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Un día en la ciudad

Matías se levantó relativamente contento, lo que era habitual en él.
Duchado y afeitado, se puso el saco silbando por lo bajo.
Pensando en el boleto del colectivo comenzó a buscar monedas en sus bolsillos. Escarbando hasta en las camperas logró reunir los dos pesos con cincuenta imprescindibles para llegar a su trabajo.
Mientras se dirigía a la parada del colectivo, se dio cuenta de que no tenía cigarrillos y se detuvo en el quiosco más próximo. Pidió su marca favorita con cinco pesos en la mano pero la dueña del negocio, gorda y malhumorada -evidentemente había estado viendo el noticiero- le anunció de entrada: -cigarrillos sólo con cambio-
-Pero si casi no hay vuelto-, se defendió Matías, resuelto a no perder su buen humor
-Sin monedas no hay cigarrillos, no insista- La señora se volvió dando por terminada la conversación.
Matías guardó la plata en el bolsillo y salió cabizbajo del pequeño negocio. Ya no silbaba.
Subió al colectivo, lleno a esa hora, y fue poniendo de una en una las monedas: una de 0,25 y el resto de 0,10 centavos; una pasó de largo y rodó entre los pies de los pasajeros. Sonamos, pensó Matías, ahora tengo que pedir 0,10 centavos a mis compañeros de laburo. Hurgó en sus bolsillos y sacó una de las monedas reservadas para la vuelta.
Cuando se acercaban a la parte céntrica de la ciudad una manifestación de unas cincuenta personas les cerró el paso. El colectivero, con una peligrosa maniobra y a una velocidad imprudente, dobló una cuadra antes del atascamiento. Los pasajeros no protestaron porque querían llegar de una vez pero no les fue mejor con la calle alternativa. La calzada había quedado reducida a menos de la mitad por “bacheo y pavimentación” como rezaba el cartel que Matías tuvo sobrado tiempo de releer mientras aguardaba que el ómnibus, a paso de tortuga, sorteara el embudo generado por las obras.
Llegó tarde a trabajar y sabía que sus explicaciones no sonaron muy convincentes aunque fueran ciertas.
El resto del día le resultó interminable y tuvo uno que otro encontronazo con su superior inmediato.
A las seis en punto salió de su trabajo y, como para sazonar su malhumor, llovía.
-Por ahí una me sale bien en el día de hoy, se dijo cuando vio su colectivo parado en un semáforo. Golpeó la puerta cerrada, primero con moderación pero luego, al notar la mirada desdeñosa del chofer, la emprendió a golpes de puño y patadas contra la carrocería del vehículo. Con las manos lastimadas y lágrimas de frustración corriéndole por la cara, subió a la vereda cuando la luz cambió, justo a tiempo como para no ser embestido por el tránsito en estampida. Ahí se dio cuenta de que se había olvidado de pedir a sus compañeros los $0,10 centavos que le faltaban.

Febrero/09
Datos del Cuento
  • Categoría: Urbanos
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