Oblib se pueden ver esas zonas de plástico que reemplazan el cuerpo. En la quinta  calle que baja,  si giras  hay un manzano que huele canela, sigue recto hasta encontrar una pequeña llave oxidada y rota.  Hay que lamerla… al principio es áspera, incluso amarga… al principio… solo al principio, después … ya no lo recuerdo, porque hoy es otro día. 

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