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Real Quelepa

Era un día caluroso, el sol vigilaba más de cerca a sus pobladores y enviaba cada vez más los rayos ardientes en que sus habitantes ya estaban acostumbrados a recibirlos pero siempre no dejaba de oírse los rezongos ¡que calor!
Pero bien, en medio de este pasaje, el tráfico no cesaba de trabajar; las terminales estaban llenas de gentes y buses. El alarmante y un poco disgustoso jerga de los cobradores; no por eso iba la gente de dejar este común arranque de la vida, ¡Viajar es un placer...!
Un cobrador un poco brusco, quedaba casi en el aire, por la puerta del bus. Iba lleno muy lleno de gente; iban desde la capital hacia oriente, a la ciudad calurosa, tenía que ser algo importante para viajar por esos lados que en estos años son tan peligrosos, ¡y lo eran!. Si, en él viajaba un muchacho tenía que llegar a lo prometido y no podía dar paso atrás.
- ¡San Miguel!, ¡San Miguel! – decía el cobrador mientras golpeaba los metales del vehículo.
- ¿Quién se baja?, ¡apúrese señora que ya va a arrancar, hombre!
- ¿Y para donde va usted?
- ¡Eh...! para Quelepa.
- ¡Ah! Al desvío.
- Sí.
- Aquí está el vuelto
- Gracias, perdone, ¿queda largo?
- No, ahí nomás es, ya vamos a llegar ¡dele!, ¡dele...!
Las carreteras eran nuevas y desconocidas, era como si una aventura maravillosa iba a pasarle.
Se llamaba Alejandro, alto, delgado, de poca arrogancia, simpático y cortés. Llevaba
Sobre sus piernas una maleta grande, al parecer cambiaba de domicilio.
- ¡Quelepa!, ¡desvío de Quelepa!
- Aquí me quedo.
- Eche esa maleta se la voy a tener.
- ¡Ah!, gracias.
Se bajó del bus, enfrente de éste, estaba una escuela y un camino largo y polvoso.
- ¡Uf! de aquí me parece que voy a caminar bastante, pero ¡así es! ... ya sé, voy a seguir a esas mujeres.
- ¡Buenos días!
- Buenas ¿este es el camino a Quelepa?
- Sí, váyase recto, sin cruzar y va a llegar.
- Gracias..., ay! Que polvoso es aquí, ¡cómo se va a parecer la capital!, ¡Nunca!
Miró un alto y frondoso amate.
- ¡Uy! Estos árboles me asustan... aquí hay dos caminos, esta casa hermosa las divide, ¡Oh! Allí viene un carro, voy a ver hacia donde va... ¡Ah, si recto!, ¡yajú!
Caminó otro tanto más y llega casi cerca del pueblo.
- ¡Qué hermosa loma! Aquellas casitas, creo que es una colonia, ¡los cerros!, me parece que este pueblo me gustará... Y este puente, que feo está el abismo, ¡oh! Me mareo, ¡ja! No es nada.
Divisa la primera casa, es una casa blanca, desde allí empieza el adoquinado. Todo es tranquilo, ni una bulla sólo el susurro del viento.
- ¡Qué paisaje...! ahora doblo ¡uy! Disculpe señora ¿puede indicarme?, la casa que busco es la...
- Mire, de esa esquina, doble y llega.
- Gracias...
Se siente que tocan la puerta, alguien abre, está uniformado pero es un uniforme viejo y tosco. El hombre se cuadra inmediatamente.
- ¿Usted es mi sargento?
- Si yo soy, agarrame la maleta que vengo cansado.
- Disculpe, no sabíamos que iba a llegar; voy a hacer la limpieza.
- No te preocupes, no es necesario pero deseo saber a donde está el dormitorio.
- Allí.
- ¿Por qué aquí no hay muebles? Todo está solo.
- No sé.
- ¿Acaso no han mandado?
- No.
- ¿Y el televisor?
- No sirve, está arruinado.
Camina un tanto más y...
- ¡Ey, no hay cama!
- No, nosotros dormimos en el suelo.
Pega una carcajada de alegría.
- No me importa, ya estoy acostumbrado. ¡Qué pueblo! No hay mercado ni parque, esto más parece un barrio del departamento.
- Están en proyecto de reconstrucción.
Se sienta en la única silla de la casa, era de lata pintada, un poco rechinada. Va y busca en el cajón del escritorio y saca casi todos los papeles; las hojea minuciosamente. El hombre observa la pálida cara de su jefe.
- Decime ¿Cómo era el comandante anterior?
- Como todos igual
- ¿Cómo pues?
- Mi sargento, no debo decir.
- ¡Qué más! Comprende que todos los anteriores habían sido unos abusadores de la ignorancia de su prójimo para embrutecerlos...
La hora del almuerzo ha llegado. En la lejana calle se ven unas mujeres con platos envueltos.
- Buenas
- ¿Qué desean señoras?
- Perdone, pero le traemos el almuerzo.
- ¡Ah!, entren, entren... ¡vengan a recoger esto muchachos!
- Mi sargento, ¿no va a comer
- No, voy a rondar el pueblo.
- ¿A ésta hora?
- ¡A ésta hora!
Sale; la acera era alta, no muy alta. Enfrente de ella estaba un patio grande, lugar donde pasaban ellos: los guardias civiles.
Hacia el norte estaba la iglesia, sencilla pero bonita, casa blanca que se podía decir era el centro de la villa. A la par de la Comandancia esta el ANTEL. Adentro de él, se oía el golpeo de una máquina de escribir: Era el Juzgado; y al doblar la esquina, una pasillo limpio con postes de cemento y algunos bancos, era la alcaldía, enfrente de ella, el lote de grama que al parecer era el parque, a un tanto abajo, la Clínica de Salud, Todo era sencillo.
- Por qué Dios me ha dado este destino si yo no lo quería así?...

Qué mañana tan fresca. Los maizales en el camino anuncian la aurora, los pájaros, todo es bello. Los niños, los jóvenes y muchachas caminan por el destino que todos debemos usar: “La Escuela”. Alejando en la puerta los mira pasar.
- Oye, ¿y esos carros?
- Los profesores no son de aquí.
- ¿De donde son?
- De San Miguel, muy de mañana llegan los taxis, mi sargento hoy vendrá mi mamá.
- Tómate todo el día.
- ¿Cómo?
- Que te lo tomes, venís mañana.
- ¿Sí?, ¡gracias!
En los ojos de Alejandro se refleja la humildad.
Las horas pasan y Alejandro debe cuidar el poblado.
- Mi sargento
- ¿Qué?
- Deme permiso, voy a inyectarme a la clínica
- No tardes pues.
Ese hombre era apellido Zavala, había sido soldado y pertenecido a un batallón. Había otro más sencillo, se llamaba Chepe; tenía la vida muy pobre de cultura, estaba allí porque mantenía a su madre y una vida incierta que proceder...
Alejandro está solo, en su única silla; descansa apoyado en el escritorio. Observa la calle y piensa en su pueblo, en su gente. Un bulto nubló el lejano pensamiento de Alejandro cuando...
- Muy buenas mi comandante, venía aquí por una necesidad, es que no se puede imaginar.
- Dígame.
- Señor, me lo puede liberar.
- Veremos.
- Señor ¿por qué es tan serio?
- Es hijo único.
- Sí.
- Entonces lléveselo.
- Tome.
Los ojos pequeños de Alejandro se engrandecieron al ver sobre la mesa un poco de dinero.
- Señora, yo no le he pedido dinero.
- Señor, aquí todos lo hacen.
- ¿Cómo?
- Este... disculpe.
- No, no, dígamelo.
- Este, ya estamos acostumbrados, agárrelo.
- No, no debo cogérselo.
- Entonces, le voy a traer una gallina.
- Eso sí, tráigamela.
- Y bien cocinada.
Sonrío un poco pero siguió pensando y pensando.
- Si no era esta mi vocación y la escogí sin pensar, creo que no voy a durar.
El silencio, el ruido del viento factor indispensable en los pueblos donde todo parece tranquilo ¡pero no lo era!
- Zavala, vamos a la escuelita.
- Bueno mi sargento, para eso somos.
- Por favor, no me hables así.
Apenas una cuadra y se llega a lo prometido. En ella habían muchos niños gritando como fieras y riendo como la brisa del viento sopla al hablar.
Por un árbol estaba una muchacha al parecer estudiante pero no lo era. Era una maestra de enseñanza primaria, joven y simpática.
- Buenos días señores, gusto en conocerlos.
- ¿Es nueva? No sabía, dígame su nombre.
- Usted es el comandante nuevo, ¡vaya! Me llamo Luisa.
- A sus órdenes, me llamo Alejandro y llámeme así.
Adentro del pensamiento del hombre da cabida a algo nuevo. Piensa constantemente en Luisa.
- ¡no está mal!, me gusta, solo espero que...
- ¡Sargento!
- ¿Qué querés?
- Perdone
- No, no es nada, háblame ya y al grano.
- Me quiero salir ya no quiero estar aquí, es que yo creo...
- ¿Qué creés?
- Que no nací para militar.
Sonríe
- ¿Por qué lo decís? No sabes que a mi me pasa lo mismo.
- ¡Mi sargento!
- Sí ente veces, deseara ser mejor un civil.
- ¿Por qué lo dice?
- Porque, no tengo hígados para matar.
- Y entonces ¿por qué ha llagado sargento?
- Tenía que ascender para ganar más.
- Permiso.
- No te vayas si no querés pero esto que te he dicho, no se lo cuentes a nadie.
- No...
En la calle, en el monótono rondín llegaron a una casa, ya casi fuera del poblado.
- ¡Joy, compadre!
- ¡Ajá, que hubo! ¡A traer maíz! ¿qué no está cansado de tanto estar encaramado en esa carreta? Le va a doler el lomo.
- Pues mire, que si no trabajamos, no comemos, usted lo que tiene es pereza.
- ¡Nada primo! Si usted tiene pisto, ¡ve! Pisto; ¡oh, comanche! ¿qué tal?
- Por aquí bien, siempre trabajando.
- No le haga caso mi sargento, es loco.
- ¿Qué el loco sos vos, ¡sos haragán!, ¡huevón!
- ¡Gallina!, ¡gallo!, ¡gallón!
Ríen.
- Vaya, los voy a meter a la bartolina.
- ¿Cómo dijo?, ¡ah, no!, pues nos vemos, ¡adiós primo!
- Adiós... ¿es algo tuyo?
- Sí, somos compadres.
- Es muy divertido, me dijeron que querías hablar conmigo.
- Sí mi sargento es con relación a la patrulla.
- ¿Qué?, ¿ya no querés comandante?
- Sí, fíjese que ya no me hacen caso.
- ¡Ah! Y querés poner a tu compadre.
- No, es de verdad, me buscan.
- ¿Quién?
- La guerrilla.
- Y sólo por eso. ¿crees que a mi no?
- Sí pero, yo tengo mujer, hijos y todo.
Hace un gesto negativo – Bueno, voy a ver.
- Entre adentro, le tengo café y todo lo bueno que hay.
No hubo tiempo de entrar, llega una mujer enojada.
- Señor comandante, se han llevado mi chumpe.
- ¿Quién?
- Venga por favor, se lo han llevado.
- Voy a mandar a un guardia.
- ¡No!, yo quiero que vaya usted, es un borracho.
- ¿Quién?
- Mi marido.
- ¡Ah, con que su marido!
- ¡Allá está señor!
- ¡Hey Zavala! Seguílo, sigámoslo.
El borrachín estaba medio bebido.
- Tome señora su chumpe.
- ¿No lo van a meter preso?
- ¿Para qué?
- Desgraciado.
Ríen – No sé por qué hay desigualdades Zavala.
- Dios ha permitido.
- No seas tan simple.
- Señor, yo no sé nada...

Era día de fiesta en la escuela. Todo estaba alegre, la mañana era fresca y muchos factores daba el aspecto sano del poblado.
Alejandro como siempre tenía que ir a cuidar; Luisa estaba allí; Alejandro se dirigió a ella con sonrisa de pretendiente.
- ¡Hola!, ¿qué tal la fiesta?
- Todo está bien, muy bien.
- ¿Te gustan las fiestas?
- Creo que un poco.
Luisa desinteresada con él, como que si no le importara el uniforme.
- ¿Por qué es tan indiferente?
- No lo soy, así es mi forma de ser.
- ¡Oh! Entonces, disculpe.
- ¿Pero por qué se va? ¿no lo estoy echando?
- Luisa, tengo un compromiso.
- Espere, quiero hablar más a fondo con usted.
- ¿Conmigo?, no puede ser.
- Sí, dígame que día tendrá libre.
- Cualquiera, sólo dígame.
- El viernes por la tarde.
- Está bien.
- Alejandro
- Sí
- No piense mal
- ¡N..., no!

- Mi sargento.
- ¿Qué querés Zavala?
- Sólo quiero preguntarle los días que tiene y no ha ido a visitar a su mamá.
- ¡Dios mío! Creo que soy un ingrato.
- No, no diga eso, puede escribirle también.
Sentado en su escritorio observando la sola calle, atendía las sugerencias de su querido discípulo.
- Sí, le voy a poner una carta.
- Señor.
- ¿Qué?
- Cuando estuve en le batallón no me dieron este trato.
Ríe - ¿Por qué sos tan simple? Esto no es un cuartel; imagínate si estuvieras en uno de ellos ¡Mira, mejor no hablar!
- Señor, tengo miedo.
- ¿Miedo?... ¿de qué?, mirá, después de hacer esto nos vamos a la escuela.
- Bueno mi sargento, ¿me puedo retirar?
La hora de la cita ha llegado. No, no era cita romántica; al parecer, cita social o alguna cosa.
- Zavala, te quedás aquí, con Chepe, Mauro y Tito, ya vengo, ¡Ah! Si llaman por teléfono les decís que me vuelvan a llamar...
En la otra punta del pueblo estaba Luisa con un amigo.
- ¡Estás loca!, ¿Cómo te pones a creer que vas a hablar así de esa forma con ese estúpido?
- Mirá, lo tengo bien controlado, además no creo que esté con ellos. Bueno voy a intentar.
- Suerte pues, y que te vaya bien...
Alejandro la divisó, aligeró el los pasos así como la respiración.
- ¡Hola Luisa!, ¿Cómo has estado?, ¿para qué me querés?
- Solamente te quería decir algunas cosas importantes.
- ¿Cómo cuales?
- ¿Te llevas bien con el coronel?
- ¿Yo?, ¿con el coronel? No, creo que no.
- ¿Y por qué?
- Es un tipo dominante, no, no me gusta, pero ¿por qué me preguntas eso?
- No, curiosidad.
- Luisa, ¿que tiene que ver esto conmigo?
- No, nada.
- ¿Qué te interesa de esto?, ¡decímelo!
- No puedo.
Pausa – Alejando, ¿estás contento con ese trabajo? Yo he visto que sos muy distinto a los tantos que he conocido y quería saber porqué.
Alejandro bajó su mirada melancólica para pensar un rato.
- Luisa, cuando era niño me gustó esta carrera, visitaba cuarteles y pensaba que era hermoso vivir así. Después fui muchacho y mi forma de pensar cambió un poco, pero tenía que formar mi destino y lo escogí aunque no me gusta el machismo de estas gentes.
- ¿Y cómo quisieras que fuera?
- No sé, no sé.
- Es muy interesante tu plática.
- No sé, pero te he confesado sólo a vos, no se lo contés a alguien más.
- Descuídate, yo no lo voy a hacer, y ahora las armas.
- ¿Armas? Este es un pueblo pobre, unos cuantos checos.
- ¿Y tu coronel te da ordenes?
- Siempre le llevo información. Luisa ¿te gusta lo militar?
- Un poco... ya me voy y gracias.
- ¡Que absurdo! ¿esto era la cita?
- Si no te molesta.
- Luisa – sujetándola de los hombros – yo tengo una pregunta.
- ¿Qué es?
- Quisiera ser tu novio.
- No, por ahora no, nos vemos.
Alejandro quedó solo, se sentó en la acera y pensaba:
- ¿Por qué es así? ¿y esas preguntas?
Hubo silencio, en eso llegó un individuo algo ebrio.
- Pss, mi sargento.
- ¿Qué deseas?
- Linda no, pero no es para usted.
- ¿Por qué me decís así?
- Pues, porque... ella... ayuda a...
- Retírate sino vas a estar en bartolina.
Se levantó, se fue caminando por el pequeño poblado de calles adoquinadas, miraba el suelo ya nada se podía contener, él ya sospechaba, sin embargo no le asombró pues tenía la idea, simpatizante de lo opuesto de su profesión.
- Estoy joven – pensaba – voy a pedir la baja o me jubilo.
Los días pasaban y la época de otoño se venía. El año escolar se acercaba a su culminación.
Alejandro siempre en su escritorio ya familiar, revolvía y revolvía papeles buscaba algún dato; la pared de la casa, llena de cosas simples como dibujos en papel bond de fusiles o fotos de los guardias civiles. A un rincón, el viejo televisor en el suelo ya arruinado reflejaba en su pantalla el otro lado de la visa del jefe de la comandancia, ese lado que no vale nada.
- Tito.
- Mande mi sargento.
- ¿A dónde están los carnets de los reclutas, si a vos te los dejé?
- Pues mire se los voy a buscar.
- ¡No! Ya busqué aquí- Hablale a Mauro.
- Mi sargento, hay viene el cartero.
- ¡Ah!
- Muy buenas mi teniente.
- Sargento.
- Lo que sea: buenas y malas.
- ¿Cómo?, démelas por favor. Un telegrama ¡Bah!, de mi Mayor; y la carta, ¡de mi mamá!, gracias amigo, cuídese.
Vamos a ver, mi Mayor me dice que hay reunión de comanches en la Tercera Brigada de Infantería allá en San Miguel... mi mamá... pobre mamá, no sabe lo que pasa aquí, ni del pueblo, ni de Luisa.

Abre la carta que contiene pocas palabras enternecidas.
“Alejandro: te escribo la presente, ya que quiero saber como estás, si supieras lo preocupada que paso, rogando a Dios que te cuide. Las noticias me afligen, vos sólo allí, yo estoy un poco enferma. Por qué no vuelves al cuartel de aquí y creces como tu papá: Un General; sí pide traslado para acá, hacelo, te lo pido yo que...
- ¡No...!
- Mi sargento, aquí está Mauro y halló los papeles que quería, ¿comanche que le pasa?
- Que se quede Mauro, vos andate a la ¡M...!, disculpa, podes retirarte. Mauro ¿y los demás?
- Están afuera los voy a llamar.
- No Mauro, sos el más viejo aquí, ¡ma! Lee la carta.
- Yo no sé leer.
- ¡Ay no!, bien Mauro yo no puedo seguir aquí ¿sabes? Yo me jubilo y ya pues.
- ¿Pero por qué mi sargento? No sabe que anoche atacaron Chinameca.
- Este es un pueblo tranquilo.
- No, no es tranquilo... mi familia lo han visto.
- A esos...
- Sí, a los muchachos, pero lejos fíjese lejos.
- De todos modos, eso no me preocupa, yo no puedo seguir así.
- Mi sargento.
- ¡No! no me llames así, yo no soy nada, nada.
- Al que se fue nadie lo quería pero a usted sí, no se vaya del pueblo. Nosotros vamos a defenderlo con toda nuestra fuerza, ya va a ver que con nosotros no pueden.
- Mauro, traeme café.
- ¿De donde?
- De la niña Chefa.
Se va el hombre y junto se lleva ese mente de niño que Alejandro no soportó escuchar.
Tocan la puerta, es una mujer; si, es Luisa, a pesar que es día sábado. Ella aparece dispuesto a todo.
- Alejandro ¿puedo entrar?
Él no la veía, había bajado su cabeza.
- Alejandro... ¿Tenés problemas? Tal vez yo te ayude, te vengo a dejar esto.
- Luisa, sentate ¿pero, qué es eso?
- Vengo a despedirme.
- ¡Qué! ¿Por qué? Explícame.
- Soy una simple principiante y he decidido trabajar con niños campesinos.
- Nunca voy a entenderte – de un solo golpe se sentó ya que estaba parado con la noticia agravadora de sus penas.
- Estos son mis recuerdos tal vez te gusten.
- No quiero nada Luisa, eso me haría recordarte siempre y me duele al hacerlo, yo también me voy pero no es todavía.
- Yo voy a esperar el fin del año escolar y la navidad la pasare aquí. Pero ¿por qué te vas vos también?
- No he nacido para esto, todo el pueblo dice que soy muy raro, por lo contrario que he sido a los demás anteriores y es que no tengo esa ideología, m gusta el orden, la justicia, la cultura y el progreso y bajo estas circunstancias no puedo trabajar así. Yo me pregunto: ¿Existirán militares como yo deseo que fueran?
- Seguro que sí, pero no en este país.
- Luisa no sé, quisiera desertar e irme lejos.
- Mira a tus guardias ¿los vas a dejar solos?
- No... Luisa no quiero que contés esto a alguien.
- Descuida, no querés mi regalo, me voy.
- Podés irte, vos no me amas.
Luisa lo miró, quiso detenerse pero no pudo; el impulso de seguir adelante no la detuvo. Cruzó la calle, lo dejó a él pensando y sentado en la silla.

Después de unos días, el Comandante local está en la calle que una primera vez puso los pies para entrar al pueblo. Está contento; ve a hombres trabajando afanosamente más por ganar dinero que por embellecer la calle.
- Que bien, ahora si la calle se ve mejor, ¡hey capataz! Ya no va a haber polvo ¿no?
- ¡Ay sargento! Se acordaron de su pueblo.
En eso por la carretera principal se acercan unos camiones verdes que no pararon allí, sino que caminaron mucho más allá.
- ¿Tropa? ¿Y para donde irán?
- Es refuerzo para Ciudad Barrios.
- ‘Hijuelule’ sargento y hasta cuando se va a acabar esto con esos malditos guerrinches que a saber que pelean.
Alejandro pensó; parece que él sí tenía la respuesta, la misma quizás por la que él diera; por el motivo que él tiene y que si fuera posible, lucharía como un contra por conseguir sus ideales y destruir toda norma cuartelera.
- Nos vemos capataz ¡y trabaje!...
Llegó a la casa, más que oficina y quiso evocar tantas cosas: mi graduación, el día del soldado con tantos regalos.
- El pueblo me aprecia, si.
Sonreía tiernamente, la mirada dulce de aquellos momentos buenos pero pasajeros.
- No, no voy a irme donde mi madre, me quedo en oriente en el pueblo de mi amigo Luis. Sí, allí voy a hacerme pescador, cerca del mar en Jucuarán.
- Mi sargento
- Sí
- Soy un cobarde.
- No, solo que hay algo que tiene, aquí no es feliz, sólo por eso.
- No, yo a ustedes los quiero como hijos ¡si, como hijos! Sépanlo, no los olvido; pero es que, no tengo valor de llevar las cosas yo solo. Quiero hacer reformas aquí, este pueblo es valiente, generoso, tiene tanto pero le falta progreso. No, yo me voy lejos, quiero buscar la paz de mi alma.
- Mi sargento, ¿quiere café?
- Sí, traeme un poquito.

Las vísperas de Octubre, el clima lo decía: vientos, hojas, auroras, todo cambiaba hasta el caso de dos personas que se alejaban de la realidad, de esa realidad que era urgente arreglar.
Alejandro está en la esquina de la escuela viendo al mundo pasar y entre tantos divisaba a Luisa que se iba. Llega ella y lo mira; sus ojos hablaron y se despedían, él estaba estático, mudo, observando.
- Adiós Alejandro, esta despedida es tan mísera.
- Yo me voy con todo y miserias.
- No tengas rencor conmigo.
- Más bien olvido.
Dio la vuelta, caminaba lento, él hubiera deseado que desapareciera como el viento, era imposible, él creía y no creía, fue duro para él. La veía, la vio hasta que sus ojos se opacaron de ver, estaba estático, su corazón palpitaba, la respiración era poca y su rostro se entristeció, poniéndosele los ojos, empañados de lágrimas.

Tenía planeado su forma de salir de aquel destierro e irse a hacer patria a otra parte.

Ahora está sentado en la acera de la casa que está al principio o entrada del pueblo; una casa blanca, tienda común, al frente de ésta, hay música cualquiera.
Por allí pasan las carreteras que matutinalmente van cargadas de maíz y rastrojos.
Llegan los taxis trayendo y llevando gente, a lo lejos se ven las lomas, la colonia nueva o a lo mejor sus famosas ruinas. Siendo Noviembre un pequeño, un pequeño y fresco viento revoloteaba en el aire.
Está sentado, compra charamuscas, saluda a todos los carreteros con sus cargas de maíz.
- ¡Joy comanche! ¿qué tal?
- Por aquí distrayéndome, ¿y que tal la cosecha? – vestía pantalón ocre viejo, sombrero curtido y encaramado en la carreta junto con otro más joven platicaban.
- Pues bien, que aquí lo llevo al desgranadero.
- ¡Y vos!, ¿qué tal? ¿a dónde trabajas?.
- En la hacienda. Fíjese que tenemos que trabajar dos tandas para ganarnos diez pesos y si solo trabajamos uno y el otro no nos dan los diez pesos. Nos vemos.
- Adiós (vida del campesino esta).
- Perdón señor.
- Si, ¿que querés?
- Le pido un favor, yo he ido buscar trabajo y me han pedido recomendaciones y le pido que me de una usted.
- Mi sargento, le hablan por teléfono.
- Ya voy, seguíme muchacho.


Hacía casi un año que Alejandro había llegado o mejor dicho los cumplía, para él era lo suficiente; la experiencia había sido tan grande para tomar su gran decisión.


La mañana era fresca, silenciosa, luminosa. Unos pocos hombres estaban despiertos, todos dormidos sin saber lo que venía frente a sus ojos.
Alejandro soñaba. Soñaba que pescaba con redes inmensas ilusiones que al secarse con el sol, eran realidades. Y luisa enseñaba la verdad, dando a la niñez puñadas de conciencia.
Llegaron al centro del pueblo muchos hombres. Los habitantes del pueblo se quedaron mudos, inertes, no hablaban, no avisaron. Se oyeron algunos balazos, nadie pudo hacer nada. Alejandro se levantó estrepitosamente, esperaba algún día este día, quiso huir con sus guardias, fue imposible.
A Alejandro lo agarraron, fue capturado por ellos y mostrándolo al pueblo por las calles, decían entre sí
- Lo matamos o ¿que hacemos?
El pueblo estaba fuera de sus casas en la calle, curiosos de la novedad, vieron que Alejandro estaba con ellos.
Un mitin iba a producirse, entonces fue que llegó Luisa, fantasma que empañecía el rostro del hombre soñador.
- Alejandro ¿qué tal?
- ¡Luisa! ¡Estas con ellos!, me has engañado desde siempre.
- No, tan solo fui lo que soy.
- Van a matarme, o mejor dicho, vas a matarme, hazlo, faltaba una cosa que me hicieras después de tanta hipocresía .
- Señores de la guerrilla, por favor, no lo maten.
El pueblo entero, hombres, mujeres y niños se aglomeraron allí; hablaban simultáneamente en súplica llorosa:
- Señores, no lo maten, él es bueno.
- No queremos que le hagan daño.
- Por favor, tengan compasión de él.
- No lo maten, no lo maten.
- Suéltenlo, suéltenlo.
- El no es como los otros, suéltenlo.
- Muchachos por favor, ¡ay!
Habla el jefe:
- Gentes de este poblado, ustedes tienen el derecho, nosotros luchamos por ello. Este hombre lo quieren vivo y lo tienen vivo. No le vamos a matar, lo soltamos pero queremos que se vaya y deje de ser militar, que deje de andas en estas cosas. Pueblo es de ustedes.
Avivamientos se escucharon por todos lados, envuelven a Alejandro, él está triste.
Luisa se le acerca y quiere acariciarlo, él rehúsa.
- No es necesario Luisa que me echen. Yo ya me iba para siempre de aquí, seré pescador en el mar.
- Alejandro.
- Me iré en silencio sin decirle a nadie así el cuartel no podrá hallarme, han muerto algunos hijos míos y ese es mi destino.
- Alejandro, yo me uno a vos, estoy con vos, puedo amarte, te siento dentro de mi, hoy más que nunca. No te vayas sin mi.
- No es necesario para mi soledad. Ya no te amo, mi único amor es buscar la paz de mi alma.
- ¡Alejandro!
Quiso detenerlo, tomarlo de sus brazos y no pudo. Los muchachos ya se iban, los tranquilos de la BRAZZ, no les interesaba ese pueblo, no habían armas ni gente que despertar.
Luisa iba entre ellos, ahora triste con una culpa injusta sobre ella. Pero atrás y sin saber ellos, iba alguien con maletas; huía no como un cobarde sino como un combatiente. Seguramente iría con Luisa a unir sus fuerzas, a juntar pensamientos. Pisaban las calles por las que un día pisó ese hombre, las calles que eligieron su destino; el destino incierto de los que se lanzan por el ideal, el ideal del amor, de la unidad. A morir o vivir, a morir o vivir...
Datos del Cuento
  • Categoría: Históricos
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1 comentarios. Página 1 de 1
Un admirador!
invitado-Un admirador! 09-03-2016 03:29:03

Excelente historia!

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