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Quiéreme como soy

Érase una vez un lugar llamado Mundo Perfecto, donde todo se parecía a la vida narrada en los cuentos. Había bellas princesas y príncipes fuertes y valientes, junto con hadas de pelo rubio, ojos azules y hermosas alitas transparentes que recorrían el reino de punta a punta con sus polvos mágicos cumpliendo deseos. 
Y al mismo tiempo en el Mundo Perfecto también había madrastras perversas, dragones que escupían fuego y enormes gigantes que perseguían a los niños, junto con brujas horrorosamente feas, con pelos de estropajo, ojos de hollín, y monstruosas verrugas en la nariz que se pasaban el día entre colas de lagartijas, alas de murciélagos y raíces, preparando pócimas malignas.

Llegó un día que nacieron dos bebés diferentes. Una hadita y una brujita que no tenían la apariencia habitual ni de las hadas ni de las brujas. La hadita era más que horripilantemente fea, con una nariz descomunal y unas orejas puntiagudas, mientras que la brujita era tan linda que las flores del campo se giraban a su paso para verla y su risa tan alegre que curaba a quienes estaban tristes. 

Pensando que la cigüeña había hecho mal su trabajo, fueron a quejarse las dos familias.
- Señora Cigüeña, ha confundido usted los bebés entre las familias. 
- ¿Yo...? No puede ser. Se equivocan – contestó muy ofendida la cigüeña.
- ¿Cómo dice? Pues hablaré con su jefes si no lleva a cada bebé al lugar que le corresponde.- dijo tajante el hada.

Así que la Señora Cigüeña no tuvo más remedio que intercambiar a los bebés. Al hada le entregó la bruja bonita, y a la bruja la hadita fea. Pero estaba segura de que aquello no saldría bien. 

La hadita fea fue educada por las brujas para ser muy mala. Pero no había manera. En vez de crear pócimas para provocar tormentas con rayos y truenos le salían pócimas para convertir el granizo en pompas de jabón. En vez de secar las fuentes y arruinar las cosechas, prefería hacer cosquillas a las nubes para refrescar la tierra y hacer crecer las flores.

A la brujita linda no le fueron mucho mejor las cosas. Las hadas intentaron por todos los medios que fuera buena y cumpliera los deseos de los demás. Pero ella solo quería asustar a todo el mundo y usaba su varita mágica para convertir las tartas de cumpleaños de chocolate en postres verdes a base de espinacas, soplaba sus polvos mágicos para que la gente estornudara, o hacía que los autobuses salpicaran a los peatones en los días de lluvia.

a situación no gustaba a nadie y las dos familias decidieron llevarlas ante el Unicornio blanco.

El Unicornio blanco era el ser más especial de todos cuantos vivían en Mundo Perfecto. Y además, era el Rey. Sabía escuchar atentamente a todos cuantos se acercaban a pedirle consejo, y su sabiduría era muy apreciada.
El Rey les dijo:
- El aspecto exterior es una fachada que nos confunde, pues no determina cómo somos. Cada ser tiene sentimientos, un corazón que siente y sufre y que nos hace distintos al resto. 
- Entonces, ¿qué debemos hacer? - preguntó el hada desconcertada.
- Quered a vuestras hijas tal y como son. No os fijéis en que vuestra hada no se parezca al resto, o en que a vuestra brujita le suceda lo mismo. El aspecto físico es solo un envoltorio. Queredlas por lo que son, y no por lo que parecen. 

Y así fue como el hadita fea y la brujita linda volvieron con sus respectivas familias y crecieron ambas felices y contentas.

Datos del Cuento
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