Soy una rubia espectacular, tal vez por eso, superficial, histérica y preocupada eternamente por el color rosa fuerte de mis uñas, los reflejos azulados de mis pestañas, la última moda en jeans ajustados que marcan hasta mi conciencia, los tacones que desmayan a más de uno o esos pendientes a juego en el precio con mi último caro perfume que deja huella de selecto, de exquisito, por donde quiera que vaya.

Por ser rubia, esbelta, bien formada pertenezco y soy aceptada en ese selecto grupo de niñas bien superficiales que tienen en sus mechas, tintes, ropa llamativa de marca y sujetadores minúsculos que se desbordan de ganas el decálogo de cómo pillar a guapetón, rico, forrado y con coche descapotable, a se posible llamativo de color para que las también rubias superficiales, histéricas, esteriotipadas de mis amigas, puedan morirse de envidia viendo como me quedo con el mejor partido, el mejor ligue, obtenido con premeditación, alevosía, nocturnidad y mucha gracia, el cual despues de haber degustado mis cinco kilos de maquillaje, mis voluminosos labios y mis incontables operaciones de nalgas, con su sonrisa estética y estirada y un estudiado levantamiento de ceja de esos que... cuando menos matan, me dice: nena mañana tenemos fiesta, irá gente muy importante para cerrar un negocio, cariño ¡ponte la minifalda!.

Pero a pesar de ser rubia y poder pasar pasar desapercibida en toda la fauna de niñas de papá que exhiben la American Express Oro como si fuera su carnet de identidad, tengo un enorme problema que no me deja dormir por las noches, que me hace sentirme como una niña boba y desubicada, carente de personalidad y falta de todo tipo de autenticidad que confirme mi pura raza.

Soy de esas escasas personas que aún tienen algo que esconder y es que soy rubia sí, muy rubia pero ¡¡una rubia natural!!! mis raíces son como mi tarjeta de crédito: doradas!! y si se enteran quienes me mantienen en el pedestal de las del bote del tinte gastado sin prejuicios a toneladas ¡es que me matan!!.