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Una noche cualquiera

Era una noche como cualquier otra, había dejado de llover por unos minutos y aproveché para salir a correr, me gusta mucho mojar los zapatos deportivos para que mis pies se vuelvan más pesados, y que poco a poco mis extremidades se vayan congelando, así tengo que moverme cada vez más fuerte y más rápido para evitar la hipotermia. También aprecio mucho ese viento tan frio que parece traer consigo cristales de hielo los cuales desgarran mis fosas nasales y mi garganta, haciendo peso en mis pulmones cada vez que respiro, siento que mi pecho explota y me falta el aire. Así cada gota de sudor significa mayor esfuerzo.



Amo correr en el parque, sobre todo en estas épocas, cuando la niebla no me permite ver lo que tengo enfrente, si hay alguien más ahí, ni siquiera lo noto; me encuentro sola, disfrutando del mundo, de mi vida… ¡mi libertad!. Cada paso está lleno de un dolor físico que disfruto, me motiva a ir más allá, a correr con más fuerza.



Esa noche, tropecé con un bulto, muy blando y grande para ser una piedra, además no había razón para estar en medio de la pista, incluso escuche algún tipo de quejido. Después de mis volteretas en el suelo a causa de tal impacto, regresé abriéndome paso entre la niebla y con la mirada hacia abajo tratando de encontrar aquello que había volteado, pero no tuve suerte, di demasiados pasos no podía estar tan lejos. Así que me dispuse a seguir mi camino, después de todo era una noche cualquiera, no tenía nada de particular.



Al menos así pensaba yo, hasta que me di la vuelta y vi ese par de pies flotando a la altura de mis ojos…no tuve tiempo ni de alzar mi cabeza, pues una pequeña niña dueña de aquellos pies, se me enrolló en el cuello como una serpiente cualquiera y perdí la conciencia.



 



Al volver en mí, regresé a casa pensando que esta vez me había excedido al forzar tanto a mi cuerpo, llegando hasta el punto de sufrir alucinaciones, pero el espejo me confirmó que aquello fue real, tenía marcas de presión en mi cuello, y dos pequeños agujeros que chorreaban sangre. Mi rostro estaba muy pálido, y una extraña sensación de ardor me corría por la venas, los latidos de mi corazón se fueron distanciando, hasta que de súbito se detuvo y caí al suelo. Un dolor intenso me carcomía desde dentro, y me obligaba a convulsionar de manera tan brusca que oía crujir todos los huesos de mi cuerpo. Fue así por un tiempo y luego perdí nuevamente la consciencia.



Al despertar, me sentía mejor que nunca, grande, fuerte, ¡poderosa!, las sonrisas me salían desde dentro, una felicidad infinita me invadía, el dolor era ahora adrenalina… me invitaba a volar, a volar más rápido que el viento…me incorporé de un salto, corrí a través de la casa, atravesé la ventana… ¡nunca había sentido tal libertad!, pude ver la niebla partirse en dos, y volver a unirsedetrás de mis alas… adoro que el viento frio haga escarcha en ellas, sus quemaduras me obligan a aletear más rápido, alcanzando tanta velocidad, quemis colmillos generan silbidos



Esto es lo que haré de ahora en adelante en una noche cualquiera, desplegaré mis alas, volaré entre la niebla, acecharé desde los árboles, buscando a aquel que pueda saciar mi hambre, hundiré con gusto mis colmillos en su cuello, para que su tibia sangre caliente mi gélido cuerpo y la palidez de mi rostro se borre por un momento con ese líquido escarlata que chorrea desde mi boca.


Datos del Cuento
  • Categoría: Terror
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