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Categoría: Sueños

Naturaleza Soñada

Es una apacible mañana de primavera, un día soleado y de temperatura ideal: ni frío ni calor.
Estoy todavía en mi cama dormido, mas la clara luz que entra por la ventana hasta iluminar toda la habitación, cual flecha certera arrojada por Cupido atraviesa un corazón, y una brisa fresca que se cuela en mis pulmones, cual pájaro en su nido, me ayudan a despertar.
Me levanto, me acerco a la ventana y me veo obligado casi a cerrar los ojos, debido a la potente luz que hay fuera.
Una vez acostumbrados ya mis ojos a la luz del día y tras haberme vestido y haber desayunado, doy, uno tras otro, los pasos que me conducen al exterior, guiado, no por razón alguna, sino por la propia fuerza de la naturaleza, tan difícil de resistir como de creer que aún queda un lugar tan maravilloso e intacto en la tierra.
Pues bien, estando ya fuera, comienzo a andar el camino que me lleva a la montaña.
Con forme voy andando, voy descubriendo con la vista aquel luminoso campo de flores de todas las clases, aquella colorida alfombra natural, a ambos lados del camino, con ese agradable perfume que se respira en el aire, con esa alegría que proporciona ver tanta hermosura junta y tan al alcance de la mano como lo está siempre el mejor amigo, o, al menos, como debería estarlo para merecer dicho título.
Puedo, también, sentir el viento correr, a su voluntad, por mi cara, y oír a mi izquierda el leve susurro del tranquilo arrollo, que repite su sonido lleno de paz desde su nacimiento en la montaña, a la cual me dirijo, hasta su desembocadura en el mar.
Mi caminar es lento, pues voy pendiente de cuantos pájaros, insectos y animales hay a mi alrededor.
Es hermoso ver a los pájaros posados en una rama, desplegar el vuelo para pronto pararse en otra rama, o en otro árbol; ver a los insectos imitando el vuelo de aquellos, pero a menor escala, claro, volando de flor en flor, y otros saltando, casi llegando a volar; ver a los animales correteando para allá y para acá, trepando a los hermosos y fornidos árboles, descendiendo de ellos, o jugando a su alrededor...
Sigo caminando. ¡Ya estoy llegando! Ya estoy cerca del nacimiento de ese arrollo antes mencionado. Desde aquí veo destacarse las grandes piedras que hay en la cima de la montaña.
¡Ya estoy aquí! Ahora las piedras se ven todavía más grandes, aunque también las hay medianas y pequeñas. Y de entre todas ellas, cual una culebra, se desliza el río: un gran chorro de aguas extremadamente puras, frescas y diáfanas que ensancha mi alma y llena de vida mis pulmones. ¡Y es que es imposible no sentirse así ante tan maravilloso espectáculo de la naturaleza!: el nacimiento de un río entre todas esas piedras, como un brote de vida rodeada de muerte.
Todo esto me invita a parar para contemplarlo durante un rato, durante el cual aprovecho para almorzar con un bocadillo hecho en casa y con un refresco natural de zumo de naranja, también hecho en casa.
Ni que decir tiene, que he traído conmigo una bolsa donde, una vez que haya terminado de almorzar, echaré lo que otros, irracional y desconsideradamente, tiran al suelo sin miramiento alguno, como si realmente no pasara nada al hacerlo.
No llega ni a media hora después, cuando me pongo nuevamente en movimiento con renovadas energías para continuar mi camino, que esta vez me llevará a un lago precioso y muy grande. Otra maravilla más de la naturaleza, sin duda.
Pese a que ya desde aquí puede verse mi próximo destino, aún queda un buen trecho; trecho que, con las ganas que tengo de llegar, seguro que se acortará.
Pero, antes de ponerme en marcha, y sin saber exactamente por qué, vienen a mi mente dos versos del gran poeta que fue Francisco de Quevedo, que dicen así:
“Que nunca duerma yo, si estoy despierto,
y que si duermo, que jamás despierte.”
Esta vez también camino lento, aunque no tanto, pues lo que a mí me interesa está más adelante.
Una vez en este lago, e incluso antes de llegar, veo una gran cantidad de belleza. Y, al parecer, no soy el único que la ve, pues todos los turistas, que también hoy han venido en gran número como todos los días, hacen fotos alrededor del lago, indudablemente maravillados por su encanto natural.
Por supuesto, y aunque pueda parecer lo contrario, cada uno, al igual que yo, lleva su propia bolsa para la basura que cada cual produce. A todos ellos se les ve felices, pues saben que están haciéndole un gran bien a la naturaleza, a sí mismos y, en general, a todo el mundo. ¡Y es que no hay nada más hermoso que la naturaleza!
¡¿Y pensar que aún hay gente que no ha aprendido todavía lo importante que es para todos?!
Va a ser ya hora de comer, así que he de volver ya a casa.
Me alejo despacio del paisaje, mirando hacia atrás mientras sonrío con nostalgia y pena de tener que marchar.
Vuelven a mis pensamientos nuevamente esos dos versos de Quevedo, y sigo sin saber por qué.
Cuando estoy ya llegando a casa oigo la voz de mi madre que me llama para desayunar.
Un momento, “¿para desayunar?” Aquí falla algo, pero... ¿qué?
De repente, todo lo que me rodea empieza a oscurecerse poco a poco hasta desaparecer por completo. ¿Qué está pasando aquí?
Entonces resuena en mi cabeza de modo sobrecogedor el verso que sigue a los dos que he estado recordando todo el tiempo:
“Mas desperté del dulce desconcierto(...)”.
¡Ah! ¡Claro!
¡Ahora lo entiendo todo! Sigo viviendo en la ciudad, donde no hay otra cosa visible en el cielo que el gris y sucio humo que contamina sin cesar, día y noche, y que de ninguna manera deja ver nada de la verdadera luz del sol.
Tampoco el silencio y la tranquilidad tienen gran cabida aquí. Pero, al fin y al cabo, es aquí donde vivo.
En fin, todo ha sido un sueño...
¡Una naturaleza soñada!
Datos del Cuento
  • Autor: Lord Yo
  • Código: 16920
  • Fecha: 26-06-2006
  • Categoría: Sueños
  • Media: 5.29
  • Votos: 156
  • Envios: 2
  • Lecturas: 3090
  • Valoración:
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