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Categoría: Hechos Reales

Paraíso Tabasco

Cambiaron nuestros planes. Reinaba el mal tiempo en el golfo. El meteorólogo había acertado con anticipación: habría viento fuerte y huracanado, el día se mantendría nublado, lluvioso y frío.

No obstante, el deseo de caminar sobre la playa desierta, con mar embravecido y olas estruendosas era un paseo, si no tentador, por lo menos obligatorio, para sustituir en parte la frustración de no disfrutar un día soleado y propicio para bañarse en la playa. Además, la perspectiva de un recorrido a solas cubiertos con un enorme paraguas, daría un atractivo romántico a la aventura.

Sin embargo, hubo titubeos antes de dar comienzo el paseo. Georgina manifestó temor debido a lo solitario del paraje. Se había percatado que los nativos que transitaban la playa portaban machetes y ninguno parecía amistoso porque no le habían devuelto el saludo. Si decidieran atacarnos tendrían ventaja sobre nosotros, sin la menor duda. Convenimos en dejar nuestros valores en la administración del hotel y pese al temor la caminata dio comienzo.

Sin embargo, la aparición de “Paraíso”, disipó completamente las aprensiones de ambos. Un fiel perro, color ostión, libre de pedigrí, aparecido de entre las chozas como por puro milagro|, estuvo dispuesto a acompañarnos de principio a fin del paseo. No nos perdió de vista en ningún momento y aseguraría que nos “sonreía”. Parecía disfrutar nuestra presencia y constantemente se acercó, como exigiendo caricias a cambio de su compañía. Su presencia significó el comienzo de una efímera pero solidaria relación entre un perro y dos seres humanos. Renco y famélico, el perro nos cautivó para luego ganarse nuestra simpatía. Durante el paseo, el perro parecía separarse, demostrando conocer el terreno a la perfección, pero invariablemente retornaba, como si quisiera decir, “aquí estoy, no teman, sólo vigilaba”.

A nuestro regreso premiamos la compañía del animal. Le ofrecimos pulpa de coco. Tenía hambre y devoró lo ofrecido. Poco después lo perdimos de vista…

Paraíso regresó al día siguiente, mientras almorzábamos. Lo alimentamos una vez más, aunque nos dolía saber que el animal no volviera a comer una vez partiéramos y más ahora que Georgina compartía con él incluso huevos con jamón. Hasta cierto punto, ¿había crueldad en nuestra aparente generosidad? Paraíso, ajeno a tales reflexiones, aprovechó una vez más de los alimentos proporcionados y pareció agradecerlo con sonrisas y la constante agitación de su cola.

Nuestro viaje relámpago tocaba su fin. Cuando estuvimos preparados para partir, el animal se nos aproximó nuevamente, como si se percatara de nuestra inminente partida. Estaba dispuesto a seguirnos y no lo evitamos. Por el contrario, lo alentamos. Georgina habló con él, diciéndole que algún día volveríamos y que nos gustaría encontrarlo otra vez, que debería ser buen chico y otros consejos tiernos, cursis y sin duda inútiles. En esta ocasión, una perra “cargada” se unió a la caravana, con certeza, la hembra de Paraíso, a juzgar por la familiaridad en su trato.

Hubo necesidad de caminar aproximadamente medio kilómetro para llegar a la parada del autobús en este poblado, cuyo nombre nos inspiró para bautizar al fiel can. No hubo que esperar mucho tiempo. En pocos minutos llegó el transporte colectivo que nos devolvería a la población más cercana para luego emprender el regreso a casa.

Nos desentendimos de Paraíso sin quererlo, para no perder lugar en el pequeño autobús y además, para colocar nuestras maletas en la parte posterior del vehículo. Nos habíamos despedido en su oportunidad.

Pero ni siquiera advertimos el momento en que Paraíso era arrollado por otro vehículo, y sólo fue de nuestro conocimiento por los comentarios de los demás pasajeros en ese sentido y todavía más cuando uno de ellos aseguró con tono siniestro: ¡Pobrecito, suerte de perro callejero!

Volvimos la cara con angustia y desesperación. Paraíso yacía tendido sobre el arrollo del asfalto, malherido o incluso muerto. El perro ni siquiera se había quejado. La mirada de Georgina y la mía se entrecruzaron como exigiendo una pronta respuesta. El vehículo procedió su marcha a gran velocidad y nuestras miradas buscaron ansiosamente el triste cuadro a medida que languidecía a la distancia.

Quedamos sumidos en un silencio total que ninguno se atrevió a romper hasta el momento en que Georgina no pudo contener más el llanto. La abracé, pero me rechazó suavemente, como si nuestra omisión nos hubiera convertido en cómplices y ella lo detestara. Nuestra ingratitud había producido un tardío arrepentimiento. Comprendimos con remordimiento que en trance similar, Paraíso jamás nos habría abandonado. ¡Descanse en paz!

FIN
Datos del Cuento
  • Autor: Abe San
  • Código: 14450
  • Fecha: 03-05-2005
  • Categoría: Hechos Reales
  • Media: 6.2
  • Votos: 61
  • Envios: 1
  • Lecturas: 2866
  • Valoración:
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