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Ni tan machos

Ya era un poco después de la medianoche cuando el señor Avelino despertó. Estuvo dormitando con la ampolleta de su cuardo encendida, hasta que un estruendo de petardos lo alteró. Sólo abrió los ojos y miró fijamente hacie el cielo del cuarto. Ahí estaba colgando de una viga de madera, la luz encendida. Más arriba, entre su mirada y la posición de las estrellas, tenia el tejado de tejas de arcilla cocida. Las tejas, colocadas en orden, sobre una armazón de vigas y madera, sólo se sostenían ahí por gravedad. No tenían adhesivos ni estaban sujetas con alambres. El señor Avelino pensó : " más de veinte años y jamás el viento se ha llevado una sola teja......sólo han ido perdiendo su color"...y continuó en su sitio, sobre el catre, tendido de espaldas y tapado sólo con unos calzoncillos blancos. Al lado, sobre el velador, un retrato de la que debió haber sido su madre, un rosario de plástico colgando, una caja de aspirinas, un vaso de agua y un paquete de cigarrillos a medio abrir. Un nuevo sonido de petardos se escuchó muy cerca de ahí, pero el señor Avelino no le prestó atención. Poco después se incorporó y fue a su equipo de música. Estaba con ganas de escuchar música. Comenzaron a sonar las canciones y el señor Avelino corrió una silla y abríó la ventana : una calle estrecha de piedras, la vereda del frente, un lote grande de palmeras, más allá la playa y por último el mar que reventaba en pequeñas olas, tanto que más que mar parecía un lago. Todo estaba iluminado con un farol del alumbrado público. Habían varias personas dispersas en la calle, una pareja besándose bajo las palmeras, y en un grupo que se desplazaba a cada minuto, los niños reventando cohetes. Fue en ese momento que las vio pasar : dos mujeres muy bien vestidas, jóvenes, dueñas de un cuerpo monumental, en taco alto y largos cabellos aún medio mojados y untados de algún acondicionador. " Deben estar olorositas ", pensó el señor Avelino, mientras las seguía con la mirada. Ellas no lo vieron a él, y a si a pesar de todo lo hubieran mirado, seguro no hubiera sido una mirada de deseos, tanto porque el estaba en una etapa de desgano para esas cosas, y tanto también porque ellas estaban aún muy jovenes y bonitas, y, en consecuencia, con toda seguridad, muy pretendidas. La mujer de Avelino vivía en otra ciudad, "mejor para nosotros", decía él, y no era precisamente un hombre muy dado a las conquistas : decía " no sé, no soy muy culión yo...me dan miedo las enfermedades...no sé...nunca lo fui ".... Pocos metros más allá iban las dos mujeres, lindas, conversando quién sabe qué en voz baja, y reían de alguna cosa. El señor Avelino asomado a la ventada, con su pecho blanco y peludo hacia la calle, movía levemente la cabeza al son de la música que había colocado. Fue entonces que escuchó :


- Son hombres.


Era su vecino de años, y que también estaba en la ventana, y que no se habían visto uno al otro. El vecino era un poco mayor, y mucho más gordo. Estaba con una camiseta colorida de un club deportivo, fumando. El señor Avelino lo saludó con una sonrisa, pero no habló nada.


- Esas dos son hombres, son travestidos...se les nota en los hombros

El señor Avelino no pareció prestarle atención ni mucho menos esbozó expresión alguna. Siguió mirando hacia allá. Sólo después respondió:


- Ha de ser.


Unos niños, que no eran los mismos niños que estaban quemando cohetes, aparecieron de pronto riendo y tirándole unos objetos que parecían castañas a las dos jóvenes. Ellas voltearon y confirmaron que era a ellas a las que los muchachos estaban provocando. Ellos pararon unos instantes. Luego vino una segunda ondanada de castañazos. Ahí, ellas hablaron algo. La más alta comenzó a retirarse sus zapatos de taco alto dorados, y sorpresivamente pegó un tremendo carrerón hacia los muchachos de las castañas. Ellos se dispersaron para huir. Todo parece indicar que la joven optó por elegir a uno cualquiera para atrapar y darle una zurra de aquellas. El chico corrió hasta la playa y llegó hasta las olas. Preso de miedo, se metió al agua y avanzó hacia adentro hasta que el agua le llegó al pecho. La joven no se animó a entrar, sólo le gritó :


- Aquí te espero para molerte a patadas, mocoso insolente - dijo con un potente vozarrón.


Pero su amiga la llamó y simplemente no quiso darse el trabajo de esperar. Nuevamente juntas, las dos jóvenes siguieron caminando como si nada, hasta que el señor Avelino y su vecino las perdieron de vista.
Datos del Cuento
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