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Categoría: Terror

Un portazo

Tuve una novia con quien rompí por divergencias entre lo natural y lo sobrenatural; yo me aferraba a lo primero (lo que me granjeó fama de “mecanicista”), mientras que ella respetaba en demasía lo segundo. Una experiencia que tuviera poco antes de conocerme la convirtió en creyente asidua de fenómenos inexplicables. Luego de que yo reparara en que le era imposible entrar sola en un baño —sobre todo público—, me vi forzado a exigirle que justificara ese rasgo de su conducta. Me contó algo difícil de creer.
Ella había trabajado en cierto sector del gobierno. Su oficina se ubicaba en un edificio viejo, tachonado de cuarteaduras y colmado de gente apática y poco sociable. Mi ex se limitaba a cumplir con su deber y procuraba no intimar con nadie. Sus jornadas laborales eran algo arduas, pues comenzaban a las ocho de la mañana y no tenían un horario específico para terminar. Critiqué su desconocimiento de normas laborales que la protegen contra empleos inhumanos, pero ella me hizo callar para continuar con su relato. Cierta noche, pasadas las diez, notó que en más de ocho horas no había ido al baño. Salió de su pequeña oficina y caminó hacia los sanitarios femeninos bajo la amarillenta luz de un pasillo.
Entró en el lugar y le extrañó no toparse con fulanas chismeando al amor de un cigarrillo (para entonces ya no debía fumarse en edificios públicos), así como el sepulcral silencio que la rodeaba. El frío la obligó a cerrar una ventana, cuyos goznes chirriaron de forma escalofriante. Dio media vuelta y observó que todas las puertas de los privados estaban abiertas. Poco afecta a perder tiempo con lo básico, se encerró en un privado y acabó pronto. En ningún instante oyó que alguien más entrara en la zona. Salió del privado y se acercó al espejo, lista para el obligado retoque de maquillaje. En cuanto terminó de lavarse las manos y preparó la polvera, escuchó un sollozo particularmente perturbador, pues a todas luces parecía provenir de una mujer sufriente, una mujer que sufría en uno de los privados.
La solidaridad inherente a las féminas, sobre todo cuando parece estar en riesgo una congénere, movió a mi ex novia a caminar hacia el sitio que había dejado, pero se detuvo de golpe al recordar que no había notado el ingreso de otra mujer en el recinto. “Si alguien había entrado”, me comentó, “lo hizo flotando, porque no oí pasos ni nada. ¡Ay!” El frío se intensificó en consonancia con la fuerza de los sollozos, que al degenerar en franco llanto vinieron acompañados por un ruido estremecedor, el de la puerta de un privado al cerrarse de golpe.
Bastó el portazo para que mi ex saliera disparada. No volvió a su oficina, donde olvidó el bolso y el suéter. Ya estaba en la calle cuando se percató del olvido. Se hizo acompañar de vuelta a la oficina por un somnoliento guardia de seguridad. Tanto la afectó el hecho que no volvió a entrar en los baños del edificio, hasta que cierto día la necesidad la impulsó a desahogar la vejiga en una amplia maceta. La descubrió su jefa y la echó en el acto. Temporalmente la salvé de la pobreza que le sobrevino.
Pero la dejé porque su maldita fobia rebasaba mi paciencia y, a la postre, dio al traste con nuestro amor.
Datos del Cuento
  • Categoría: Terror
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