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Categoría: Sueños

Sueña...y vivirás el sueño...

El reloj tintinea las diez de la mañana; el viento se cuela sigiloso entre la rendija de la ventana de su cuarto y un leve susurro la despierta... Abre los ojos y se da cuenta de que el día está muy oscuro, ya van llegando las primeras lluvias y el frío se empieza a notar. Se levanta y coloca sobre sus hombros la bata de franela que antes de acostarse dejó a los pies de la cama. Baja las escaleras, recorre el largo pasillo y entra en la cocina. Se prepara una taza de leche y se sienta en una mecedora de madera oscura junto a la ventana. Allí se pasa todas las mañanas, mirando hacia el horizonte, con la pupila inmóvil, clavada en el vacío.

“Ella” era Ana. Se puede decir que mucha vida ya le espaldas, sin embargo siempre vi un espíritu soñador en ella que le quedaba a sus daba fuerzas y esperanzas en los peores momentos. Tenía el pelo blanco y su cara era adorable, expresaba bondad a raudales. Lo que más me llamó la atención de aquella mujer fueron sus ojos: eran negros y profundos, como una cueva misteriosa, más negros aún que el puro azabache; sin embargo siempre estaban tristes. Hace ya muchísimos años, quizás treinta o cuarenta, ella tenía una preciosa familia. Se casó muy joven con el hijo de una familia bien avenida de la ciudad. Al poco tiempo de contraer matrimonio se mudaron a una casita rural del pueblo, allí en seguida se familiarizaron con los lugareños e hicieron muchas amistades; eran una pareja muy querida. Al año escaso de la mudanza llegó a esa casa una de las mayores alegrías: un hijo. El pequeño se llamaba Alejandro, y con el tiempo se fue convirtiendo en un niño travieso y revoltoso, pero que hacía reír a todos los que lo rodeaban con sus preguntas y sus chistes. Ana era muy feliz, había conseguido tener todo lo que soñó de niña para su vida.

Pero el día 24 de diciembre de una Navidad, la tristeza entró en su vida. Por lo visto, mientras que Ana estaba en casa preparando la cena, su marido llevó a su hijo a ver la ciudad nevada. Salieron padre e hijo agarrados de la mano mientras Ana los veía alejarse por el largo pasillo de su casa... Pero al poco de salir de casa una tormenta, de las que no se habían visto en años, sacudía la zona violentamente. Su marido dijo que estarían de vuelta en una hora, pero no fue así. Se les buscó por todos lados, mas nunca se les encontró. Se cree que la fuerte tormenta y el vendaval les alcanzaron. Desde entonces Ana cada noche espera que su hijo y su marido vuelvan a casa para cenar...
Ya está anocheciendo. Las nubes púrpuras en las que muere el sol van cayendo sobre el pueblo. Todo lo cubren. Pero aunque a muchos esto les parezca triste, para ella era su momento preferido. Todo está tranquilo, sumergido en un silencio mágico. Ni los pájaros se atreverían a romper aquel instante de paz. Quizás estaba muriendo el sol, pero en ese momento, desde aquella ventana, ella contemplaba el nacimiento de millones de estrellas. El viento se había detenido para que hasta las copas de los árboles bailaran su danza más callada. En un momento, la noche ya lo envolvía todo.


Después de un rato cerró por fin la ventana y entró en un gran salón. Hacía mucho calor porque la chimenea estaba encendida. La luz de aquel cuarto dibujaba en las paredes figuras redondas y onduladas... era muy acogedora y muy espaciosa; en un extremo del salón se extendía una robusta mesa para cuatro comensales y las paredes estaban decoradas con cuadros pastoriles. Ella se sentó en un de los grandes sofás y suspiró, entonces se echó a un lado para poder contemplar una foto que había sobre una mesita de madera. Estaba hecha en blanco y negro. Era un retrato familiar. En ella aparecía un hombre bastante joven que lucía un traje gris y una camisa blanca; estaba abrazado a una mujer de pelo largo y negro que llevaba anudado en un recogido, sujeto con una orquilla de plata; en el medio de los dos se encontraba un niño; su carita era redonda, sus ojos saltones y risueños y en su boca faltaban algunos dientes, sin embargo se reía abiertamente desprendiendo felicidad... Ana contempló durante algunos minutos aquel retrato... mil cosas pensaría en aquel instante...supongo que muy a menudo en la soledad de aquella casa se preguntaría quien le arrebató de ese modo toda su vida... sólo las paredes de aquella habitación sabían de verdad todas las veces que llorando mientras dormía soñaba con que su familia volviese a casa...


Ya es sábado por la mañana, la verdad es que eso no le importaba mucho, para ella todos los días eran iguales, la misma monotonía de siempre. En ocasiones creo que no se acordaba ni en que día vivía, si era lunes o jueves, si comenzaba abril o ya estábamos en mayo; los días pasaban tan despacio que Ana prefería no llevar la cuenta...pero aquel día algo le inquietaba, estaba ojeando un calendario que había sacado del bolsillo... lo miró durante mucho rato hasta que lo metió de nuevo en el bolsillo de su bata; después continuó contemplando aquel horizonte que se divisaba desde su ventana...


Los días y las noches siguen pasando, uno tras otro y sin parar. El frió cada vez es mas cruel, ahora ya casi no llueve, pero nieva constantemente. Las calles están cubiertas por una alfombra blanca de aspecto aterciopelado. El manto de la noche es más negro y fúnebre y el sol ya no aguanta tanto en pie. Los atardeceres púrpuras se van volviendo grises y los amaneceres parecen no llegar nunca. Ella sigue pasando las mañanas al lado de su ventana empañada, contemplando un paisaje que le acompaña a lo largo de sus solitarios días... La chimenea del salón ahora está encendida casi todo el rato y el fuego se siente poderoso en la habitación al ver que la oscuridad y el frío desaparecen allí donde él baila.


Hoy el día ha salido vestido de un blanco puro y radiante. Al levantarse, Ana siente como una nostalgia muy grande que le oprime el pecho... Se da cuenta que hoy es 24 de diciembre. Por un momento se entristece, pero al asomarse a la ventana de su cuarto y ver la belleza que se esparce hasta el horizonte siente una tranquilidad que calma su desasosiego... aquel paisaje le trae muchos recuerdos, el olor de la mañana le embauca en una nube de fantasía y por un momento deja volar su imaginación... piensa en aquellos momentos que se le escaparon de sus manos sin darse cuenta y las lágrimas caen como perlas sobre su pálido rostro... al ver los campos cubiertos por la nieve parece que también ve a su hijo corriendo y jugando entre los arbustos. Hoy más que nunca sentirá la casa vacía y fría. Apenas nieva. Pero todo está hermoso. Los árboles cubiertos de azúcar parece que han sido trazados por un duende, todo tiene un aspecto muy dulce y hasta las casas se ven más lindas hoy que cualquier día en el invierno.

Ana ha bajado esta tarde del desván una caja de cartón cubierta de polvo. Dentro están todos los adornos de navidad: las bolitas del árbol, las luces, los lazos rojos y dorados, los cascabeles... se ha pasado todo el día adornando la casa con motivos navideños, quizás de algún modo eso le haga sentirse más acompañada, así parecerá que su marido y su hijo estarán con ella esta noche aunque no los vea.

Ha colocado el árbol de navidad junto a la mesa, donde a su marido le gustaba. Ha puesto el Nacimiento junto a la chimenea; ella recuerda que a su hijo le encantaba montarlo, le entusiasmaba colocar con cuidado cada figura y salir al campo a buscar musgo y tierra. Toda la casa estaba tal y como su familia la había dejado. Desde que ellos habían desaparecido Ana no había vuelto a celebrar la Navidad, siempre pensó que nada le iba a devolver lo que le habían quitado por mucho que ella lo desease, pero sin embargo este año algo era diferente. Esta noche las estrellas brillaban más que nunca, el cielo no estaba tan negro como de costumbre y los árboles se movían acompasados en dulce melodía con el viento. Todo estaba precioso. En el gran salón la mesa se había vestido de rojo, sobre ella había velas y algunas fuentes de plata, también estaban servidos tres platos de blanca porcelana con sus correspondientes copas y cubiertos.

Ya se acercaba la hora de la cena...Ana iba sintiendo la soledad y el vacío de aquella mesa, que años atrás había estado repleta de risas. Contempló aquel salón tan bonito sin saber qué hacer...entonces se sentó en el sofá, cogió la foto en blanco y negro de su familia que había sobre la mesita, la pegó contra su pecho y la abrazó fuertemente mientras entre lágrimas balbuceaba algunas palabras... cerró los ojos... y sentada en aquel sofá, abrigada por el calor de aquella habitación, sosteniendo la foto entre sus brazos le vino a la mente la imagen de su marido y su hijo cogidos de la mano perdiéndose llenos de vida en la lejanía del paisaje... abrigada por el calor el sueño la envolvía y se fue quedando dormida... y soñó... soñó con cosas bellas... soñó con la vejez, con la infancia, con el matrimonio, con la familia, con el recogimiento, con la compañía, con el amor y los abrazos, con los besos, con el compartir, con las reconciliaciones, con los reencuentros, con los apretones de manos, con las promesas, con las ilusiones y con los sueños que se hacen realidad...soñó con la Navidad... y mientras se encontraba dormida sumida en recuerdos y fantasías un olor que le era conocido se fue haciendo más intenso y más cercano; una mano le acarició cariñosamente la cara y le secó las lagrimas mientras le susurraba: “cariño, ya hemos vuelto”...entonces ella despertó y vio el rostro de su marido pegado al suyo...lo sintió tan cerca que creyó que seguía soñando...le abrazó y lo apretó, y lloró de alegría.. en seguida se levantó y miró a su alrededor. Todo estaba bien, cada cosa mantenía su lugar; después miró a su marido que permanecía sentado en el sofá, miró la foto, lo miró todo, y después se miró a si misma. La piel de sus manos estaba tersa y lisa. Su cara también lo estaba, sus labios eran carnosos y su pelo negro caía sobre su espalda recogido en una trenza y sujeto con una orquilla de plata... Ella no entendía muy bien que pasaba, pero la alegría le recorría el cuerpo.

Aquella Nochebuena cenaron los tres juntos y Ana permaneció callada durante toda la noche, aunque en su cara se dibujaba una sonrisa imborrable. Supongo que ahora comprende lo que hasta entonces no había querido creer: Si tienes fe en los sueños y sueñas con fuerza vivirás un sueño...
Datos del Cuento
  • Categoría: Sueños
  • Media: 6.21
  • Votos: 33
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