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Tierras Rasas

Todos los pueblos tienen un tonto, y todos un niño desgraciado..., como poco.

Irma, la mediana de tres hermanos (dos montrencos de labios laporinos que parecen salidos de un cuento de terror) con las mentes más blandas que los acuosos ojos donde sus almas son escaoarte. Por contra Irma, posee los ojos grandes de misterio y dueños de espesas pestañas; brillantes pupilas verdemontaña; el cabello negro, largo y sedoso. Odiada hasta la sinrazón por el resto de la familia, es maltratada, con vileza, en cuerpo y alma.

Un día más duro que la carriona, para el corazón de Irma, se adentra en una mina abandonada, cerca del bosque que rodea al Castillo. El interior desmiente el abandono imaginado. Sin tener nada que abale un intento de estar habitada, desprende ese enfiusamiento de arropo, que hace al ser humano entrar en descuido.
No tardó, la niña, en estar perdida. Sin parar mientes en lo apurado de su situación, llegó a lo que parecía el final de un pasillo que desemboca en una explanada. Por un respiradero, en el techo, las estrellas proclaman que la noche anda ya por la tercera hora. Se sienta, Irma, a contemplar ese trocito de cielo, callendo en olvido del tiempo.

Quedose dormida con la espalda en recuesto sobre el muro, y soñó que un mago la arropaba, dejándole al alcance de la mano una presiosa muñeca, después de consolar su soledad con tiernas palabras.

-¡Dámela!

Escucha, Irma, entre sueños gritar a su hermana. Pasmada se vió, allí, en su camastro con una muñeca bien apretada entre sus brazos. La sorpresa le hace aflojar el abrazo, mientras su hermana, de un certero tirón se la arrebata, y sale de la habitación con la muñeca de los pelos, llamando a la madre agrito pelado. No tardan madre y hermana en estar de vuelta.

-¡De dónde la has sacado! -Grita, la madre. moliéndola a palos.

Nada podía decir Irma, porque nada sabía del modo y manera como la muñeca había llegado a su cama. Cuenta lo del sueño, lo que le costó otra paliza. La verdad, no es lo que quiere oír aquella mujeruca.

-¡Embustera! -Brama la mujer-, ¿es que andas en tratos con la bruja Mala Sombra? Nunca se viera una muñeca con cuerpo que más parece de carne. ¡Seremos presas de la Santa Inquisición, por tu culpa! ¡Maldita seas mil veces!

Tanto se habló de la muñeca que llegó a oídos del Rey, este más curioso que interesado quiso ver el juguete.

Hay que decir que la nina es un portento de ingeniería mecánica; dice fraces como: ¡"Te quiero" "Tengo frío" "Quiero comer", y otras lindezas por el estilo; además de andar con bastante soltura, eso sí, siempre de la mano de Irma. Al lado de las muñecas de la época (de barro cocido, las mejores) no es de estrañar, que se pensara en la obra maléfica de una bruja.

-¿De dónde habéis sacado la muñeca -pregunta el Rey, en boca de su Chambelán Mayor.
-No lo sabemos -contesta el hombre, dando con la frente en tierra-, apareció sobre el pecho de Irma.

El señor Inquisidor se le acerca, muy estirado dentro de los hábitos, imponiendo su autoridad terrorífica con un solo movimiento del dedo índice. Dice suavemente:

-La hoguera es poco castigo...
-¡Os juro, por Dios, que no sé nada! -Tiembla tanto que su frente repiquetea sobre las losas de mármol.
-¿Entonces, es tu hija la bruja?
-¡Sí! -Contesta, para su desgracia, el desnaturalizado padre.
-Ya sabes lo que te espera, por no haber denunciado a semejante monstruo.

El Rey, quiso hablar con la pequeña, en privado. Irma contó al Rey su paseo por la mina. Con rastrillo se peinó el lugar, de la mina nada.
Enternecido por la edad de Irma, el Rey no quiso entregarla a manos del Inquisidor, que ya estaba disfrutando lo suyo con los padres, y siguiendo los consejos del Chambelán, encerró a la muñeca en una vitrina en espera de que Anselmo el Sabio, la destripara para estudiar su mecanismo, que él en asuntos brujeriles no tocaba ni madera.

A Irma la internaron en un hospicio, donde su triste vida se tornó en desespero. Los niños que suelen ser crueles con el caído en desgracia, se dieron en martirizar a la "Pequeña Bruja" como ya es conocida en Tierras Rasas.

Omar, el mago artifice del regalo, no sale de su asombro. Enfurecido, como pocas veces en su larga vida, por la maldad humana, pintó sobre un lienzo el País de Tierras Rasas, borrándolo para siempre con aguarrás, primero del del mapa y después de la historia.

Como Irma llora la perdida de su único juguete. Omar le regala, cuarenta o más. Desde entones hasta el día de hoy, viven felices en la mina, allá en las cumpres de su País Inventado.

Y esa es la historia, y quizá no la razón del nombre de Tierras Rasas. Que hoy en día es un yermo que no un pueblo.
Datos del Cuento
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