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Categoría: Ciencia Ficción

Una Bacteria

UNA BACTERIA


Los bombardeos a Medio Oriente fueron finalmente efectivos, aunque como resultado de los mismos algunos pozos y muchos nativos ardieron durante demasiado tiempo para el gusto de los invasores. El derrocamiento de Chávez en Venezuela y el retiro de los palestinos, ya diezmados, mucho más allá de la Franja de Gaza, permitió la casi entera disponibilidad de las reservas de petróleo por parte de las naciones más industrializadas del planeta.
Afganistán, una vez muertas la mayor parte de sus mujeres, resolvió en favor de occidente un conflicto no planteado en términos bélicos. La imposibilidad de reproducirse allanó el camino para el avance de la OPEP, ya reestructurada a gusto de los Estados Unidos.
Se calculaba que la provisión de petróleo alcanzaría hasta promediar el siglo XXI, aunque los más pesimistas hablaban de sólo diez o veinte años, siempre y cuando el consumo no pasara de ciertos límites.
Sin embargo, nadie podía garantizar que las reglas fueran respetadas. Estados Unidos se negaba aún a cumplir con lo firmado en el acuerdo de Kioto y las naciones europeas lo secundaban en eso.
La recesión no había cedido gran cosa y el trabajo escaseaba cada vez más. El hambre, más eficiente que cualquier anticonceptivo, logró bajar en algunos millones la población mundial y los ejecutivos de las grandes empresas mostraban su optimismo por televisión.
El horizonte, por lo menos para unos pocos millones de personas, parecía despejado.
Probablemente fue por eso que la noticia tardó tanto en ocupar la primera página de los diarios. Comenzó con pequeñas notas dando cuenta de embotellamientos en las autopistas cada vez más frecuentes. La crónica aludía a desperfectos mecánicos en uno o más automóviles. Nada más y nada menos.
La alarma se disparó finalmente porque las dificultades en el tránsito no hacían más que aumentar y la cantidad de autos atascados en mitad del camino era mayor cada semana; se producían demoras descomunales y nadie parecía saber de qué modo solucionar el problema. Se habló de fallas en los repuestos, de falencias en el armado de los vehículos en países asiáticos, sin los controles técnicos adecuados y hasta de la actividad desestabilizadora de grupos terroristas internacionales o de seres extraterrestres, con más o menos el mismo número de adeptos para cada opción.
Los expertos teorizaron temerariamente por los medios de comunicación por no animarse a contar el resultado de las observaciones que los técnicos no hacían más que repetir en voz baja. Sus diálogos eran siempre los mismos, eternamente inmovilizados en la posibilidad lógica.
-No es posible que con la misma técnica de producción el combustible se comporte de manera errática. No depende de la marca de los automóviles ni del país al cual pertenezcan. Una de cada cuatro veces el motor recibe un combustible desnaturalizado, incapaz de explotar en los momentos adecuados. A decir verdad, parece hecho adrede pero, para tratarse de un atentado es demasiado generalizado, sin tener en cuenta que nadie se lo adjudicó. O sea que, si se trata de un grupo terrorista, es más poderoso de lo que nosotros podríamos enfrentar y, si así fuera, ya nos hubiera dado a conocer sus condiciones.
Sin embargo, durante las reiteradas entrevistas por televisión, cerraban filas con el mismo discurso.
-Estamos absolutamente convencidos de que se trata de un accidente y como tal debe ser analizado por la comunidad científica.
El argumento parecía contundente pero la realidad lo desmentía apelando sólo al número. Las pistas eran demasiadas y apuntaban en los sentidos más diversos.
Lo cierto era que el combustible cada vez servía menos como tal y a nadie se le ocurría el modo de subsanar el asunto. Las fábricas terminaron reduciendo su producción a la mitad, despidiendo sin piedad al personal sobrante y la inestabilidad del combustible pareció llegar para quedarse.

-Bacterias.
¿De qué estás hablando? No existen tales bacterias y vos lo sabés mejor que yo.
-Ya sé que no conocemos microorganismos capaces de metabolizar fósiles de esa antigüedad, pero no encuentro otro modo de explicar lo que está ocurriendo. Acercate y miralo vos, con tus propios ojos.
El más joven de los dos científicos se acercó con cierta renuencia al microscopio. No estaba muy seguro de poder interpretar lo que mostrara la lente y, sobre todo, temía no poder sostener una discusión con el adecuado nivel académico. Su jefe, pese a ser pocos años mayor, tenía un bien ganado prestigio en la comunidad científica y sus argumentos eran difíciles de contrastar.
-Mirá con suma atención, tené en cuenta que sólo se trata de una observación preliminar, pero estoy casi seguro de que no se trata de una sola bacteria sino de por lo menos dos. La segunda, y es probable que haya más, completa la tarea de la primera ¿Me entendés? Es una cadena metabólica llevada a cabo por diferentes microorganismos. Mirá y decime que ves.
El laboratorio era enorme y las ventanas dejaban entrar toda la luz del atardecer de otoño; sin embargo no era ese un detalle relevante para ellos, porque la iluminación que necesitaban provenía de una pequeña lámpara enfocada en el preparado en cuestión.
Claudio, el más joven, miró con cierta resignación, preparándose para la incertidumbre y lo que vio lo dejó boquiabierto. Las bacterias estaban ahí, casi podría decirse lozanas, en medio del petróleo y moviéndose con soltura por toda la muestra, como si nunca hubieran conocido manjar más delicioso.
¿Qué ves? –lo apuró Manuel, el jefe.
-Veo vida donde se supone no debe haberla. El experto sos vos; decime qué mierda es todo esto. El petróleo es la última escala de la degradación biológica, ahí termina todo y nadie puede avanzar más en ese sentido. Explicame qué carajo comen esos bichos y no me digas que petróleo porque no me lo creo.
-Bueno tenés razón, por lo menos en parte: no comen petróleo, no pueden. Por eso lo degradan antes y, como no puede encargarse una sola especie del asunto, se han asociado. No sé cómo pero lo logran y actúan con una rapidez inusitada. Degradar no sería el término adecuado. Creo más bien que lo vuelven a un estadio anterior, más comestible, por decirlo de alguna manera.
Manuel, tomando nuevamente su lugar en el microscopio, miró casi con ternura la escena a través de la lente.
Claudio volvió a la carga. -Pero, ¿desde cuándo pasa esto?
-No lo sé. Pedí muestras de los lugares más diversos y el resultado, desde un tiempo a esta parte, ha sido más o menos igual.
-¿Sólo de los pozos?
-No, también de las bocas de expendio de combustible. Al principio, estas últimas parecían haberse librado pero lentamente fueron mostrando la presencia de bacterias, levemente modificadas, pero indudablemente emparentadas con las que acabás de observar. Mutaron para aprovechar toda la cosecha, ¿me entendés?
-O sea que durante todo este tiempo en el cual estuvimos usando el combustible sin problemas fue el que ellas necesitaron para desarrollarse.
-Quizá, pero es difícil saberlo a ciencia cierta. No sé desde cuando pasa pero indudablemente es un fenómeno nuevo. No hace tanto que hicimos surgir nuevamente a la superficie esos fósiles tan perfectamente guardados bajo tierra. Es difícil aceptar que se trate de un fenómeno de mutación natural. Sin embargo, hemos interferido tanto sobre las leyes biológicas, en tan pocos años, que quizá la naturaleza apuró sus tiempos para adecuarse. La otra posibilidad, la que prefiere el Pentágono, tiene que ver con una conspiración terrorista. No sé. Me parece francamente disparatada.
-¿Te olvidaste de las torres?
-No, pero en ese caso, como en la mayoría de los ataques terroristas, la acción fue focalizada. Acá es tan dispersa, tan poco ponderable que termina señalando hacía ninguna parte. Como vos y yo sabemos, así es como actúa la naturaleza.
-En eso tenés razón, tendrían que haber sembrado las cepas en cientos de lugares diferentes en todo el mundo y si el petróleo se acaba antes de tiempo estamos jodidos todos.
No lograron avanzar mucho más aquella tarde y Claudio se marchó absorto aún con las imágenes del microscopio.
Manuel era brillante en su especialidad y el laboratorio era el lugar que más le gustaba. Se quedó solo, poniendo todo en orden, sin dejar de pensar en el asombroso fenómeno y se dispuso a revisar la gruesa carpeta con los informes de su investigación. Era un hombre prolijo por eso notó, disgustado, una mancha en la cubierta plástica. Se trataba una gota de aspecto pegajoso, aunque incolora; con cierto asco apoyó el dedo en lo que suponía moco y, para su asombro, no sólo no se adhirió a él sino que se desparramó por la cubierta y en su lugar quedó un agujero que permitía ver las letras del informe. La gruesa lámina que constituía la tapa mostraba los bordes del orificio adelgazados como si alguna substancia desconocida los estuviera diluyendo. Manuel, pálido, tuvo que hacer un esfuerzo para recordar quién era y se obligó a tomar una muestra del líquido que iba siendo absorbido por el papel del informe. Decidió esperar hasta el día siguiente porque sus dedos temblorosos no atinaban a encontrar la substancia adecuada para contrastar la muestra. No durmió mucho esa noche y, por la mañana, fue el primero en llegar.
La opinión del resto de los miembros del equipo, una vez examinado el preparado, fue unánime. Nadie sabía nombrar las bacterias que horadaban los plásticos pero coincidían en considerarlas primas hermanas de las que se estaban cargando el combustible.
Mientras la situación empeoraba afuera, dentro del laboratorio la actividad era frenética. Los científicos, y en eso coincidían con los de las más prestigiosas universidades del planeta, llegaron a conclusiones apocalípticas.
Indudablemente se trataba de cepas bacterianas diferentes. Es decir que, mientras un grupo cada vez más numeroso se encargaba del combustible, otro, menor pero no menos activo, emparentados por mutación con las originales, se expandía a pasos agigantados por todo el expectro de los alifáticos presentes en los plásticos.
Los teléfonos no paraban de sonar y sólo para confirmar las malas noticias. La autocesura instalada de antemano en Internet permitía sólo tangencialmente la propagación de las novedades.
Manuel, quién se había quedado nuevamente sólo en el laboratorio, sintió de pronto un cansancio que parecía provenir de más allá de sus huesos. Miró sin ver a su alrededor con la urgencia de marcharse de una vez. Se levantó y salió lentamente sin atinar siquiera a cerrar la puerta. No valía la pena, de todos modos también era de plástico. Bajó por las escaleras porque ya nunca volvería a confiar en un ascensor.
No había notado más signos de deterioro, sin embargo, sentía que todo se derrumbaba a su alrededor. No pudo reprimir un gesto de aprensión, temiendo que las gruesas lentes que le permitían ver el mundo se fundieran como la tapa de su informe. Ni siquiera recordaba si eran “orgánicas” o de vidrio y tan ensimismado caminaba, sosteniendo el armazón con una mano, que ni siquiera encendió la luz de la escalera que lo llevaba a la cochera
En el garaje, la única luz provenía de la puerta que daba al exterior, abierta de par en par. Una figura vacilante estaba parada justo en el medio, donde iluminaba el sol.
Manuel no podía pensar; sólo miraba, aferrando junto a su pecho el informe que no recordaba haber tomado. No sabía quién entraba pero necesitaba hablar con alguien, quería compartir su desesperación porque ya no esperaba solución alguna.
-Escuche, tengo un informe completo acerca de lo que está ocurriendo y necesito que me ayude a pensar o, por lo menos a saber qué hacemos para alertar a la comunidad.
Mientras hablaba sin parar de caminar reconoció a su ayudante, quien avanzaba absorto, con el saco en la mano, entrando por el lugar equivocado de la cochera.
-Dejé el auto en el acceso de la autopista. En veinte minutos no avancé ni un centímetro.Ya nada se mueve por ahí.
-Entiendo. –La resignación había reemplazado la urgencia y la voz de Manuel sonó un poco más baja.- Supongo que lo mejor sería caminar hacía el lado contrario, buscando el campo. Las ciudades, por largo tiempo, van a resultar inhabitables. No creo que valga la pena elevar un informe con la conclusión de nuestras investigaciones, los posibles interesados deben estar corriendo como las ratas en medio de un incendio.
Dejó la carpeta sobre la tapa del motor del auto más cercano y se reunió con su ayudante quién, sin atinar a responderle continuaba en la puerta, con la cara descompuesta y atónita, mirando sin ver su último atardecer en la ciudad.
FIN Ana Neirotti
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1 comentarios. Página 1 de 1
BECKER MORENO
invitado-BECKER MORENO 12-05-2012 00:00:00

Mi mas sinceras felicitaciones, su historia es muy interesante y poetica y pienso que establece lo precario de nuestra tecnología la felicito un diez muy merecido

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