El río iba inquieto dando saltos entre blancas piedras, en busca del mar, su amigo inseparable, para pedirle consejos que evitaran su sequía. El mar lo esperaba con sus encrespadas olas, peinadas y despeinadas por la fuerte brisa y con su infinito caudal azul, imposible de secarse, porque inundaba prácticamente la mitad de la tierra; estaba dispuesto a escuchar a su amigo, que si bien era distinto a él, de alguna forma podría ayudarlo. Nadie sabe que conversaron, nadie escuchó lo que el mar le dijo al río, solo se sabe que el mar se quedó en calma, mientras el río se alejó cantando al son de sus corrientes, aspirando el perfume de las flores silvestres que adornaban su ribera.