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Túneles

En una tarde llena de lectura, frío y una agradable compañía pude sentir el contento de estar vivo. No recuerdo cuantas cosas hice, no importa, sobre todo si estás sentado, relajado, manejando tu auto, llevando al ser amado a cualquier lado, sintiendo que todo es correcto, pues has aprendido que esperar es una lección que pocos aprenden, y esperas sin decir una palabra ni pensamiento, sentado en un tu auto, leyendo mientras el ser amado está a tu lado a cualquier lado, cumpliendo su tarea.

En una de esas lecturas, mientras manejaba, pues acostumbro a leer en cada lugar en donde hay un atolladero en la autopista, vi que un perro cruzaba valientemente la pista hasta llegar a mi auto, buscar una de mis llantas y de lo más campante, ponerse a orinar. Tuve que bajar, buscar una piedra y tirársela al perro para que detuviera sus efluvios en mis gomas. El perro ceso su desahogo y se fue, pero no del todo. Se detuvo a pequeña distancia de mí, mientras el atolladero continuaba en la autopista, y se quedó mirándome como si me conociera, como tratando de expresarme algo, un misterioso secreto. Le volví a tirar una piedra y se alejó un poco más. No le hice más caso y subí al auto mientras le miraba por el espejo retrovisor. Cogí mi libro pero no pude continuar con mi lectura pues veía a través del espejo al perro, acercándose hacia mí, seguramente para a orinar… Bajé furioso y el perro comenzó a aullar como si estuviera frente a un fantasma. Me asusté muchísimo cuando advertí que al perro se le erizaban sus pelos del cuerpo mientras su lomo se arqueaba en posición de ataque. Me muerde, pensé. Retrocedí hasta tocar la puerta del auto, quise abrirla y no pude, me esforcé pero nada. Diablos, qué hago, volví a pensar. Miré hacia el perro para darle una pateadura pero este se había evaporado y cuando intenté abrir la puerta, esta se abrió casi sola. Un milagro, pensé…

Para suerte mía el tráfico comenzó a disolverse. Miré a mi amada que yacía echada, dormitando en el asiento de a mi lado y continué avanzando hasta salir de la autopista y buscar un lugar para realizar unas compras. Iba a bajar, pero justo mi amada despertó. ¿Deseas que baje?, preguntó. Le dije que deseaba comprar unas cosas personales pero, si ella gustaba, ambos podríamos bajar… No, mejor bajo yo bajo sola, me dijo, mientras tocaba mis labios con los suyos, dejándome medio hechizado por una energía que penetró en mi alma como una serpiente en mi médula espinal… Como quieras, le dije con una sonrisa. La vi bajar y entrar al centro comercial. Cogí mi lectura y, extrañamente, quedé dormido. De pronto, sin que nadie me avisara, desperté, y vi que mi amada se acercaba al auto. Iba a salir en su ayuda, pues cargaba varias bolsas llena de comestibles, cuando noté al perro de la autopista, acercándosele. No sé por qué no hice nada al respecto, pero, haciendo un esfuerzo sobrehumano, pude levantarme de mi asiento y bajé en busca de mi amada. Y cuando estaba por llegar a su lado vi que ella le daba un pedazo de pan y galletas al perro. Esa actitud me detuvo en seco. Quedé parado como estatua de sal, y pensé muchas cosas, una de ella era que mi amada tenía el don de ser querida por todo tipo de animales y plantas, pues, en casa, cultivábamos todo tipo de plantas y, sólo ella, se encargaba de cultivarlas, pues, si yo las tocaba, se morían… Tienes las manos que queman, decía. Tú matas a las plantas cuando las tocas y los animales te temen porque tienes fuego en los ojos y las manos, acostumbraba mencionarme también. Nunca le hice caso, pero al ver esta escena, dudé un poco y no supe si acercarme o no…

Quise dar un paso hacia ella, cuando sentí que no podía mover una pierna. Estoy acalambrado, pensé, mientras veía que ella llegaba hacia el auto, pasaba por mi lado como si no me viera y lo subía junto al perro. ¿Qué ocurre aquí?, me dije. Traté de hablar pero de mis labios no salió una palabra, tan solo sonidos de aire como si inflara un globo de goma. Me sentí anonadado, pensando que todo esto jamás había existido, que todo era una pesadilla, una ilusión, o algo mas extraño aún. Inmovilizado, les vi partir mientras observaba al perro a través de la ventana, mostrando su lengua como una bandera, quizá en señal de que me había ganado la batalla. La verdad, me sentí como un perro callejero… Ya estaba por irme cuando sentí que mi cuerpo empezaba a deshacerse como las hojas secas cayéndose de un viejo árbol… Y comencé a flotar empujado por el aire y sentí que estaba como los muertos. Flotando en el aire miré hacia abajo, y vi el auto en que iba la persona que mas amaba junto al perro que vi en la autopista y que no cesaba de mirarme a través de la ventana. No sentí temor, más bien, acepté mi momentánea realidad, y sentí que era el instante más especial de toda mi vida… me alejaba de todo, y de todo, hasta de aquello que llamaba felicidad, contento, y viajaba hacia un lugar que no conocía pero que mientras me acercaba, un sentimiento especial cubría toda mi conciencia.

Y ahora que estoy en mi destino, solo, en un espacio de amplias y negras paredes, escribiendo cualquier cosa, he llegado a tener una claridad, un bello entender: soy el sueño de alguien que aún no despierta, y espero que jamás despierte, pues ahora, ahora sí me siento contento, viajando de un lugar a otro apenas cierro los ojos, como si fuera el túnel que me llevara a nuevos espacios, mientras escribo a quien sea, tratando de contar las cosas mas extrañas que suceden en la cabeza de la persona que mas quiero, la persona que no cesa de soñarme…


San isidro, junio del 2006
Datos del Cuento
  • Autor: joe
  • Código: 16917
  • Fecha: 25-06-2006
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 5.94
  • Votos: 157
  • Envios: 0
  • Lecturas: 3705
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