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Ramoncito de las Peras y la Dama Inmòvile

Ramoncito de las Peras y la Dama Inmóvile

Noche de ópera bajo el plenilunio de Octubre

Parecía que el rigor del verano había pasado y que las noches empezaban a refrescar, pues no muchas poltronas se mecían en las banquetas, aquella luminosa noche de plenilunio del mes de octubre.
Eran pasaditas las diez de la noche cuando mi padre decidió poner fin a su trabajo apagando la luz de la oficina y se reunió con mi madre y conmigo.
Al verle acercarse, dejé mi observatorio y le cedí la poltrona naranja de ribetes morunos, para saltar presurosa en sus rodillas.
Me encantaba mirar las estrellas, pero más me gustaba que mi padre lo hiciera conmigo.
Me arrebujé en su pecho y mimosa pedí: “ Enséñame las osas papá”
Entretenidos en la tarea de adivinar las diferentes constelaciones, no nos dimos cuenta cuando Ramoncito de las Peras, alcanzó la esquina, hasta que su voz pastosa y ronca se elevó para ceremoniosamente murmurar:
" Buenas noches Doña Tulita.
Buenas noches Don Bartolo dijo " mientras solemnemente extendía su mano morena y fuerte para saludarles. ´
¿Cómo están ustedes? Agregó.
Traigo cubiertos recién hechos de calabaza y biznaga y obleas de cacahuate y nuez fresquecitas.
También pan de dulce recién horneado, dijo, mientras destapaba las dos canastas blancas que hacía poco colgaban de sus brazos y que había colocado en la banqueta para saludar.
No ahora Ramoncito contestó mi madre.
Hace poco comimos precisamente de ese pan calientito y ya pronto será hora de irse a la cama.
Ah, ..... interrumpió mi padre, pero los oídos no se empanzan para irse a dormir y nos encantaría escuchar una de tus óperas o canciones.
Ramoncito no se hizo mucho del rogar y después de aclararse la garganta, las notas de la ópera Carmen se iban tejiendo en el aire de la noche:
Sólidas, claras sonoras.
Pareciera que habían sido diseñadas para completar la magia de la tertulia nocturnal.
Yo observaba fascinada el rostro cetrino de carácter fuerte y definido coronado de pelo negro y lacio salpicado de canas, donde unos inmensos ojos negros parecían brillar ahora con la luz de las mismísimas estrellas.
Al terminar la canción, se escucharon los preconcebidos aplausos.
Incluso desde la esquina de enfrente, donde Luz Martinez y sus amigas se sentaban también.
No para observar la luna y las estrellas, sino para echar la platicona y refrescarse un poco antes de irse a dormir.
Otra, Ramoncito, murmuró mi padre mientras sacaba su mano del bolsillo y extendía un rollito de billetes que el cantante nocturno intentó rechazar pero a la insistencia de mi padre acabó por esconder en la palma de la mano mientras las notas de la Dama inmóvil, empezaban a brotar enérgicamente de entre los labios temblorosos de Ramoncito.
Vi con sorpresa que no solo los labios del interprete temblaban.
El fornido hombre de indescifrable edad se cimbraba entero.
Sus ojos ya no parecían luceros, sino que se diluían divagándose en quien sabe que mundos, mientras dejaban escapar gruesas lágrimas que rodaban impetuosas hasta llegarle a la mugrienta camisa de cuadros que cubría su fuere tórax y que concluyó con un desgarrador sollozo que le hizo bajar la cabeza como queriendo enterrarla en el pecho.
Se escucharon otra vez los aplausos y surgieron entonces las preguntas de parte de mi padre.
¿Dónde aprendiste a cantar Ramoncito?
Por ahí, Don Bartolo, por ahí.
Mi padre insistió: tienes una bonita voz y ello requiere estudios.
¿Tal vez fuiste al Conservatorio de México?
El hombre apenas sonrió haciendo caso omiso de las preguntas de mi padre y preparándose a retirarse con un buenas noches señores, recogió sus dos canastas blancas murmurando mientras con paso cansino se alejaba:
“Un día Don Bartolo....... Si, un día de estos le contaré.”

Confidencia

Pasaron los días, alegremente simétricos y tediosos.
Mi asistencia a la escuela, mis tareas escolares y mis travesuras diarias, que sea dicho de paso eran muchas, consumían todo mi tiempo y este corría apresuradamente por lo que Ramoncito y sus canciones quedaron rezagados en un segundo plano. El de los recuerdos.
El Otoño paulatinamente llegaba con sus vientos espectaculares que barrían las nubes formando imágenes y diseminándolas con premura.
Ya las banquetas en las noches estaban desiertas de poltronas pues el frío empezaba a calar anunciando la proximidad del invierno.
Mis excursiones australes se veían limitadas al dintel de la ventana y las notas musicales de la ópera eran remplazadas de vez en cuando por las voces aguardentosas de borrachitos nocturnos que en su euforia dejaban escapar sonidos incoherentes mas parecidos a rebuznidos que a notas musicales.
Carmen y La Dama Inmóvile pasaban a ser unos más de los maravillosos momentos de mi vida infantil.
La historia de Ramoncito de las Peras había pues, quedado inconclusa.
Así lo pensé aún sin vocalizarlo ante nadie, hasta que una tarde de Noviembre, la silueta de Ramoncito se recortó en el marco de la puerta del pasadizo de mi casa, donde yo pretendía trapear bailando y cantando al son de las notas de La vereda tropical.
Buenas tardes Meché, saludó siempre ceremonioso con su voz pastosa y a la vez rica en matices que contrastaba terriblemente con su apariencia andrajosa.
¿Está su Señor padre en casa?
Si Ramoncito respondí perpleja buscando con los ojos las enormes canastas blancas.
Sí mi perplejidad era enorme en verle aparecer, más lo era aún, verle sin aquellas canastas blancas que parecían pender perennemente de sus morenos y fuertes brazos.
Está en su oficina como siempre.
Ahí le encontrará en la otra puerta.
¿Para que querrá Ramoncito a mi papá a estas horas de la tarde y sin sus famosas canastas? Pensé.
De seguro que no será para venderle cubiertos, ni obleas, ni pan.
Picada por la curiosidad, puse a un lado mi compañero barbado de baile, el trapeador, para seguir a Ramoncito a la oficina de mi padre anunciando alegremente.
Ramoncito de las Peras te busca Bartoldo.
Así le llamaba yo cariñosamente.
Mi padre, levantó los ojos del documento que leía y amablemente le dio la bienvenida, agregando:
Espera un minuto Ramoncito.
Deja firmar estos documentos para que Toño los lleve al correo y luego te atiendo.
Me senté a la máquina de escribir pretendiendo practicar mi mecanografía, cuando en realidad sentía la necesidad de escuchar lo que Ramoncito tenía que decirle a mi padre.
No sé porque presentía que sería una historia muy, pero muy interesante.
Al cabo de unos pocos minutos Toño se fue al correo a llevar las cartas y mi padre quitándose los lentes, se arrellanó en su silla y pasándose la mano sobre su brillante calva coronada de blanco pelo bien recortado murmuró:
“Pero siéntate hombre. ¿ En que puedo servirte?”
Verá Don Bartolo, contestó Ramoncito un tanto titubeante.
Usted tan ocupado siempre, no sé si tendrá tiempo de escucharme.
Mi padre sólo sonrió al oír la perorata de introducción y sin abrir los labios, sólo con la mirada le conminó a continuar.
Verá don Bartolo, como bien dicen en el pueblo, hace años, muchos años perdí la memoria.
Tal vez porque era muy doloroso para mí el recordar o tal vez porque algo o alguien me pegó en la cabeza con tanta fuerza que me hizo perder el control de mi cerebro.
Me inclino a pensar que la primera hipótesis es la correcta, pues desde la otra noche, cuando usted mencionó el Conservatorio de México, me he propuesto recordar y aunque aún hay muchas lagunas en mis recuerdos, creo que he llegado a descifrar mucha de la historia de mi vida.
La otra noche usted me preguntó si había yo estudiado en el Conservatorio de México.
Yo le prometí contestarle más adelante.
Ese más adelante ha llegado, y que mejor que confiarle mi historia a usted.
También mis inquietudes, que hoy por hoy son muchas.
A este punto, las teclas de mi máquina de escribir quedaron completamente en silencio y ya descaradamente me puse a escuchar la historia de Ramoncito al que el pueblo al no saber su apellido había dado en llamar Ramoncito de las Peras.

Autobiografía

Creo, aunque no estoy muy seguro, que nací en Empalme, Sonora.
Lo que sí recuerdo con claridad son las doradas playas del Cochori, adornadas con palmeras que se cimbreaban lentamente borrachas de sol, al impulso de la brisa de aquel mar azul, que en la lejanía se confundía con el inmenso azur, donde las blancas gaviotas dibujaban con sus alas, ignotos mensajes de amor y romance.
Animados ante el recuerdo, una sonrisa extendió momentáneamente los labios de Ramoncito, por lo regular curvados con un rictus de amargura.
Miró fijamente a mi padre y sacudiendo lentamente la cabeza continuó pensativo:
Ahí jugué de niño con los amigos y con Pablo mi hermano menor.
Me bañé en las aguas de su mar azul y bajo las palmeras saboreé agua de coco fresco para saciar la sed.
Es curioso, pero hasta anteayer volví a sentir esa frescura en los labios, así como entonces.
Pura imaginación es cierto, pero al retroceder al pasado parece como que todos mis sentidos resucitaran en el tiempo.
El aire salado azotando mi piel, el olor a mar salado y limpio, el verdor azuloso del agua, parecen ser parte de una bella acuarela que aparentemente he estado guardado con reverencia dentro, muy dentro de mi subconsciente.
En lo que recuerdo, también así de tranquila y feliz fue mi adolescencia y juventud.
Mi padre era un buen médico, muy respetado y querido en el pueblo.
Creo, aunque no estoy muy seguro de ello, que hizo su doctorado en medicina en Europa.
Los dos, él y mi madre eran Europeos.
Creo que de descendencia Italo- Española.
Dentro de esas dos nacionalidades impregnadas de culturas moras y judaicas heredé mis principios y tal vez con ellos también mi amor a la música y al Bel canto.
Dios me había dotado de una voz natural, haciendo mis primeros pininos de cantante en la escuela primaria y secundaria.
Participaba en solos en el coro de la escuela y de la iglesia y hasta algunas veces me contrataban para cantar El Ave maría de Shubert y de Gunó en bodas y bautizos.
Creo que ese era mi destino y mi padre lo comprendió así cuando vio que la medicina no solo no era plato de mi gusto, si no que no resistía ver correr sangre sin sentir desmayo.
Y al solo oír la palabra vómito se revolvían mis entrañas, terminando por vomitar yo también.
Cuando decidí a los 18 años ir a la ciudad de México, para tomar clases de canto y ópera, papá, volcó todas sus ilusiones científicas en mi hermano Pablo y con un fuerte abrazo, sus bendiciones y mil recomendaciones, él y mi madre me dejaron partir hacia la capital.
En el conservatorio, estudié y participé en varias
obras pero mi espíritu inquieto no satisfecho aún, al cumplir los 21 años me hizo regresar a Empalme, pero sólo para notificar a mis padres que mi nueva meta era Europa.
Quería conocer la tierra de mis orígenes, y empaparme de la música que se generaba en Italia.
Muchos de mis compañeros del conservatorio, me contaban con entusiasmo sus experiencias en tan lejanos lares, exaltando así mis anhelosos ensueños.
Solo me quedaban unos días para partir y me dispuse a disfrutarlos a plenitud.
Era Diciembre entonces y se acercaba la Noche Buena, pero el clima era perfecto para solearse en la playa.
Casi siempre era así en Empalme, donde solo los Veranos eran demasiado calurosos.
Ni tardo ni perezoso me fui al Cochori mi playa favorita.
Frente al mar era muy propicio para dar rienda suelta a mis sueños.
Para mi fortuna y siguiendo la mano de mi destino, ahí conocí a Crimilda.
Paseaba indolentemente entre las palmeras y yo sentí que era un cuadro maravilloso de observar, quedando mis ensueños musicales en segundo plano..
Pasó muy cerca de donde yo estaba tumbado sobre la arena y sus ojos se prendieron sonrientes y coquetos en los míos.
Buenos días señorita murmuré cauteloso.
Hace algunos años he estado alejado del pueblo y no recuerdo haberla conocido antes.
Será por que somos nuevos en Empalme contestó sonriente.
Mi Padre era gerente en el Banco de Nogales y han abierto una nueva sucursal aquí.
Apenas llevamos escasos dos años de vivir aquí.
Bueno, ¿ Pero eso no impide que lleguemos a ser amigos verdad? Inquirí ansioso.
Ella solo sonrió dulcemente y se sentó a mi lado.
Desde el primer momento me impresionaron: el cabello de un negro azulado que caía graciosamente en ondas sobre los hombros y sus hermosos ojos negros poblados de largas y espesas pestañas, que lucían con todo su esplendor en contraste con su cutis perfecto y blanco apenas sonrosado en las mejillas por efectos del sol.
Fue un amor a primera vista, aunque no lo declaré así de inmediato para no interrumpir mis planes de ir a estudiar a Europa.
Solo quedamos en escribirnos y yo la visitaría cada vez que tuviera vacaciones.
Fue difícil la despedida, y más aún la separación, pero me consolaban las cartas que se sucedían semanalmente.
Ella había estudiado enfermería y trabajaba en la misma clínica de mi padre así que tenía mucha información sobre mis correrías en el Continente Europeo.
Al siguiente año, en las vacaciones de Diciembre me le declaré y ella sonrojada, me confesó que desde el primer día que nos encontramos en las playas del Cochori había soñado con el momento en que yo le confesara mi amor.

Preparativos de Boda


Así pasaron dos años más.
Por fin terminaba mi carrera en Italia y después de tomar parte en algunas óperas como Tenor, decidí volver a empalme y pedir la mano de Crimilda en matrimonio.
Ya había tenido una propuesta del Conservatorio de México para impartir clases de canto y participar en obras que se presentarían en el País en el Palacio de Bellas Artes.
También participaría también en giras a otros países del mundo.
La perspectiva era excelente y en consecuencia antes de salir a Empalme me llegué a la ciudad de México para firmar formalmente los contratos pertinentes.
Quería poder ofrecerle a mi novia un futuro, si por el momento no brillante, por lo menos estable.
En una carta le había participado mis planes.
Nos instalaríamos en un cómodo apartamento en la Ciudad de México y ahí podría por lo pronto dar clases de música en el conservatorio.
Ella había ofrecido también trabajar en algún hospital.
Tenía ya experiencia en su profesión y con una carta de recomendación de mi padre casi le garantizaba un buen trabajo en la ciudad.
Hice arreglos para que el conservatorio me dejara antes de hacerme cargo de mi nuevo puesto, tres meses en los cuales, haría arreglos para encontrar un apartamento propicio en la ciudad.
El director del instituto que había sido un buen amigo, además de maestro en el conservatorio generosamente, me dio todas las facilidades necesarias.
Es más, me aseguró que esperaría cuanto tiempo fuere necesario ya que tenía completa confianza en mis habilidades como cantante y como maestro.
Contento, muy contento le comuniqué a mi padre por telégrafo asegurándole que llegaría el martes por la mañana.
Papá por favor haga los arreglos necesarios para que tu y mamá hagan la petición de mano para tu hijo mayor. Al día siguiente mi padre contestó por la misma vía con un jocoso mensaje: Ja ja ja ja Esa ya me la camelaba.
No creo que haya problema alguno.
¿Te parece bien que se prepare la cena para el viernes por la noche?
Hay papá respondí juguetón, en otro telegrama:
¿ Porqué tengo que esperar tanto?
Otro mensaje más decía Je je “ No comas ansias Ramón. Todo llega. Todo llega a su tiempo.
Seguro que mi padre está muy contento con la decisión, pues se había vuelto loquito poniendo y contestando telegramas, comenté después con mis amigos.
Cenamos alegremente y como despedida de soltero, brindamos por mi felicidad futura entre risas y bromas muchas veces pasaditas de color.
Sin más nos despedimos y al día siguiente me puse en camino al pueblo.
Iba lleno de ilusiones Don Bartolo.
Ilusiones de un muchacho enamorado, quien cree tener al mundo en la palma de la mano.

Noche de Compromiso.


Llegué a Empalme en la madrugada del jueves Inmediatamente, apenas amaneciendo, me dirigí al templo.
Sabía que todas las mañanas a las seis, ella iba a misa con su mamá.
En efecto ahí estaba tan linda como siempre.
Me hinqué a su lado y con todo mi corazón le di a Dios las gracias por ser tan afortunado.
Al terminar la misa, saliendo del templo, le di un abrazo, conteniendo las ansias de apretarla junto a mi corazón y besar sus finos labios.
La mirada vigilante de su mamá aunque cariñosa me lo impidió.
En Empalme Don Bartolo, no eran las costumbres como en Europa.
Yo, Hombre de mundo que había probado la vida de Paris, Roma y Madrid, encontraba un poco pasadas de moda las costumbres del chaperón, la pedida de mano y la vigilancia excesiva de las madres con sus hijas, pero estaba enamorado.
Dicen que el amor obra milagros y mueve montañas y debe de ser así, pues entonces estaba dispuesto a todo por el amor de Crimilda.
La ceremonia de la petición de mano se celebró al día siguiente como ya mi padre lo había vaticinado.
No hubo obstáculos pues mis padres y los de Crimilda se habían hecho muy amigos y nos recibieron con mucha cordialidad.
El primero en tomar la palabra fue mi padre quien orgulloso puso de relieve los éxitos de su retoño, solicitando formalmente la mano de Crimilda para su hijo Ramón.
Las cualidades de la novia las estipuló su padre, quien orgullosamente declaró que de ociosa Crimilda no tenía ni un cachito, pues a diferencia de la mayoría de las muchachas, se había preocupado por estudiar una carrera en el campo de la medicina.
Como usted sabe Don Bartolo era cosa muy difícil en esos tiempos tratándose de mujeres.
Después de los discursos paternales protocolarios, mi turno fue asegurarles a los padres de mi novia que la felicidad de su hija era tan importante o más, que la mía propia.
A continuación ofrecí a mi futura esposa una sortija de compromiso adornada de un diamante, rodeado de pequeñísimos ópalos azules de procedencia mexicana.
Había querido añadir este detalle de los ópalos, porque me habían asegurado que los ópalos precisamente los mexicanos eran una piedra talismán de felicidad.
¡ Quién iba a decirlo Don Bartolo ! ¡Quién iba a decirlo!
Murmuró Ramoncito, moviendo la cabeza tristemente de un lado para otro, para después enterrar la barbilla en el pecho como si le avergonzara que vieran resbalar dos enormes gotas de sus entrecerrados ojos.
Después me enteré que también los ópalos eran unas piedras muy celosas y cuando se mezclaban con otras piedras preciosas tornaban la felicidad en amargura.

El viaje a comprar las donas a Nogales.


Después de la petición de mano se empezaron a hacer los preparativos para emprender el viaje a Nogales a comprar las cosas necesarias para la boda.
Los padres de Crimilda y los míos serían los padrinos de
boda.
Lizet, la hermana de Crimilda sería la madrina de Lazo y Pablo, mi hermano se encargaría de las arras y los anillos.
Todos pues, necesitábamos ir a Nogales para comprar las cosas necesarias para la ceremonia religiosa.
Las amonestaciones habían de correr en el templo esa misma semana así que se planeó saldríamos de Empalme el jueves por la mañana.
Mi futuro suegro objetó que a la mejor no era muy buena idea el arriesgar un viaje a la frontera, pues en esas fechas se habían registrado algunos asaltos de los indios yaquis en el camino de Hermosillo a Nogales.
La Señora Arrechedera, mi futura suegra, opinó que en Empalme no había ni siquiera los materiales necesarios para el vestido de novia, terminando por acusar a su esposo de alarmista.
No te apures viejo dijo:_ Los Yaquis no te van a cortar tu hermosa cabellera.” Chiste que todos celebramos ya que don Manuel tenía la calva tan brillante y lucida como la suya Don Bartolo.
Después la preocupación se alejó del grupo y la fecha de partida se estableció para el día 15 de Octubre.
Salimos al amanecer del día 15, cuando las primeras luces del alba se presentaban rosadas.
Un rosa fuerte sanguinolento que sobrecogía.
No lo supe entonces, pero todo parece ahora indicar que era un presagio a lo que más tarde habría de suceder.
Íbamos en dos camionetas, que el padre de Crimilda y mi padre habían agenciado, para mas comodidad de las mujeres.
En ellas empacamos bebidas y algunos bocadillos en dos enormes canastas blancas para no tener que parar en el camino.
Al filo del mediodía llegamos a Guaymas.
Ahí compramos mas bebidas y bocadillos pues no queríamos perder mucho tiempo.
Había que llegar al atardecer a Hermosillo donde pernoctaríamos para volver a emprender el camino en la madrugada del día siguiente.
Llegamos a la capital Sonorense con felicidad y nos alojamos en un hotel en el centro de la ciudad.
Después de una noche calurosa que la mayor parte de las horas las pasamos sentados en los bancos del parquecillo al frente de catedral, ya que era casi imposible dormir en los pequeños cuartos, hasta muy entrada la noche cuando empezaba a refrescar un tanto.
Al amanecer, emprendimos otra vez el viaje hacia el Norte.
El color del cielo una vez más, parecía llevar un mensaje siniestro.
Sin poderlo evitar, un estremecimiento me recorrió de pies a cabeza, pero con un movimiento enérgico sacudí mis dudas asegurándome para mi coleto que era solo una sugestión por lo que había dicho mi futuro suegro acerca de los indios.
Esta vez no vamos a comprar muchos bocadillos dijo mi madre.
Se han perdido casi la mitad.
Llevaremos bebida y ahora se aguantan hasta llegar al Oasis.
Ahí sirven comida muy buena con tortillas enormes estilo Sonora que parecen más que tortillas sábanas.
La sugerencia fue aceptada por todos y alegremente nos subimos a las camionetas.
Comimos en el Oasis como se había planeado a la una de la tarde.
En verdad que esas tortillas eran únicas en el mundo entero, tal como las había prometido mi madre.
Disfrutamos de la comida compuesta de carne a las brasas y carne machaca.
También la sobremesa fue alegre y llena de camaradería y buen humor.
Todos a nuestro albedrío entre risas y bromas hacíamos planes felices para el futuro.


Encuentro con los Yaquis en medio del Desierto de Sonora

Calculo que reanudamos el viaje como a las dos y media o tres de la tarde.
No lo sé con certeza.
Solo recuerdo que el ardiente sol empezaba a bajar en el horizonte.
Apenas habíamos pasado el ejido de Casa Blanca, el terreno ahora se tornaba arenoso y rojizo .
Aparecía ante nuestros ojos como un gran sembradío de mezquite, palo fierro, sahuaro, nopal, choyas y garambullos.
Sin faltar por supuesto los plomizos ocotillos que estaban en plena época de flor.
Todo un jardín musitó mi madre, ya dentro de la camioneta.
Ella como aficionada a la pintura, admiraba con fervor la bella estampa de la naturaleza,
Te apuesto que la pintas mamá dije cariñoso.
Mejor le sacas dinero a tu patroncito, añadí refiriéndome a mi padre, para que te compres pinceles y pintura en Nogales.
Ella, no respondió a mi sugerencia, sólo sonrió placentera, pues le gustaba que apreciaran su arte.
Miren que hermosura. Las péchitas rojas y maduras cuelgan del mezquite y las chuparrosas liban la miel de las enchiladas guías de los ocotillos.
Miren, miren, en esa colina vuelan los cadernales entre las choyas.
Si contestó irónico y juguetón Pablo:
También madre, hay ardillas, liebres, lagartijas, víboras de cascabel y Juanitos del campo.
Sabía que a mi madre le daban pánico los roedores y las serpientes.
Ante el gesto de repugnancia de mi madre todos reímos festivos alegremente.
En ese preciso momento, vimos que la camioneta donde iba Crimilda y su familia y que precedía en el camino, después de un brusco movimiento se detenía súbitamente.
Mi padre quien manejaba en ese momento frenó la nuestra y todos bajamos a ver que había pasado.
El Sr. Arrechedera les pidió a todos que se bajaran ya que pensaba que tendríamos que cambiar una de las llantas.
Después de inspeccionar nos dimos cuenta con pánico que la llanta frontal, se había roto no por la inclemencia del camino sino por los efectos de una certera flecha.
Todos los hombres nos quedamos mudos para no alarmar a las mujeres, y escrutinábamos a nuestro alrededor buscando con la mirada a los perpetrantes de tan inicuo ataque mientras don Manuel se apoderaba de la escopeta, única arma que había traído consigo.
Lo demás surgió tan rápidamente que aún no logro descifrarlo en mi memoria.
No se advertían señales de personas a muchas millas a la redonda.
Antes de que Don Manuel tuviera tiempo hacer uso de la escopeta, nos vimos rodeados de tres grupos en número macuil, (cinco en lengua indígena yaqui ) y cada uno capitaneado por un jefe.
Yo observaba atentamente a los personajes con el objeto de adivinar sus intenciones.
Su piel era rojiza, tal vez natural o tal vez por efectos del quemante sol que brillaba casi constantemente en un cielo azul y que era característico de aquellos agrestes parajes.
Pronto,........más pronto de lo que hubiéramos querido se pusieron estas de manifiesto.
Sus voces atronaban el espacio roncas e imperativas.
Solo uno de ellos hablaba el español y con mucha dificultad nos ordenaba que no nos moviéramos.
Pablo, más joven e impetuoso, se arrojó intempestivamente sobre uno de los guerreros, gritándoles que quienes eran ellos para ordenarnos lo que debíamos hacer, al tiempo que trataba de arrebatarle el rifle que cargaba.
Un cuchillo con cachas de palo fierro apareció de inmediato en las manos del guerrero y de un tajo cortó la yugular de mi hermano.
Después todo fue un combate desigual y vertiginoso de cuerpo a cuerpo donde por supuesto los perdedores éramos lógicamente nosotros por cuestión numérica y por la falta de suficientes armas.
Un golpe debe haberme dado en la cabeza y bañado con la sangre de Crimilda que había sido tocada en el corazón por una de las malditas flechas, yací sobre su cadáver por muchas, muchas horas o tal vez días.
¿ Cuantas? Sinceramente, no lo sé con certeza.
Pueden como le digo haber sido días o tan sólo horas.
Lo que si tengo por seguro es que ¡Los Yaquis deben haberme dado por muerto!
Estoy seguro que no tenían ni la menor intención de dejar a nadie con vida.
Aún me veo Don Bartolo en medio de los cadáveres de toda mi familia y la de Crimilda.
Con los zopilotes volando en círculos en el amplio y límpido azur, sobre mi cabeza, atiné a poner los cadáveres dentro de una de las camionetas que habían sido saqueadas por los indígenas.
Para evitar que estos y otros animales profanaran sus restos les prendí fuego.
Don Manuel como fumaba puros, traía en su bolsillo una cajilla de cerillos.
Por efectos de la gasolina, pronto la camioneta con su carga macabra aunque muy querida para mi, se elevaba en fumarolas negras al cielo.
¡Ironías del destino don Bartolo!
Mis seres queridos habían tenido un sepelio con todas las características de los sepelios indígenas, ya que hasta el interior de la camioneta estaba tapizada con pieles de animales.
Así, se elevó mi voz en medio del desierto para cantarle a mí adorada novia la única canción de amor que brotó de mis labios: La Dama Inmóvile.
En mi locura inconsciente don Bartolo, a ella no había tenido el valor de separarla de mi lado.
Con ella en mis brazos, ambulé no sé cuanto tiempo por las arenas del desierto hasta que agobiado por el hambre, la sed y el ardiente sol caí exhausto bajo las ramas de un garambullo.
Debo haber cantado mucho también, pues mi garganta amenazaba con cerrarse.
Así me encontró un viejillo yaqui también, quien compadecido de mí, me dio agua y me nutrió, hasta que aflojó la fiebre.
Él caritativamente sepultó a Crimilda en una de esas cuevas de minas en el desierto.
Al ver que me recuperaba el viejillo de cabellos largos y canosos me anunció que tenía que partir.
Esa noche ante una fogata me conminó al perdón y al olvido.
No guardes rencor en tu pecho hijo
Mis hermanos tienen amargura aún en el corazón por lo que hicieron los españoles en La Matanza.
Ahí murieron miles de niños y mujeres inocentes.
El rencor y la revancha nunca han conducido a ninguna parte, sólo incrementan el dolor en la madre tierra donde todo fue diseñado para ser amor y armonía.
Luego me indicó: Sigue el camino del sol muchacho.
A la vereda encontrarás algunos pueblitos pero llégate hasta Magdalena.
Es un buen pueblo para vivir.
Ahí serví yo una vez a una familia, pues mis padres eran también sirvientes de ella.
Por eso aprendí el español y la religión Católica de San Francisco.
Es un Santo muy milagroso.
¿Lo conoces tú?
He oído hablar de dos San Francisco : El de Asís y San Francisco Javier.
Yo no sé de eso, pero mira este santo siempre está acostado y es muy, pero muy milagroso.
Ah, pues entonces es San francisco Javier.
San Francisco de Asís dicen hablaba con los animales y siempre se le representa hablando con palomas, y seguido por un lobo.
Pues mire, a este San francisco, el acostado,
dicen que lo trajeron de España para la misión de Dolores, pero que la mula que lo cargaba se amachó en Magdalena y ni Dios padre la hizo dar un paso más.
Trataron de cargarle en otras mulas y hasta en caballos, pero el santo se negó a seguir el camino y los animales por su santo mandato, se echaban, en cuanto lo sentían en el lomo.
Mi mente estaba aún muy confusa Don Bartolo, pero creo seguí las instrucciones de mi caritativo y casual amigo y así finalmente llegué a Magdalena.
La memoria se había nublado en mi cerebro y ahora me doy cuenta que era, por que no quería yo recordar tan terribles momentos.
Guardé mi dolor para mi nomás.
Solo mis noches estaban preñadas de pesadillas que al despertar no podía descifrar.
Como ve Don Bartolo emprendí una vez el camino de la felicidad y como quien busca el baúl de oro en la punta del arco iris.
Solo que yo nunca alcancé a encontrarlo, dijo con voz ronca ya ahogado por las lágrimas y sin decir más se levantó dirigiéndose a la puerta de la oficina.
Estremecido por el dolor se perdió por el dintel arrastrando los pies como si llevara un peso enorme sobre sus anchos hombros.
Mi padre no lo detuvo.
Tal vez por respeto guardó un profundo silencio, pero en sus ojos se advertía un sospechoso rastro de lágrimas.
Extendió la mano y con cariño la posó en mi cabeza para calmar los escandalosos lagrimones que ya rodaban también por mis mejillas.
Pobrecito papá, balbuceé.
Sí hija sí. Así es la vida. A veces demasiado cruel e injusta, suspiró.

Luna de Miel


¡Don Bartolo!......... ¡ Don Bartolo!
La voz de la rentera de Ramoncito, se escuchó con voz desesperada.
Creo que algo malo le ha sucedido a Ramoncito.
Lloró y cantó toda la noche la Amada Inmóvile.
Mi esposo y yo oímos golpes muy fuertes en los muros de las paredes.
Siempre se levanta a las seis de la mañana para ir a comprar el pan calientito para vender.
Hoy no. No ha salido aún.
Sólo se oyen unos quejidos dentro del cuarto.
Ya son las diez Doña Tulita, dijo dirigiéndose a mi madre, y temo que esté muy enfermo o mal herido.
Tal vez se caería o algo malo le pasa.
Ya no sé ni que pensar, por eso vine para que Don Bartolo vaya a ayudarme a ver lo que le pasa.
No te precipites mujer dijo mi padre, para calmar a la mujer que nerviosamente se mesaba la cabeza y se frotaba las manos.
A la mejor sólo está cansado de tanto desvelo cantando y se ha quedado dormido de agotamiento.
Ahorita vamos a ver lo que le pasa .... ¡Tranquilízate ¡
Con preocupación intercambió una mirada con mi madre y luego de ordenar a Toño que fuera a llamar al médico y después a la policía se encaminó acompañado de la Chu al cuartito que ocupaba Ramoncito de las Peras desde hacía ya más de 30 años.
Mi madre y yo les seguimos.
Ya había también un grupo de vecinos reunidos en la acera cuando llegamos.
Mi padre tocó en la ventana con los nudillos de la mano.
No hubo respuesta.
Sólo se escuchaba dentro, un gemido entrecortado y un triste intento de canto enronquecido.
El cuarto no tenía puerta por lo que mi padre tuvo que escalar por la ventana.
Dentro la obscuridad era terriblemente espesa.
No había ahí luz eléctrica. Sólo había una vela en el rústico candelero cuya mecha había llegado a su base final.
Abrió de par en par las hojas de madera de la ventana, para que entrara la luz y poder ver bien lo que sucedía en el interior.
Me acerque al dintel y por una esquina pude ver como mi padre volteaba el cuerpo ensangrentado de Ramoncito con sumo cuidado.
Que pasa Ramoncito inquirió.
Nada don Bartolo. ¡ Ya no pasa nada ¡
Mi historia está concluida y yo me preparo para un largo viaje.
Mi familia ha venido a que me reúna con ellos amigo mío, musitó asiendo entre las suyas la mano de mi padre.
Mire, mire don Bartolo. Ahí llega Crimilda, adujo apuntando a un punto imaginario con el índice de su temblorosa y sanguinolienta mano.
¿Verdad que se ve preciosa?
Su vestido de bodas ha sido tejido con espumas de alborada y rayitos de sol.
El ramo de novia es de frescas guías de ocotillo y dos colibríes alzan en sus finos picos el lazo de novios.
Mire amigo mío, lo ponen sobre los hombros de Crimilda y los míos murmuró suavemente mientras una dulce sonrisa adornaba sus hinchados y resecos labios.
Sus ojos entonces se agrandaron cual si quisiera retener en sus retinas la maravillosa visión.
Fue sólo un instante.
Mi padre los cerró y cruzó sus ya lacias manos sobre su pecho.
Ya no hay nada que hacer Pancho, anunció al médico que apresurado había aparecido frente a la ventana.
Ramoncito de las Peras ha ido a reunirse con su familia y con su novia.
Una hora mas tarde la policía sacaba el cuerpo de Ramoncito para llevarlo a la funeraria.
Mi madre, eterna enamorada y romántica por naturaleza, colocó las dos canastas blancas en la banqueta enlazadas por un también listón blanco que las adornaba y de donde pendía una tarjeta de bodas.
En la tarjeta en forma de corazón mamá, había pegado el retrato de Crimilda y Ramoncito que había encontrado en el fondo de las canastas.
All calce escribió una nota que rezaba en letras doradas:
“ Ramoncito y La Amada Inmóvile se han ido de luna de miel en un viaje eterno al paraíso.”
El pueblo entero conmovido, llenó las canastas con flores blancas y guías frescas de ocotillo.


Caracolito
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