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Categoría: Urbanos

el peaton

Si algo define mi existencia cotidiana es mi condición inalienable de peatón. Dejémonos de bípedos implumes y otras zarandajas filosóficas. Mi existencia peatonal precede a cualquier esencia potencial. No tengo carnet de conducir, ni me apetece tenerlo, de momento.

Me desplazo a pie por mi ciudad. Vale decir que es una ciudad pequeña, sin distancias inalcanzables a pie. Mi existencia como peatón en esta pequeña ciudad me ha permitido entablar relaciones -poco cordiales, claro- con los conductores que la circulan y la envilecen todavía más. Observar la conducta de los conductores -valga la redundancia- también tiene consecuencias filosóficas. He comprobado que la existencia de los conductores revela nuestra propia esencia de animales territoriales, sujetos a la primitiva ley del más fuerte.

Como copiloto o pasajero de algún turismo he sido testigo de las múltiples muestras de insolidaridad, brutalidad y temeridad de algunos miembros de la subespecie humana-conductora. Es algo que resulta comprensible en cierta medida. El automóvil actúa a modo de carcasa protectora que hace invulnerable al conductor frente a las carcasas más o menos sólidas que albergan a los demás conductores. En este estado de cosas, la igualdad entre carcasas de turismos resulta patente.

Lo que no resulta tan patente es pretender cierta igualdad entre la carcasa de carne y huesos del peatón indefenso frente a la compuesta por chapa, acero y vidrio que acoge a los conductores. Por este motivo y muchos otros cruzar un paso de cebra se convierte en un acto que exige grandes dosis de valentía, cuando no de locura o vocación suicida. De la misma forma, es obligada cierta predisposición para abandonar la acera -cuidadosamente reservada a los peatones- ante un vehículo estacionado en la misma reserva natural para peatones. Como es imprescindible cierta agilidad y elasticidad de la carcasa muscular para esquivar a esas viejecitas que salen de su párquing subterráneo a toda velocidad, invadiendo la reserva natural con evidente peligro para sus moradores bípedos, implumes e indefensos..

Sí señores, la misma viejecita a quien uno cedería con mucho gusto el asiento que ocupaba en el autobús (si se diera el caso de que la ancianita optara algún día por el transporte público). La misma viejecita a quien uno esquivaría gentilmente en una calle atestada de gente, para no golpearla o desequilibrarla. Tampoco es necesario que sea una viejecita. Podría ser cualquiera de esos conductores que prodiga caridad en las maratones televisivas o que se llena la boca de respeto y tolerancia y esas cosas tan bonitas. El dinero y las palabras otorgan la distancia necesaria para no mancharnos de humanidad, o de "peatonalidad", que viene a ser algo parecido.
Datos del Cuento
  • Autor: incognito
  • Código: 12603
  • Fecha: 01-01-2005
  • Categoría: Urbanos
  • Media: 5.56
  • Votos: 61
  • Envios: 0
  • Lecturas: 2435
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