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Entre tanta gente y el húmedo clima de una ciudad que cada día envejece más es improbable mantener dosis de optimismo y menos aún si el ómnibus en el que uno viaja va repleto de pasajeros desconocidos y llenos de olores desconocidos también. Felizmente Gustavo ha logrado ocupar uno de los pocos asientos que todavía son cómodos en dicho microbús que duplica en número su capacidad para soportar tantas personas.

Tratando de no dormitar, pues podría despertar lejos de su destino original, descalzo y posiblemente sin la billetera en el bolsillo, Gustavo guarda compostura y equilibrio emocional pensando en cosas abstractas, sueños difíciles de cumplir o que haría con el dinero que obtendría de ganar el premio mayor de una lotería que nunca compra y menos juega. Esta última opción le entretiene y preocupa más. Primero, porque de tantas cosas en las que podría invertir su dinero el tiempo de viaje es insuficiente para gastar todo lo que ha pensado siempre y bueno, la preocupación le llega cuando, trágicamente, piensa que haría con toda su fortuna en el caso de que muriera, pues a su alrededor no conserva muchos amigos fieles y la familia que alguna vez tuvo se olvido de él hace mucho.

Gustavo mira la hora en el reloj que por suerte todavía no le han robado un uno de los cientos de viajes que realiza cada mañana para dirigirse, cansado, a trabajar en aquella terrible oficina en medio de la ciudad donde su función principal es halagar a sus superiores y afirmar con la cabeza a cada petición del gerente. Pensando entretenía su viaje Gustavo cuando una silueta femenina esperando en el paradero lo distrajo por completo, era Lucía, no podía ser otra.

El cabello largo y ondeado, ensuciándose por tanto anhídrido carbónico, todavía podía recordarlo. La manera de colgar el bolso sobre el cuello y no sobre los hombros, el cigarrillo que fuma preocupada y que contribuye a contaminar mucho más el medio ambiente, muy característico en ella aún llenan su memoria cada mañana cuando ha recreado esa imagen más de una vez, sólo que en esta ocasión no necesito esforzar su mente ya que la realidad le ofrecía una curiosa sorpresa.

Tras el vidrio empañado por el hedor de tanto pasajeros apretados, Gustavo detiene la mirada ante esa mujer que alguna vez sintió cerca y que como la mayoría, termino lejos de él. Los recuerdos fugaces asaltan una y otra vez su mente y cualquiera resulta especial. Se entristece al verla igual de atractiva y siente un vació por esas caricias furtivas que en un determinado tiempo le parecieron lentas y eternas. Trata de no afligirse y regresar a un pensamiento absurdo pero ya es tarde. Lucía vuelve a ocupar su mente y domina su razón por unos minutos más, pues el semáforo esta a punto de cambiar a verde.

Arriesgando el empleo porque es muy probable que llegue tarde hoy y totalmente poseído por esa esperanza propia de los solitarios Gustavo sale de pronto de su asiento, pide imposible permiso con el fin de llegar a la puerta del ómnibus y bajar cuanto antes pero la tarea le toma cuadras así que, decidido, empuja a uno y a otro insolente pasajero que se niega a cederle el paso. Los insultos despectivos lo animan a seguir avanzando pero descubre que la bajada es por la puerta posterior. Da media vuelta y cuando al fin llega a la última puerta y esta a punto de bajar el malhumorado cobrador le espera dispuesto a recoger el pago correspondiente y “con sencillo por favor”. Gustavo busca una moneda en los bolsillos de su pantalón y descubre que no tiene ninguna porque su monedero tampoco está. Así que extrae un billete de emergencia que guarda en su negro maletín. Lo siento, no tengo cambio, le reclama el cobrador pero a Gustavo ya no le importa el dinero. Total, con tanto dinero que ha ganado en sus loterías imaginarias puede reponer la cantidad perdida.

Al bajar, lo primero que hace es ubicar las calles. Una breve operación matemática lo lleva a la conclusión de que entre el alto transito y la lentitud del carro sólo han pasado seis cuadras que se alista a recorrer deprisa para poder encontrar a Lucía y decirle lo que aún no ha pensado bien porque tal vez sólo mencione lo que siente. Aquellos sentimientos y emociones que todo este tiempo ha tratado de esconder cerca del corazón. Explicar su situación y pedir una oportunidad no para empezar de nuevo sino para hacerlo de cero en serio. Poseer de nuevo esa sensación de ver el mundo a los pies y de que sol todavía puede brillar.

Cuando llega a la sexta cuadra y a pocos cuadras de su última amada se acerca presuroso sólo para descubrir que otros brazos rodean a Lucía. Cabizbajo y derrotado Gustavo se retira de esa calle inolvidable no sin antes buscar un rostro amable capaz de decirle la hora porque al mirar su muñeca para contabilizar los minutos invertidos en vano noto que su reloj ya no estaba.
Datos del Cuento
  • Categoría: Sin Clasificar
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