“Hay un pasado que se
fue para siempre, pero 
hay un futuro que 
todavía es nuestro.” 
F.W Robertsoh
El sol vuelve  a salir. Otra vez su tibieza hace desaparecer la frialdad que el intenso invierno ha dejado. Yo  empiezo a  sonreír  de   nuevo, aunque es casi imposible disipar la tristeza, que me dejó con su ausencia, mi mejor amiga.
Al evocarla,  su nombre brota de repente, como un haz de luz en la  penumbra del recuerdo. Me duele su ausencia, y el adiós que no me diera. Cuánto extraño su compañía, sus palabras, sus risas, aunque en los últimos años éstas se hubiesen transformado en un rictus amargo, difícil de borrar de ese  rostro de cálida  belleza. 
Su vida se había transformado en un cúmulo de contratiempos y dificultades económicas, debido a la perdida de sus seres queridos en  un fatídico accidente aéreo. Ella sobrevivió, pero con grandes quebrantos de salud. Después de mucho tiempo de permanecer recluida en una clínica, fue dada de alta. Al regresar a su hogar, sólo halló el recuerdo de una vida feliz. Sus padres ya no estaban y esa soledad abrumadora aprisionó su alma y su alegría de vivir. Decidió, entonces, regresar a la casa de su infancia. La vida campestre sería un bálsamo de paz para tanta tristeza y  un camino hacia su recuperación. El deseo por volver, se  convirtió en una obsesión enfermiza. 
Al  comprobar que la propiedad ya no le pertenecía, se sumió en una honda depresión que la afectó demasiado. Meses después el médico descubrió una enfermedad Terminal, que le cambió totalmente la  existencia.
Estos cálidos días de julio, son propicios para recordar la invitación que nos hiciera: Pasar con algunas de nuestras amistades, un fin de semana en una  finca, al oriente de la ciudad. La noté diferente, era otra mujer. Al verla nadie pensaría que una grave enfermedad la aquejaba. La exaltación  ponía en su mirada chispitas de ilusión y una vitalidad que la hacía rejuvenecer.  Le pregunté por los motivos de esa  alegría y me confesó que el lugar a donde nos había invitado era la casa de su niñez. El retorno la hacía inmensamente feliz. Me sentí muy optimista y pensé en el beneficio que este viaje le reportaría. Muy contentos todos aceptamos.
Salimos de la ciudad el sábado muy temprano. El trayecto lo hicimos en medio de  una gran animación. Laura no participó, absorta parecía contemplar el paisaje, pero aunque su cuerpo estaba allí, junto a nosotros, su espíritu  había emprendido un viaje hacia el pasado.
Faltando poco para llegar, fue menester seguir el camino a pie. Un puente sobre el río era reparado. Optamos, entonces, por tomar un atajo y seguir por el sendero  que atravesaba  la  colina; ascenderlo fue para todos una proeza. El sol  caía directamente sobre nuestras espaldas, aumentando la fatiga.
En la cima nos dispusimos  a tomar un descanso, pero mi amiga, continuó el avance. La ansiedad mitigaba el agotamiento, y apresurando el paso  se alejó. De inmediato fui tras ella. A punto de alcanzarla, se detuvo, fija la mirada en la casa que imponente se levantaba entre la vegetación. Me acerqué en silencio. La sentí respirar con dificultad.
 Ignorando mi presencia  se acercó a la entrada. Sus manos se aferraron a los barrotes de la puerta, en un vano intento por contrarrestar la emoción que sentía. Consciente de mi presencia se volvió. Me asusté al ver tanto dolor contenido en la expresión de su rostro.  Al notar esa mirada desnuda e indefensa y esa angustia letal  que yo no comprendía, me dieron ganas de llorar. Un presentimiento funesto me invadió el alma. Traté de sonreír, pero fue en vano, ella me había contagiado su tristeza.  
Mirando hacia la casa murmuró:
-	Todo está muy cambiado. Cada rincón conserva aún, el recuerdo de mi ayer feliz. Cierro los ojos con la esperanza de que el tiempo no haya transcurrido y que…- no pudo continuar, el llanto ahogó sus palabras. Abrazarla fue la única manera que encontré para atenuar un poco su pena.
Desprendiéndose de mis brazos, abrió las puertas del portón e ingresó al jardín. La seguí mientras observaba el lugar. La brisa agitó suavemente mis cabellos. Aspiré con deleite el aire que traía fragancias de flores y el aroma penetrante de  la yerbabuena,  y la manzanilla.
Admiré la casa, increíblemente bien conservada, como invencible  al paso del tiempo. Su color blanco contrastaba con el verde de su entorno y el  profundo azul del cielo. Laura caminó abstraída, ignorando la poesía en ese cálido ambiente  florecido, tampoco le fue posible escuchar, el murmullo del viento, que entre los eucaliptos le daba una  bienvenida.
Volviendo de su mundo dijo:
-	¿Sabes? Percibo la presencia espiritual de quienes me antecedieron con su muerte. Pronto me iré, lo presiento…-  quise interrumpirla, sacarla del abismo depresivo por donde la veía resbalar. Pero ella continuó…- siempre soné con volver,  recuperar tantas cosas perdidas: la fe, la alegría, el deseo de vivir. Ahora comprendo que mi esperanza, sólo encerraba una ilusión- Guardó silencio. Sus ojos apagados eran la viva estampa de la resignación.
Unidas por un fuerte  abrazo, lloramos al compartir la nostalgia del tiempo ido. Era sin yo saber, el póstumo homenaje a un pasado que ella acababa de sepultar. Permanecimos así por unos momentos, hasta que escuchamos las  voces de nuestros amigos  que se acercaban.
Laura pasó el resto de la tarde recorriendo los alrededores. Quiso estar sola, pero desde la distancia yo la acompañaba. Los vuelos de su vestido, que el viento movía suavemente, su largo cabello y su lento caminar, produjeron en mi mente, una visión fantástica: Una figura incorpórea, con su belleza inútil, vagando a la media luz del crepúsculo.
Cuando regresó a la casa, manifestó su deseo por descansar. En su rostro noté la huella de un cansancio profundo. La acompañé  hasta la habitación. Su actitud serena compensó mi preocupación  y recuperé un poco de tranquilidad.
Ya acostada, me miró como si deseara decirme algo. Sus palabras quedaron paralizadas, como una estatua en la mitad de cualquier lugar.  Se limitó, entonces,  a sonreír. No pude comprender esa sonrisa. Era dulce, plena de ternura, pero demasiado extraña y enigmática. Cerrando los ojos musitó unas gracias, que más que escuchar adiviné. Me quedé  a su lado, hasta que el ritmo de la respiración me indicó que dormía  profundamente. La miré por unos instantes. Una dulce paz se aposentó sobre sus párpados. Me retiré pensando en la advertencia del médico: una fuerte emoción, podría ser  fatal. Respiré con alivio, al  saber que ella se encontraba bien
Hacia las ocho de la noche regresé al cuarto para despertarla. Era la hora de cenar.  Una desfalleciente claridad entraba por la ventana, iluminando la habitación. El silencio no me pareció normal y penetró por mis poros hasta el cerebro.  De nuevo me invadió el presentimiento de horas atrás. Con el corazón a punto de salirse de mi pecho, me acerqué a la cama. Sentí que algo temblaba detrás de mis párpados, al confirmar que Laura se había marchado.
Sentí  el grito. Surgió de la propia noche. Vino  de muy lejos. Era un grito silencioso que no alcanzó a brotar de mi garganta. Una oscuridad interior acudió en mi auxilio y lentamente me fui sumiendo en la inconsciencia y en el olvido.                                
                             
                            
Su cuento esta muy triste,pero es bueno de ves en cuando leer cuentos asi, que lo ayuden a uno a reflesionar sobre la vida, felicitasiones, y lo que mas me gusta es que parece una novela