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Teseo vence al Minotauro

Hace muchos siglos vivió Teseo, un joven príncipe. Teseo era el hijo de Egeo, el rey de Atenas. Por culpa de unas batallas, los vecinos de la ciudad estaban pasando mucha hambre y se veían afectados por muchas enfermedades. 

Como la desesperación era tan grande, el rey Ego aceptó el chantaje del rey de la isla de Creta, llamado Minos. El trato consistía en que, una vez al año, Atenas debía entregar a 14 jóvenes de las familias más nobles de la ciudad. Tenían que ser siete chicas y siete chicos. Tras llegar a Creta en un barco, los jóvenes serían entregados al Minotauro, un ser mitad hombre mitad toro que vivía en un laberinto del que, si se entraba, era imposible salir. 

El príncipe Teseo, cansado de que muchos de sus amigos tuviesen que dejar la ciudad para siempre, decidió hacer algo. Se propuso terminar con el Minotauro. Su padre no quería que fuese porque era peligroso, pero al final el joven le convenció. Le dijo que, si vencía, volvería con velas blancas en su barco y, si perdía la batalla ante la bestia, las velas serían negras. 

Cuando llegó a la isla de Creta, Teseo conoció a la hija del rey Minos, Ariadna. Pronto se quedó embobado con ella. Ella también se enamoró de él así que quiso ayudarle a derrotar al Minotauro. Como salir del laberinto en el que vivía la bestia era imposible, la chica le dio un ovillo de hilo de oro. Teseo tendría que ir soltándolo a medida que entrase para después poder encontrar fácilmente el camino de vuelta. 

Cuando estuvo frente ante el Minotauro, lo primero que hizo fue dar vueltas para agotar a la bestia. Cuando lo consiguió, le fue muy fácil vencerlo. Después fue siguiendo el hilo que le había dado su amada para encontrar la salida. Una vez fuera, Ariadna, enamorada de Teseo, decidió volver con su amado a Atenas en su barco.
 

Durante el viaje se desató una fuerte tormenta así que tuvieron que parar en la isla de Naxos. Ariadna se encontraba un poco mal así que se bajó del barco a tomar un poco el aire. Pero Teseo se olvidó de que su amada no estaba en el barco y se puso otra vez en marcha hacia Atenas. 

Cuando estaban llegando, el joven tenía que cambiar las velas negras por las blancas para que su padre Egeo supiera que todo había ido bien y que su hijo volvía sano y salvo. Por desgracia se olvidó y su padre, al ver las velas negras, pensó que su hijo había muerto. Destrozado por la pena, se arrojó al mar. En su honor, a día de hoy encontramos el mar Egeo justo donde el rey acabó sus días.

 

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