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Categoría: Bélicos

Veringen-Inhalt

Marzo de 1945, en algún lugar del oeste de Alemania.

A través de tupidos bosques cubiertos de escarcha, un convoy británico formado por varios tanques, un par de camiones de medicinas, camiones atestados de infantería y unos cuantos todoterrenos con oficiales inquietos en el asiento del copiloto, recorría lentamente la estrecha carretera que les debía conducir al puente de Braugsburg, para luego seguir hasta un pequeño pueblo insignificante hasta entonces, pero que ahora había sido designado por el Estado Mayor como punto de reunión de las tropas antes de continuar su camino hacia el norte. Aquel pueblo era Veringen-Inhalt.
Sin embargo, antes de poder pisar aquella villa era necesario eliminar todas las defensas, que por otra parte no eran nada precarias; según Inteligencia, Hitler había ordenado a las Waffen SS y a dos divisiones de Panzer que se atrincheraran en la zona para cortar la ruta británica hacia el Mar del Norte, de la misma forma que ordenaría despues también a las SS defender Berchtesgaden del avance norteamericano.
Para ello, el Alto Mando había enviado a dos regimientos, el VII de Infantería Ligera y el II de Granaderos, los cuales ya estarían camino del pueblo en el preciso momento en el que el convoy atravesaba los bosques.

La mañana del 14 de marzo amaneció fría y gris. El viento soplaba con fuerza provocando un silbido tétrico. En una granja cercana a una pequeña carretera comarcal, un hombre echaba de comer a los cerdos cuando por el rabillo del ojo divisó una silueta que avanzaba por el camino. Levantó la mirada y pudo ver un camión lleno de soldados, con el emblema británico en la carrocería. Uno de los soldados, ataviado con una boina carmesí saludó al hombre con la mano, y luego aquel soldado se hizo cada vez más pequeño, hasta desaparecer detrás de otra granja.

Minutos después el traqueteante vehículo pasó junto a una estación de ferrocarril con un letrero que anunciaba que acababan de entrar en el municipio de Veringen-Inhalt, y giró a la derecha en el primer desvío. Ante ellos apareció un puesto de control, cortando la entrada al pueblo. La buena noticia es que todos los soldados que lo custodiaban yacían muertos sobre el suelo o colgando como muñecos de la barricada de un nido de ametralladora.
Por tanto, los soldados cruzaron el desierto control y continuaron hasta un edificio de tres plantas más agujereado que un queso de roquefort.
Junto a él había un nutrido grupo de soldados de pie ante un oficial, quien parecía estar dándoles alguna instrucción.
En cuanto el camión se detuvo, sus ocupantes saltaron al fangoso suelo y corrieron a reunirse con los demás. Hechas las presentaciones, el oficial de aquel regimiento, un sargento mayor de unos cuarenta años, con el pelo ensortijado y ojos vivaces, informó rápidamente de la situación:

- Joder, los putos nazis están por todas partes, y no tiran piedras precisamente. Tienen MP40 y unos cuantos rifles Gewehr. Por si fuera poco, hay dos cabrones con granadas escondidos en algún lugar, y me apuesto la cena a que hay francotiradores. Pinta bien la cosa, ¿verdad?

El oficial al mando de la tropa de refresco se asomó por uno de los boquetes de la pared para echar un vistazo. En efecto, en el otro extremo de un parque de amplios jardines y una fuentecilla en el centro, podía ver a los alemanes moviéndose furtivamente tras su parapeto.

- ¿Cuáles son sus órdenes, señor? - preguntó con voz entrecortada.

- Bien, presten atención - su superior, antaño un próspero hombre de negocios de Londres, se agachó y con un palo comenzó a dibujar un mapa donde el suelo era más terroso - Nos dividiremos en dos grupos. El grupo A se encargará de flanquear los edificios en busca de francotiradores y esos malditos granaderos, y el B avanzará por el parque al amparo de esas bellezas de ahí - señaló un par de morteros que había junto a un árbol.
El oficial hizo un mohín de desagrado - ¿Sólo dos? Me pregunto para qué quiere el dinero el Ministerio de Guerra, si no es para proveer al ejército adecuadamente.

- Está bien, está bien, menos es nada. Al menos molestarán a los nazis mientras nosotros nos acercamos. Bien, señores, ¿preguntas?.

O todo estaba muy claro para aquellos hombres o sus dudas eran tan inmensas que no se atrevieron a preguntar por el tiempo que les llevaría aclararlas, así que nadie dijo nada. El sargento mayor se colocó delante de todos, y alzando su arma, vociferó enérgicamente:

- ¡Muchachos, esto es por Inglaterra! ¡Demos a esos cerdos lo que están pidiendo a gritos!
¡¡Al ataque, moveos, moveos!!.

El grupo que debía buscar a los francotiradores salió el primero y desapareció tras el hueco de una puerta. Mientras tanto, los demás se arrastraron hasta un seto situado en la parte izquierda del parque. Cuatro granaderos se habían quedado para utilizar los morteros, y en cuestión de segundos, cuando el grupo A recorría sigilosamente los pasillos de un edificio de oficinas, y el grupo B apuntaba directamente al parapeto alemán, se produjo la primera explosión a escasa distancia de éste.

Un oficial alemán tomó unos prismáticos para intentar descubrir el escondite de los morteros, pero una bala de francotirador le atravesó el cráneo - ¡Han alcanzado al leutnant Schlerig! - gritó un soldado, corriendo de un lado a otro - ¡El enemigo tiene un rifle de precisión!.

Otro oficial, un gordinflón bávaro recién traído del frente oriental (y tristemente célebre por sus atrocidades contra los judíos), fue a dar instrucciones a un pelotón de fusileros que vigilaba las calles circundantes. Inmediatamente las botas de aquellos soldados abandonaron el empedrado para adentrarse en la jungla de escombros que imperaba en las lindes del parquecillo.
Un segundo pelotón, esta vez con rifles de asalto, fue enviado a destruir los morteros, pero el grupo B de soldados ingleses le tendió una emboscada. No hicieron prisioneros ya que no tenían efectivos para custodiarlos, pero dejaron a uno con vida para que les informase:

- ¿Que cuántos somos? No muchos la verdad, y parece que nuestros francotiradores están siendo descubiertos, ¿verdad?. Sólo somos una avanzadilla, lo mejor está al otro lado de la manzana - señaló con la cabeza hacia las casitas con jardín que se alzaban a lo largo de la línea de árboles del parque - Ahí están los Panzer, y las SS - se rió entre dientes - está todo bien vigilado, no podréis dar ni un paso sin que os descubran.

El sargento mayor de pelo ensortijado le golpeó con la culata de su arma antes de que volviera a mostrar aquella estúpida sonrisa. Luego ordenó que esperaran a que los morteros, o los muchachos del grupo A produjesen más bajas.

Mientras todo esto ocurría, el pelotón de fusileros había recorrido los pasillos y escaleras de los edificios donde tarde o temprano encontrarían a los ingleses, pero sólo hallaron el cadáver de un segundo francotirador.

- Malditos británicos, la Luftwaffe debería haberlos matado a todos cuando tuvo la oportu. ¡Achtung! ¡Nos disparan! ¡Buscad cobertura!
Al otro lado del pasillo, el grupo A avanzó hacia ellos manteniendo disciplina de fuego. Entonces irrumpieron en la habitación donde se encontraban y dispararon a quemarropa. Sólo un inglés fue alcanzado, pero no era más que una herida superficial en el brazo.
De pronto oyeron un ruido procedente de una pequeña alacena. Se acercaron sigilosamente a la puerta y entraron a trompicones, listos para agujerear más guerreras alemanas, pero sólo encontraron a una muchacha de unos veintitrés años acurrucada junto a una vieja estantería.

Suponiendo que no hablaría ni pizca de inglés, le preguntaron mediante gestos si había alguien más en el edificio, pero fue inútil. La joven estaba tan asustada que no acertó a comprender lo que se le pedía, así que los soldados decidieron que seguirían con su misión antes de buscar más supervivientes. De pronto, una granada de palo atravesó una ventana, cayendo a pocos metros del grupo.

- ¡Granada, a cubierto! ¡Proteged a la chica! Todos se refugiaron donde pudieron, mientras que el soldado James Stempton, hijo de un humilde pescador de Liverpool, tomó de la mano a la joven y echó a correr con todas sus fuerzas hacia el otro extremo del pasillo. Atrás resonó una fuerte explosión, pero ni él, ni su acompañante volvieron la vista atrás, y en pocos minutos llegaron a la retaguardia.

- ¿Todos bien? Pues salgamos de aquí antes de que se les ocurra lanzarnos otra mierda de esas.

Siguieron por el pasillo y encontraron una escalera de caracol que conducía a las plantas inferiores y a una buhardilla. Oyeron ruidos que procedían de ésta y subieron con cautela para ver de qué se trataba.
Junto a una de las ventanas, cubierto por una cortina y una mesilla, había otro francotirador. Se acercaron por detrás y lo apuñalaron. Después echaron un vistazo por la ventana: desde ahí arriba se podía ver la mayor parte de la trinchera alemana, y en un rincón uno de los dos granaderos. Al cabo de unos segundos, un disparo de rifle resonó en el parque, y aquel hombre se desplomó sobre unas cajas de munición.

El oficial obeso vino corriendo desde el otro lado de la trinchera y comenzó a vociferar:

- ¡Qué cojones está ocurriendo! ¡No deberían estar tan cerca! ¡Soldado, coge ese panzerfaust y vigila el flanco! En cuanto asomen la nariz, los achicharras.

Apenas había acabado de hablar cuando un proyectil de mortero acertó a caer justo en medio de la barricada alemana, provocando una inmensa nube de humo. Todo se ralentizó alrededor, y el ruido de la batalla se calló de repente. Tremendamente asustado, el gordinflón fue a sentarse sobre una caja, donde permaneció hasta que el soldado del panzerfaust vino a comunicarle que había abatido a tres enemigos.

- Estupendo, enviaré al otro granadero para que reviente a esos hijos de puta -
Pero cuando fue a llamar a aquél, se dio cuenta de que no había sobrevivido a la explosión de mortero.

Por su parte, el grupo B ya había conseguido alcanzar el "lado alemán" del parque, y ahora, escondidos detrás de un banco y unos matorrales, planeaban la siguiente acción.
Todos los integrantes del grupo tomaron una granada en cada mano y las lanzaron contra el parapeto. Entonces se levantaron y echaron a correr con las armas en ristre. Algunas granadas sólo afectaron a la barricada, o incluso cayeron sin más a escasos metros de ella, pero unas cuantas fueron a caer junto a los alemanes, que saltaron por los aires hechos trizas.

- Disparad, que no se levanten - ordenó el sargento mayor, al tiempo que llegaban al parapeto sin sufrir más que dos bajas.

Y de la misma forma que hicieran los norteamericanos en las trincheras de Omaha, los ingleses penetraron la defensa alemana tiroteando a todos los que se encontraban a su paso, e incluso a los que huían.
Cerca de ellos pero oculto tras un coche de oficiales, el portador del panzerfaust había desestimado la opción de jugar al gato y al ratón con los "francotiradores", prefiriendo eliminar a los intrusos. Aquel muchacho de diecinueve años, natural de Bremen, que se había alistado a regañadientes por seguir la larga tradición militar de su familia, había estado en Polonia luchando contra los rusos, y ahora se encontraba en la Madre Patria para defenderla de los invasores aliados.

Intentando no perder la compostura, esperó el momento oportuno, y ese llegó cuando los ingleses, tras limpiar la barricada de enemigos, comenzaron a recoger las armas y granadas de éstos. Levantó la pesada arma, apuntó lo mejor que pudo y disparó.

- ¡Joder, matad a ese cabrón! - exclamó un soldado del grupo A, mientras él y sus compañeros, salían del último edificio en dirección a la barricada - ¡Dos veces nos ha cazado, el muy hijo de puta!

Pero el joven alemán había salido corriendo en cuanto disparó el arma y pronto desapareció de la escena.

Los soldados británicos se reunieron junto a un camión de provisiones que descansaba junto a a la acera. En total habían muerto diez hombres (más tarde en el hospital morirían otros catorce por las heridas recibidas), pero por fin habían tomado el lugar, y ahora tenían más armas y munición.
Por su parte, James Stempton llegó poco después acompañado por los muchachos de los morteros. La joven, cuyo nombre era Sophie, había ido a resguardarse a una granja cercana no sin antes prometerle que después de la guerra volverían a verse.

- Jodidamente encantador, Stempton, pero ahora centrémonos en lo que tenemos ahí delante - masculló el sargento mayor - Según nos informó el alemán capturado, nos esperan dos divisiones panzer enteritas, y una compañía de las SS, que seguramente tendrá MG42 y más juguetitos como el que nos ha estado jodiendo. Bien, el plan es sencillo, llegamos al río, los matamos a todos, nos cargamos los tanques y a casa a cenar.
Esta vez iremos todos juntos, cubriéndonos el culo unos a otros. Bien, en marcha.

Como sabían que los nazis los estaban esperando, decidieron rodear la manzana de casas y encarar el río por el flanco derecho, junto a un inmueble de una sola planta que parecía ser la oficina de correos.

- Mirad - susurró uno de los soldados - sólo hay cinco tanques, ¿dónde demonios están los demás?.

- Seguramente habrán ido a dar la bienvenida a los nuestros - respondió otro - Tan seguros estaban de detenernos en el parque, que ahora piensan que sólo queda el convoy por eliminar.

- Basta de cháchara - interrumpió el sargento mayor - Morgan, ya que nos has demostrado antes que eres tan buen tirador, coge el rifle de precisión y limpia aquel puesto de ametralladora. Los demás, seguidme, tomaremos prestado uno de esos panzer.

Nick Morgan, estudiante de Oxford y remero en la tradicional regata entre esta universidad y Cambridge, colocó la mira telescópica en la cabeza de un soldado de las SS que patrullaba subfusil en mano por las cercanías del nido de MG42. Lo derribó, y aprovechando el desconcierto general abatió a otro que acarreaba una caja de granadas de palo. Inmediatamente la MG42 y otras dos más (había otra pero la estaban reparando por problemas de calentamiento), empezaron a disparar contra la pequeña oficina de correos. Morgan, sonriente tras su escondite, abatió a uno de los que manejaban las ametralladoras pesadas. Sucesivamente, fue derribando enemigos indiscriminadamente, hasta vaciar los seis cargadores que había encontrado en los edificios del parque. En total veinticuatro enemigos.
Mientras todo esto sucedía, los demás, aprovechando el revuelo montado, se cubrieron tras una pila de cajas y abatieron a trece enemigos. El panzer más cercano giró su cañón hacia donde estaban, pero no se atrevió a disparar no fuera a darle a aquellas valiosas mercancías.
El comandante de otro panzer se asomó por la escotilla y observó los alrededores con sus prismáticos. Descubriendo a Morgan detrás de un mojón de piedra colocado en la acera de enfrente, ordenó disparar a su artillero. Lo último que vio Morgan fue a su madre abrazándole a la vuelta del colegio.

Uno de sus compañeros salió de detrás de las cajas y con gran puntería incrustó una bala en el cerebro del comandante. Luego, sin que el tanque que los acosaba se percatase, corrió hacia allí y se coló por la escotilla, matando a quemarropa a los soldados del interior.
Aunque no sabía mucho de blindados, los había destruído en África y Normandía pero nunca los había pilotado, no le costó mucho descubrir cómo se giraba el cañón, así que colocó éste apuntando al primer tanque y colocó un pesado proyectil en el tubo, que fue a parar al cañón de aquél.
Los soldados corrieron al tanque ahora que su cañón estaba inutilizado y con cuidado de no ponerse delante de la ametralladora que portaba treparon por él y lo vaciaron con otras tantas granadas.
Los pocos soldados que quedaban en pie, tomaron varios panzerfaust y corrieron hacia la posición de los ingleses al abrigo de los tres tanques que quedaban, pero el contraatque se interrumpió repentinamente cuando cuatro aviones de la R.A.F. aparecieron en el cielo. Ante el asombro y el pavor de los alemanes, soltaron varias bombas sobre los panzer, entretanto los soldados de a pie dejaban los panzerfaust para ponerse a salvo.

Los ingleses salieron de los tanques y saludaron emotivamente a los pilotos, gritando y silbando llenos de alegría, un tanto amarga por la pérdida de sus camaradas.
Al cabo de una hora llegó el convoy, que se detuvo cerca de aquella calle ensangrentada.
El sargento mayor, herido en una pierna por una bala perdida, fue llevado por dos de sus hommbres ante su inmediato superior, un teniente de salón que no había disparado un arma desde la Gran Guerra.

- Señor, hemos sufrido once bajas. Eran hombres muy bue.

- ¿Ha cumplido la misión, sargento?- le interrumpió bruscamente el canoso oficial.

El sargento mayor asintió con la cabeza, y se alejó rápidamente de aquel funesto hombre al que parecía importarle más la victoria que las vidas de sus hombres.

Querida Emily:

Ayer partimos de Veringen-Inhalt rumbo a casa, después de una semana de luchar y sufrir, viendo cómo morían nuestros amigos alrededor. Como ya sabes, me licencio dentro de ocho días, así que esta es mi última batalla. La guerra ha terminado para mí.
Sin embargo, el ejército británico sigue su avance hacia Dinamarca, así que recemos por que sus victorias sean numerosas, y pocos los caídos en combate. Se rumorea que los rusos ya están cerca de Alemania o en ella, y los americanos otro tanto, así que tal vez esta guerra brutal toque pronto a su fin.
Da igual, lo único que importa es que vuelvo a casa, contigo.

Mil besos y abrazos,

Eric Fletcher

Sargento Mayor del R. Ejército Británico
Datos del Cuento
  • Autor: Ruben
  • Código: 20902
  • Fecha: 07-04-2009
  • Categoría: Bélicos
  • Media: 5.06
  • Votos: 65
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