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Categoría: Infantiles

Pericles, aratinga canicularis

I

Fue solo una pluma verde tornasolada a la puerta abierta de su jaula el testigo mudo pero evidente de su huida, en dirección tal vez al mundo de la libertad, o de la muerte...

Tan pronto comprendí la cruda realidad del hecho, me entregué a la tarea de rastrear incansablemente cualquier pista en busca de “Pericles”, el periquito mascota de casa. Subí al techo para atisbar con prismáticos, y después de una observación minuciosa en todos los ángulos, no descubrí rastro del pájaro. Parecía haber sido tragado por el aire.

Tras la sorpresa sobrevino la desesperación y luego el llanto, aunque breve. Me sobrepuse de inmediato al creer que desperdiciaba momentos preciosos llorando. Salí de casa de inmediato, con la firme intención de encontrarlo, sin ruta fija, como me lo dictara la intuición. A medida que avanzaba por la calle, silbé en la forma acostumbrada para llamarlo, grité su nombre y aunque quienes me encontraron en la ruta no dejaron de observarme con extrañeza, como si vieran a un demente que hablaba con los árboles, no dejé de mirar hacia arriba, silbar, ni gritar su nombre a cada momento. Caminé dentro de un radio de aproximadamente un kilómetro de casa, caminando de prisa, esperando encontrarlo u oír en cualquier momento la inconfundible voz de Periquito y rescatarlo.

Volví a casa abatido tras una breve pero infructuosa búsqueda por los alrededores. Ni siquiera en el aparcamiento vecino pude encontrar la menor pista de él. Pese a la vigilancia y privacidad del estacionamiento me permitieron la entrada cuando les expliqué el motivo de mi petición.

A medida que transcurrían más horas, me fue invadiendo una pirotecnia de preocupaciones. Tal vez el ave había intentado regresar, ¿tendría hambre, sed? La amenaza de lluvia inminente podría significar que estaría tan abatida y temerosa como yo. Pero también, sentenciaron algunos, podría haber terminado sus días en las fauces de un gato, o en terrible colisión por su inexperiencia en el vuelo, o por estar gravemente herido. Incluso, albergué una utópica idea: “Pericles podría haberse integrado a los suyos en poco menos de horas”. Por desgracia, el hecho de haber permanecido en cautiverio durante casi dos años, y pese a las prácticas de vuelo dentro de casa durante los últimos meses, no confié en la posibilidad de un vuelo largo, pues el animalito quedaba exhausto con solo volar entre una habitación y otra. Sin embargo, de manera más plausible, Periquito podría haber caído en algún lugar no muy lejano de casa, y de haber sido recogido, ya tendría nuevos dueños. Me esforcé para contener el desasosiego empeorado con tales especulaciones.

El desánimo fue grande, mas no me di por vencido. Tuve la corazonada de que Periquito estaba con vida y por ello mi deber era seguir buscando. Organicé entonces el rescate de Pericles para el día siguiente, pese a las posibilidades en contra de la empresa. Incluso, algunos la llamaron descabellada, innecesaria. “Con solo comprar otro perico todo estaría resuelto”, aconsejaron. Pero no abandoné el intento. Si no lo encontraba me quedaría, por lo menos, la satisfacción de haberlo buscado, pero no la frustración que deja la inercia.

Como primer paso, a la mañana siguiente, preparé volantes para su localización. Imprimí cien de ellos. Anuncié el extravío del ave, sus características primordiales (frentinaranja) y ofrecí una suma por su devolución. Pedí autorización para colocar y distribuir tales anuncios en sitios estratégicos como consultorios veterinarios, minisupermercados, expendios de semillas y destinos concurridos como parques y teléfonos públicos. También pagué su publicación para el día siguiente en uno de los diarios más populares y con mayor circulación.

A la primera llamada antecedió en mí un estado febril incontrolable a pesar de los esfuerzos. Para empezar, el teléfono debería quedar disponible, solo para recibir llamadas. La medida fue rechazada con protestas, pero al final de cuentas, todos deseábamos el retorno feliz de Pericles. El primero en llamar fue directamente al grano. Había recogido del techo de un negocio conocido y al frente de casa un ave, el mismo día de su extravío, con las características señaladas en el anuncio. El corazón me saltó, pero me calmé. El salvador había llevado al periquito a su casa y en ella la criatura había sufrido un ataque de otra ave, dejándolo malherido de una pata, casi mutilado. Mi desesperación creció aún más... No me podría llevar a su casa en ese momento, sino dentro de algunas horas, cuando terminara su labor. Tras llamar a esa persona por segunda ocasión restó fuerza al prodigioso entusiasmo despertado por la primera. El hombre precisó que la mancha naranja del pájaro estaba debajo del pico y no en la frente. Mi ánimo decayó, pero quise engañarme pensando en la probabilidad de que la palabra barba o frente no tuvieran significado alguno para el hombre, y yo quería creer que Pericles había sido encontrado, sin importarme si subestimaba el conocimiento de quien fuera. Me conduciría hasta su domicilio en la tarde de ese día, compromiso respetado con dificultad por la aprensión y otros sentimientos dispersos.

El periquito no coincidió con el que había recogido después de observar la fotografía de mi mascota. Pero de cualquier manera, el hombre me ofreció el ave malherida a cambio de, tal vez no la suma completa, pero por lo menos una parte. El desencanto no solo fue eclipsado por este hecho ni el cinismo del hombre, sino por numerosas llamadas posteriores.

¡Nuevas esperanzas! Pericles había sido encontrado por lo menos por tres o cuatro personas a la vez, haciéndome pensar en una alta tasa de extravío de la especie Aratinga Canicularis, y para infundirme nuevas esperanzas en el sentido de que las posibilidades representaban hechos reales, “aves de carne y hueso” entre las que bien podría estar Periquito. Por desgracia, no lo estuvo. Mis desmesuradas expectativas me acorralaron al final. Hubo muestras de solidaridad, no lo niego. Entre ellos, una generosa persona prometió obsequiarme un periquillo encontrado días antes de la pérdida de Pericles, en un parque lejano a casa; otra, menos generosa, pero al fin interesada en contribuir a la noble causa ofreció un par de periquillos de la misma familia a cambio de una cifra inferior a su costo en el mercado (negro); un chico muy valiente me confesó agitado al teléfono llamar sin permiso de su madre, para avisarme del hallazgo de Periquito. Corrí a verlo... Sin embargo, volví decepcionado: Era otra ave.

No quise mayores aclaraciones en el momento de recibir las llamadas, ningún dato adicional. Así guardaría la esperanza hasta el último momento, y para gozar, en caso dado, el hecho de reconocerlo con mis propios ojos. En llamadas posteriores, las personas ofrecieron incluso especies tan diferentes como perros, gatos, conejos y hasta un tejón de consolación. De igual manera, otros llamaron para cerciorarse de que el rescate ofrecido sería pagado, que no había duda sobre el monto. No hubo malas intenciones en ningún momento, pero al final de cuentas el pájaro seguía perdido...

II

Llegó Navidad y luego Año Nuevo. Pericles había huido hacía más de un mes. En casa ya casi nadie lo mencionaba, y hasta el mismo “Chato” parecía haberse acostumbrado fácil y rápidamente a la ausencia de su ex compañero. Por tanto, pareció inverosímil entonces recibir la última llamada relacionada con el paradero de Pericles alrededor de las fiestas de fin de año, cuando todos lo daban por perdido o muerto, cuando sus esperanzas eran ya un distante recuerdo. Llegué al barrio donde decían haberlo encontrado dada la similitud de características del ave, pero, no. El ave no tenía el menor parecido con Pericles.

Con ecuanimidad advertí ese momento para aceptar de una vez para siempre la pérdida del ave como inevitable y hasta necesaria. Me conformaría con evocar los momentos gratos de nuestra efímera convivencia y nada más.

Desde entonces, la repentina aparición de los congéneres de Pericles, surcando y gritando a su paso por los aires me ha venido arrancando suspiros cada vez menos frecuentes, aunque siempre gratos al oído y a la vista más que nada.

Pericles había sido rescatado pocos días después de salir del cascarón, en condiciones difíciles, rodeado de muchos otros en su misma situación. Era un polluelo vulnerable y tal vez con riesgo de perecer. Sin embargo, se le brindaron los cuidados necesarios para que alcanzara su desarrollo integral, una edad adulta.

No cupo la menor duda. Entre los de su especie, Pericles era un ejemplar bello y representativo. Sus características lo convirtieron en un caso extraordinario entre los suyos. No sólo silbaba. Cantaba y hablaba. Con frecuencia repetía “pobrecito” con claridad asombrosa cuando detectaba mi presencia o la de otro, próximo a su jaula. Todo mundo interpretaba el autocalificativo como una petición para sacarlo de su jaula, e integrarlo como todos los días, de hombro a hombro entre los presentes. Cuiteaba sobre papel ante la orden tácita de evacuar, evitándonos así el contacto directo con sus heces. A Periquito lo estimaban no sólo los miembros de casa sino vecinos y amigos, entre ellos niñas o niños en particular. Por ello, su pérdida entristeció a quienes lo conocían.

El pájaro repetía por lo menos 35 palabras. “Disfrutaba” en forma singular la oscuridad de la noche, cubierto con alguna tela oscura y sobre mi vientre. Periquito protegía su cueva temporal a picotazos, ante la cercanía de cualquier objeto en movimiento.

Horas antes de su huida lo había tenido conmigo. Un pensamiento lúgubre cruzó por mi mente: Si Pericles cayese en una licuadora en operación, como ocurría en ese momento, y sin estar cubierta, lo destrozaría salpicando sangre por todo el derredor. La visión fue siniestra... Pocos minutos después partió con rumbo desconocido...

III

Para finales de marzo, cuatro meses después de la huida, mis vecinos del frente se mudaron a orillas del mar, lejos de casa. Dadas las reiteradas invitaciones a visitarlos, insistiendo en propiciar nuestro reencuentro, no pude negarme más y acepté pasar algunos días con ellos la primera semana de abril.

Su casa, a diferencia de otras en el área, estaba enclavada en un claro del bosque húmedo tropical, no lejos de la playa, rodeada de frondosos árboles de mango y otros arbustos tropicales, donde solían reposar parvadas de Aratinga y otras especies. Si me entusiasmaba la idea, podría instalarme cómoda y discretamente en una hamaca, para observar sin temor a perturbar a las nerviosas aves.

El último día de estancia quise permanecer más tiempo en mi puesto habitual de vigía. Tras emular el silbido característico de Pericles y recibir contestación de las amigables y ruidosas criaturas a distancia prudente, una ave del mismo tamaño y color al mío, vino a posarse con suavidad sobre mi vientre, inesperadamente. ¡Insólito! Quedé estupefacto. No pude respirar siquiera. Pareció transcurrir una eternidad... Por fin, cuando reaccioné, después de escuchar una vez más y con inaudita claridad: ¡pobrecito! (como solía decir Pericles), movido como por un resorte, alcancé mi mano con la determinación de sujetar al ave, pero su reacción aventajó a la mía. Desplegó sus alas en el acto, cuiteó sobre mí y desapareció para no verse jamás...

Entré precipitadamente a casa, con objeto de contar a mis amigos la increíble experiencia, pero sonriendo trataron de calmarme al decir que tal vez me había dormido. Seguramente se trataba de un sueño. Pero, ¿y la evidente muestra de cuita fresca en mi ropa?, pregunté sin escuchar respuesta de nadie.

Pericles, pese a la incredulidad de todos, se había reunido conmigo una vez más. Sin embargo, el ansiado encuentro duró estrictamente el tiempo justo. Tan pronto percibió la intención de captura, el ovíparo alzó el vuelo para siempre. ¡Había probado la libertad y no la entregaría a cambio de nada!

FIN
Datos del Cuento
  • Autor: Elumi Fa
  • Código: 15823
  • Fecha: 18-12-2005
  • Categoría: Infantiles
  • Media: 5.75
  • Votos: 89
  • Envios: 1
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