Era una noche oscura. Creo que lo era, en realidad, ya ni sé. Eso, ahora, no importa... era una noche. De esos momentos en los que uno se encuentra inmerso en su propia soledad y hace una introspección. Tiempo de replanteos ligados a actitudes, sentimientos y pensamientos que hasta el momento formaron y determinaron su persona.
Así es cómo estaba, esa era mi situación. Me encontraba en ese tipo de burbujas danzantes que te aíslan de la realidad. El resto no me importaba; solo yo, solo con mi existencia. Notaba que tantas cuestiones que me resultaban indispensables, ya dejaban de serlo. Mi vida iba pasando tan velozmente sin que nada le diera un verdadero significado. Me encontraba como desconcertado, sin saber a donde dirigirme, con quien encontrarme y de quien perderme. Suponía que esto ya le había sucedido a cada ser en la tierra y sino, empezaría a preocuparme.
En fin, me encontraba boca arriba, pensante como nunca. Lo único que recuerdo perfectamente era la lluvia. Unas finas gotas emitían un sonido al chocar contra la ventana adecuado a mi estado emocional, como una melodía a mis pensamientos.
Era el momento ideal y circunstancial para poder pensar o más bien entender ciertos sucesos en mi vida. Ciertas actitudes, ciertos rencores. Ciertas dudas, ciertas cobardías. ¿Cuál era mi sueño? ¿cuál era mi propósito?
Hasta ese día siempre había actuado de una manera que no ansiaba tan sólo para convencerme de mi omnipotencia, de mi fortaleza frente a la vida. No por una cuestión de grandeza sino más bien para sentirme seguro de mí mismo. Porque realmente me sentía una persona insegura y rodeada de miedos.
Era necesario que cambie de alguna forma, en algún aspecto porque me lastimaba y lastimaba a los demás. Mi narcisismo me cegaba de la realidad y me hacía olvidar que yo era uno más entre todos, nada más. Que mis comportamientos y actitudes, mis juegos y mis vueltas no hacían otra cosa que confundir e ilusionar hiriendo a personas que yo apreciaba mucho. Pero en realidad, el que estaba equivocado era yo. ¿Cómo podía pretender no confundir a los demás si yo no estaba seguro de nada ni de mí mismo?.
¿Iba a poder enfrentarme a mí mismo? ¿A ese otro yo que invadía mi conciencia? Esa incertidumbre me generaba cierto desosiego. Y el desosiego, la desesperación. Y la desesperación, la angustia.
Esa irremediable congoja me impacientó. Era la primera vez que me encontraba tan angustiado y me sentía tan pequeño e insignificante.
Quizás algún hecho en particular me llevó a pensar en lo que era y en lo que me estaba transformando. Un monstruo temible del que todos huían. Ella se escapó de esa criatura. Ella se hubiese jugado por mí. Pero mis ambigüedades y luego, mi negativa, la llevaron a alejarse y a elegir otro camino. No era mi verdadero yo el que con unas dulces palabras la rechazaba. Pero ahora de nada sirve lamentarse. La sigo teniendo cerca por las circunstancias de la vida, pero la siento tan lejos
Ya está. El tiempo ha pasado y ha servido para que ella se olvide de mí y de mi posible amor. Y no puedo seguir siendo tan egoísta de pretender que ella aún me quiera. Porque ya no creo que me quiera. Sus palabras ya no tienen el mismo significado. Ya no me trata y me habla de esa manera tan dulce y tan sincera.
Pero no puedo hacer nada al respecto. Tengo que entender y respetar su decisión y su posición. Ella intenta reponerse de tanta confusión y procura conocer a otro hombre. Un hombre sin rodeos, seguro de sí mismo y leal a sus palabras. Nada que yo reúna en este momento.
Si no quiero perderla debería cambiar y mostrarle que soy una persona madura, soñadora y segura de sí misma. Pero no lo soy o quizá no quiera serlo. Ella ya no puede hacer nada y tampoco puede seguir esperándome. Esta cansada de hacerlo y ya no quiere soñar con promesas no cumplidas. No tengo opción alguna que llorar y ver como ella se aleja de mi cuerpo y de mi espíritu.
Por eso ahora me encuentro solo. En este cuarto frío y oscuro. La luz se aleja y vuelve la soledad. Esa soledad que he elegido y de la cual no puedo arrepentirme. Mi decisión ha tenido sus consecuencias. Y una de ellas es haberla perdido. Aunque esté presente yo ya no la tengo y lo lamento.
De pronto, un estruendo hizo volverme a la realidad. Me encontraba en ese cuarto, con esa lluvia. Sentía que la soledad se estaba apoderando de mí. Por eso decidí liberarme y escapar. Huir de todo.
Salí a la calle. La extinguible luminosidad de esa vereda, el sonido de las ramas movidas por el viento, la finísima lluvia que me golpeaba la cara. Y empecé a correr sin rumbo. Había perdido el control de mis piernas; ellas me llevaban por las solitarias calles de Buenos Aires. Cuando logré serenarme y descansar de tanto agite, me encontraba frente a su puerta. Algo me había llevado hacia ella ¿habría sido su aroma? ¿habría sido su dulce voz que constantemente me tumbaba el oído? No lo sé. Pero allí estaba, eso era lo único que importaba. La lluvia había cesado y comenzaba a asomarse el sol.