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Sonata Quasi una Fantasía

Era tarde, lo recuerdo bien.
Casi la 1, posiblemente faltase para las 2 A.M, el maldito reloj de péndulo sonaba incesante, no me dejaba dormir, y entre mis miedos, lo sentía a cada momento moverse bajo la cama.
¿Quién?, se preguntarán, pues la verdad, no lo sé.
Nuestra casa es de dos plantas, en el piso de abajo hay un inmenso piano de cola negro frente a la entrada, y fue con él, cuando supe que esta historia comenzaba.

Como mencioné el reloj de péndulo sonaba, y en la lejanía de mi habitación conectada al salón principal frente a la entrada, escuché claramente el piano sonando con una melodía que todas las noches me hacía dormir.
Sonata Quasi una Fantasía, Sonata Claro de Luna, como quieran llamarle.
Escuché aquello y rapidamente me lancé a ver quién tocaba a esas horas de la madrugada.
Mi habitacion fue quedando atrás y el frío calaba mis huesos.
El piano se veía inmenso y en su magnificencia, noté como la nada producía tal melodiosa composición.

El frio aumentaba, mi hermana pequeña, Teresa salia de su recamara con el pequeño bobo, su oso arrastrado por sus manos. Se restregaba los ojos y como si nada me preguntó:
– ¿Qué ocurre, Dahn?
La miré petrificado, obserando la cruel sombra de la muerte a punto de abrazarla.
– ¡Corre!- le grité.

La melodía seguía sonando entre las paredes de la casa y el ensordesedor vibrato del reloj de péndulo me corrompían los pensamientos.
Yo corría sin saber porqué. Teresa aún estaba en el segundo piso y la sombra me perseguía, su negrura era inmensa, parecía abarcar la casa en su plenitud, abordaba mis más siniestros pensamientos.
– ¿Qué ocurre Dahn?- preguntó mi hermana.
– Solo vete- le dije yo corriendo como loco.
– Pero, ¿por qué?
Tras ello, la puerta de mi habitación se cerró de golpe, una ventolera arremetió contra mi hermana, como si tuviera vida propia y la arrinconó.
Yo pensaba mil cosas, qué sucedía, era la inquicisión que más se repetía. El piano sonaba denigrante, triste, provocaba en mi un extraño deseo.
Corria y corria cuano al mirar atras y no ver nada me detuve al lado de las escaleras que conducen al segundo piso, estaba dispuesto a subir cuando al volverme, lo vi ahí, frente a mí, una capucha negra que me dejaba ver solo oscuridad.
Arremetió contra mí, mi miedo se oyó en un potente grito mientras que el piano seguía y seguia.
Los vitrales del frontis se cuajaron mientras yo en mi intento de safarme solo conseguía ponerme el traje del cual trataba de salir.
El reloj con su maldito péndulo no me dejaba oír mis pensamientos y esa odiosa melodía, tenia ganas de gritar… de huír.

– ¡Suéltame!- le gritaba- ¡déjame en paz!
Mi hermana gritaba y en el inmenso ventanal que da a las tierras traseras, por donde se observaba una brillante luna en ese momento, vi como Teresa se hallaba suspendida en el aire, una soga a su cuello y el pequeño bobo aún en sus brazos.
Una silueta con la palma derecha suspendida y la izquierda señalando hacia abajo me dejó atónito. Su enorme pene de serpiente y su horrible cara de depredador, un león. Sus alas estaban desplegadas, era magestuoso y aterrador.
Su voz retumbaba en mi mente.
– Dejame en paz, dejame en paz, dejame en paz, dejame en paz, ¿quieres…?- balbuceaba casi al punto de la locura.
Paz… uzu, Paz… uzu…. Paz… uzu…

La sonata Quasi una Fantasía tambien retumaba cuando finalmente su voz me habló:
– Morirás en mi manos, Dahn, te tendré en mi poder hasta que mueras…-
La figura de las manos raras y el pene de serpiente habia desaparecido. Se sentía un batir de alas que me helaba la sangre y su risa que te penetraba en el cerebro como la risa de una hiena me volvía loco.
– ¿Quién demonios eres?- pregunte en un grito.
– No soy ellos, soy él.
El Rey de los espíritus del viento, el portador de la peste, las plagas, la muerte…
Su risa se desvaneció y finalmente la sonata dejó oír su coda.

A la mañana siguiente mamá me vio tendido junto a las escaleras tapado en un manto negro precioso, mi hermana colgada no era parte de su visión hasta que practicamente calló al suelo.
– ¡Dahn!- gritó mi madre soltando en un llanto- ¿qué ha pasado, Dahn?
– No soy Dahn- dije en dos voces, una al revés y una derecha.
– Qué.
– Tu hijo es mio ahora.
– De que hablas, Dahn.
– No soy Dahn.
– ¿Quién eres entonces?
– Soy Pazuzu- dije irguiendome- Rey de los Espíritus del Viento.

Ante ello, una plaga de moscas saltó de mi boca y atacó a mamá, mi hermana sucumbió ante ellas y en poco menos de nada, ambas solo eran un cadáver podrido entre larbas.

Luego de eso no recuerdo nada… salvo el reloj que esa mañana, seguía con su péndulo.

Datos del Cuento
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