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Noa, el pequeño mapache

Noa, un pequeño mapache, vivía en los bosques de Oregón en el tronco de un viejo árbol, cerca del estanque, con sus padres.

Todos en el bosque le conocían porque siempre estaba corriendo de un lado hacia otro realizando alguna de sus travesuras. Había días que iba al estanque, a asustar a las truchas. Otros días, se acercaba sigiloso a los pajarillos que se bañaban, y dando un gritito se plantaba a su lado de un salto, haciéndolos volar despavoridos del susto. Todos le decían:

- Noa, no seas tan travieso.

La mamá mapache tenía el corazón de hito en hito, porque todos los días algún animalito del bosque le contaba la travesura que su pequeño había hecho. Estaba muy triste porque intentaba educarlo y enseñarle buenos modales, pero él pequeño no le hacía caso.

Un día Noa acompañó a su madre a recoger avellanas y nueces. Tenían que ir hasta el claro que está a las faldas de las montañas, a unos kilómetros de su casa árbol. Él nunca había ido tan lejos de su casa. Su madre llevaba dos cestas de mimbre, una pequeña para Noa y otra mayor, para ella. Cuando llegaron al claro, vieron que había una zarzamora llena de ricas moras ya maduras. Noa se acercó al arbusto y empezó a comerlas directamente. Su madre le dio el cesto pequeño y le dijo:

- Recoge las moras maduras en esta cesta, pero no te alejes de este claro. Yo voy a esa pequeña arboleda a recolectar algunas nueces y avellanas.

Él, durante unos minutos, hizo lo que su madre le había pedido. Pero mientras recogía las moras, vio como una mariposa se posaba en una flor. Dejó la cesta en el suelo y se acercó a la mariposa. Ésta, al verle acercar, empezó a volar y se dirigió a otra flor, ya dentro del bosque, dirección a las montañas. Noa la siguió, porque quería saber que tenía aquella mariposa que le hacía brillar tanto a la luz del sol, con tan bonitos colores. Él era un mapache de pelaje gris, con antifaz negro, y no tenía ni tantos ni tan hermosos colores. Quería preguntarle a la mariposa si era posible que él tuviese unos colores tan bonitos. Poco a poco, se fue alejando del claro. Caminaba rápido detrás de la mariposa. La mariposa entonces, cansada de ser perseguida, voló hacia las ramas altas de un roble y se perdió en su espesura. La llamó:

- ¡Mariposa! ¡Mariposa! Por favor, vuelve, que quiero hablar contigo.

La mariposa no le oyó, y siguió volando hacia lo alto del árbol.

Noa siguió llamándola desde el suelo, pero no obtuvo respuesta. Entonces, miró a su alrededor y se dio cuenta de que no sabía donde estaba. Había desobedecido a su madre y se había perdido. No veía el claro ni sabía hacia donde quedaba. Noa empezó a llamar a su madre.

- ¡Mamá! ¡Mamá! Mamá, ¿me oyes?

No obtuvo respuesta.

Entonces recordó lo que mamá le había dicho que debía de hacer si se perdía. Debía de sentarse tranquilo a esperar que ella llegase. Llamarla de vez en cuando, y si se tropezaba con alguien, pedirle ayuda.

Noa se sentó en el suelo. Y de vez en cuando llamaba a su mamá.

A la vez, su madre regresó al claro y vio la cestita. Le llamó y no obtuvo respuesta.

- Noa, ¿dónde estás? Ven aquí.

Su madre dio vueltas por todo el claro, llamándole. Unos pajarillos le preguntaron que pasaba y les contó que su pequeño no estaba. Los pájaros se ofrecieron a ayudarla y empezaron a volar cada uno en distintas direcciones buscando a Noa. Hicieron correr la voz de que un pequeño se había perdido. Al poco, muchos animalillos del bosque buscaban a Noa. Uno se encontró con la mariposa y le contó de la perdida del mapache. Ella le dijo que un mapache la había perseguido y le indico la dirección que había cogido. El pajarillo voló en aquella dirección entre los árboles. Al rato escuchó una voz que decía:

- Mamá. Mamá. Estoy aquí. Mamá.

Se acercó y vio un mapache sentado en el suelo, llorando desconsolado.

- ¿Eres Noa verdad? Tu mamá te está buscando. Sígueme y te llevaré con ella.

Noa se levantó enseguida y corrió detrás del pajarito. Esté lo guió entre la espesura hacia el claro. Cuando llegó, vio a su madre llorosa  y corrió hacia ella.

- Lo siento mamá. Te he desobedecido y he pasado mucho miedo.

La madre estaba muy agradecida y muy feliz de recuperarlo, y no paraba de besarle. Sólo le dijo:

- Por favor, Noa, no vuelvas a desobedecerme así, que me has dado un gran susto.

Después de dar las gracias a todos los animales, volvieron juntos a su casa del árbol, cerca del estanque.

Noa siguió siendo travieso, pero mucho más obediente y respetuoso con el resto de animales del bosque, puesto que ellos le ayudaron a volver con su mamá.

 

Fin.

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