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Vapor Soñoliento

Mis manos descubren otro libro, aquel ejemplar de la Divina Comedia, el lápiz entra para transcribir todo cuanto me interese, no importa un poco de café, un poco más... ¿Ya sería suficiente con seis tazas? No lo sé, ni lo sabré, de eso no tengo noción, te lo dejaba a ti, pasabas las tardes tratando de convencerme de que tome por lo menos una gota de agua, no entiendes el grotesco placer que siento en administrarme este fuliginoso líquido.
“Dos en la ciudad, un vestido y un amor” dice una olvidada canción, otro recuerdo prohibido. Te prometo no confundirme más, te trataré como mereces; reconozco que mis promesas no importan, no es por el terrible hecho de que no estás, sino por mí odiada decisión de ausentarme. Sí tan sólo tuviese la oportunidad de transgredir esa frontera de donde muchos dicen regresar, me equiparía de los mejores libros que pueda disfrutar en aquella distancia. Como una danza macabra arruinada en el tiempo, me pondré las mejores ropas, si esta vida fue un presente, agradezco todo el tiempo que me queda. Aunque deje de respirar te amaré mitad despierto, llegando al olvido, con mis ideas enredadas en tu pelo.
Me detuve, lo admito, dejé de escribir por unos minutos, fui a la cocina, sobre esa vieja y negra estufa ardía tarde el agua, allí estuve de pie frente al mueble, hundido en pensamientos que estaban a punto de ebullición.
Caminando hacia mi habitación, en el pasillo encontré a mi madre ¿Recuerdas cómo fue? su desprecio hacia ti, creció en ella por tu contemplativa ilusión de ser y de permanecer en lo que yo te había convertido.
Justo antes de su muerte trató de establecer en tu consiencia la posibilidad de abandonarme; al percibir su presencia la saludé con normalidad, como sino ha pasado un día de su ausencia. Ahora compruebo que son ciertas esas historias: mientras más te acercas a la muerte, más claro se hace el mundo, hasta el punto de percibir aquellos quienes han fallecido paseándose con normalidad terrenal entre nosotros. En el regreso hacia la continuidad de estas palabras confronté rostros de personas que nunca he visto, amigos que se ganaron mi rencor, hasta terriblemente encontrar mi imperfecto ser, ocupando mi lugar… Yo me conocía de antes, y no fue difícil convencer a mi imagen para que se distancie, me dé tiempo...
Estoy aquí, guardo celoso todo lo necesario para mi huida, he comprado lo que me llevará, lo he organizado todo; abrí cada ventana y puerta de esta casa, regalé o quemé todo cuanto pude, hasta quedarme con esto que poseo ahora: una cafetera italiana, dos discos de Fito Páez y algunos libros que compré ayer y no podré leer.
Dicen que no hay dos sin tres, por tal dicho poseo el líquido, el polvo perenne y la decisión. Conecto el teléfono y ya está, te he dejado un mensaje, si aún vives bañarás este cuerpo de lágrimas, te acariciaré con la frialdad cadavérica de mi no-ser, sorprendido por coloración violácea que aparecerá en las partes declives de mi cuerpo, intentaré sostener tu rostro entre mis débiles dedos.
Vuelvo a empezar: En mis manos fluyen las cartas, para este oculto juego de la confesión, caminaré -si me permites- una vez más por toda la casa, saludaré a través de las ventanas una última vez, todas las sombras que configuraron mi existencia.
En algún momento me invade un sentimiento de normalidad, me asusto más, siento que escribo para luego arrepentirme y admirar lo que en mi desesperación pude crear; veo mi cuerpo evocar este raro temblor. Si me escucharas no sería una voz humana lo que forzosamente emiten mis labios
Una vez de vuelta a mi habitación, la cual no pude cambiar jamás, caigo en cuenta de que en algún momento debí acompañarme por Dios, por lo menos un minuto, entonces hoy tendría esperanza de ver el sol salir mañana. Me pierdo en esta experiencia frustrante: en mi espalda siento miles de voces, conocen mis deseos, de cierta forma ellos son quienes producen la ilusión en mí; me ordenan hacerlo, algunas dicen cada mandato lastimosamente, otras me gritan tan fuerte hasta ensordecer y me hacen perder el sentido. Aquí está mi madre, sonriente, mirándome, disfrutando mi agonía. Detrás de ella dos hombres que no reconozco, con piel gruesa y cabezas deformadas, la sujetan; son guardianes del Gehena paseando un alma.
Me arde en lo más profundo de mi existencia, porque me voy, no pude cambiar mi personalidad sin haber sufrido. Es tarde para curarme, ahora en mi locura no siento que me merezca una muerte piadosa; con mi vista busco en cada rincón de esta habitación alguna soga. ¡Qué necesidad tan férrea me invade! Ya no puedo estar un instante quieto, interrumpo mi escritura para buscar algo que me enlace a un fin más seguro. Con celos de mi anterior decisión me detengo asomado en las palabras. Este escepticismo que me domina, hace pensar: si cambio de parecer entonces tendría que modificar todo lo planeado, ya no quedaré organizado como pensé, el cuello se me quebrará posiblemente, mi cara se pondrá púrpura, cuando descubran mi acción estaré deformado, ofrecería un espectáculo desagradable, sin duda crecerán mandrágoras en mis ojos o al final de mis pies por mis simientes derramados.
Aunque las células cerebrales no pueden sobrevivir durante más de cinco minutos después de la muerte somática, las del corazón lo hacen alrededor de quince minutos. Por esta razón seré tan normal como siempre, me quedará más tiempo para amarte sin pensar las consecuencias de la vida que se ha ido.
¿Es moralmente permisible adelantar el momento de la muerte interrumpiendo el soporte artificial? Qué me detiene a vivir si no es un recuerdo y mil sufrimientos.
Evitaré más interrupciones a esta actitud irreversible de la vida que está en proximidad inminente de la muerte, volveré a mi primera idea. Conservo sobre todo esa adoptada costumbre de mi abuelo, Un hombre, decía él, debe estar presentable hasta el último momento de su vida. Entonces repensé mi decisión. Con tus ideas marcadas en la piel y mi intención de cruzar el límite sin dirección, me olvidé de ti, me olvidé de mí, tomé la cafetera, vertí sobre el valle negro un vapor soñoliento; con la delicadeza de un enfermo terminal que se subministra el medicamento que lo mantiene vivo, preparé así mi viaje. Ingiero alucinando lo que me produce la destrucción interna, abrasando en mi interior. Para cuando termine de trazar mis palabras sobre tus muslos la reacción hará presencia: respiración teñida de sangre. El café, en estado sistémico corta lo poco de humano que poseo. Un veneno acumulativo es lo que se absorbe poco a poco sin provocar lesión aparente hasta que de forma repentina produce su efecto; me habías enseñado a vivir con el más dulce de los tóxicos acumulativos, se ha materializado con movimientos y ejecutado con palabras. De lo único que estabas cerca por tus convicciones era de la idea de podredumbre nociva, producida en un ser humano por la acción del más grande de los errores, la fe.
Se cierran mis ojos, se vislumbra mi vida, ya no te veo, no siento la muerte, es tan sólo la sensación de pérdida.
No pienso desandar, no lo deseo, si mis días continuaran seguiría viviendo en esta suerte de paria, donde nunca mis llamadas fueron respondidas y sobre mi visita deseas saber nada; al morir me encontrarás en la intemperie de una multitud, clavado en un signo en el medio de dos ladrones, con ojos que buscan desesperadamente en todas direcciones la señal de salida. Cuando vea a Dante en su necro-paseo te enviaré escorpiones en la boca para éste miedo en el corazón.
Supe cada historia. Le di espacio en mi memoria a reglas impuestas negado en un dogma. Entonces según mis acciones y lo que imponen tus libros, iré a un palacio en el infierno donde vive el rey de los que como yo temen.


* * *

Allen, el muchacho de deseos rotos y pelo negro, firmó la carta con el seudónimo "Ángel Eléctrico", dejó de escribir, esperó pacientemente como un anciano a quien ya no le debe importar el tiempo. Fue perdiendo la vida en un juego de miradas y quejidos que cortaban el aire. Marcó en su rostro una sonrisa infeliz. Inclinó su cabeza y se fue de bruces hacia el piso. Cayó girando de sus manos el lápiz, seguido por lluvia de hojas. Transitó una hora cuando escuché el timbre de la puerta; tocaba con tímido continente una joven mujer, una niña aún, agotada, macilenta, de breve persona y melancólica mirada; pedía permiso para entrar, era tarde, nadie podía atenderla, la persona por la cual él había decidido morir estaba rasgando en la puerta su intención de perdonarlo. Tenía resuelto después de semanas de llanto volver con él. Ella no escuchó su mensaje en el teléfono, donde le advertía con deseo de ser detenido su decisión de morir.
Ybriela, antes de llegar había pasado horas mirando el furioso mar, donde cada persona al verla tenía la sensación o el deseo de que ella se lanzará. La idea de mar le hizo ver las cosas más claras, las olas se tragaban su mirada, ella tenía en cualquier mano un papel sudado, viejo y arrugado, intentó lanzarlo al agua, las ráfagas de viento le devuelven, todo se sacude, la superficie de las aguas la rizan en su duda, y dan lugar a ondulaciones en su memoria que van creciendo en amplitud. El viento sopla fuerte, las crestas de las olas se cierran sobre el beso del sueño, le obligan huir, caen negándose a ser motivo de su decisión. Para Ybriela, todo está olvidado, había decidido que él es su vida. Aquel papel era una de las razones por la que ella lo había dejado. Así fue como decidió volver, entregando al mar su desesperación. Cinco minutos después de esperar sin ser atendida, recordó en línea paralela a una muerte lenta, que si entraba por la otra puerta qué da directo al patio, desde allí llegaría a la cocina, la cual siempre está abierta; entró sin desear hacer silencio. Ybriela, se imagina que al enterarse de su presencia no diría nada y loco en un atisbo no resistiría su alegría. En cada movimiento hacia el interior pacta con la fría oscuridad que reina en la casa. No fue de inmediato hacía la habitación, se detuvo en un asombro porque él había colocado su foto en la pared principal de la sala... ésto la emocionó, le hizo recordar su importancia para él, no se contuvo y lloró, caminó varios pasos, lloró otra vez, llegó a la habitación, lo vio, se desplomó, ya no podía llorar, no le quedaba más lágrima, ni siquiera sangre para hacerlo.
Mojada de pies a cabeza en un tono azul por el agua de mar en toda su piel se hincó frente al cuerpo inútil de Allen. No tuvo tiempo de pensar lo que sucedió en esa habitación. Había en su mente esperanza de que esa carta tan confusa que encontró sobre su pecho no era cierta, intentó despertarlo tan sólo para decirle: "Allen, lo siento" Tomó su rostro entre sus suaves manos, separó sus labios, lo besó, absorbió de su boca un salado líquido. Le secó los ojos, quitó de su mirada cualquier lágrima, yo deseaba que diera la vuelta y me abrazara a mí, yo lloraba, los miraba y deseé ser él. Grité para hacerla despertar pero ni siquiera yo me escuchaba. Ybriela miró hacia atrás y no me vio, le pasaba la vida en silencio, llegó a su mente el frío donde no anidaría sus sueños nuevos.
Abrió su boca sólo para gritar tan alto como pudo; gritó como nunca lo haría, porque sabe que no puede llorar, debe acompañarlo. No se despidió de mí, no pude hacerla hablar, no me la pude llevar, sólo a él le pertene, tampoco logré leer nada de lo escrito en el papel delator que ella olvidó en cualquier lugar del piso. Nadie más lo leerá; sólo yo soy el autor de este extraño sueño del cual ayer me desperté llorando como un niño.
Datos del Cuento
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 6.1
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
Cithia Vila
invitado-Cithia Vila 26-01-2004 00:00:00

El principìo interesante, es visible el manejo que tienes sobre literatura clàsica. el final parece de otra historia. No deja de ser entretenido

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