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Muerte súbita

Cuando me enteré decidí ir. Luego dudé, no conocía a nadie de su familia y temía que los amigos comunes quizás no irían por la misma razón. Una cosa era cierta en el peor de los casos: el único que yo conocía no iba a apreciar si yo estaba allí o no. Finalmente, avergonzado de mis elucubraciones y cálculos, tomé aquello como una cuestión de principios y fuí. No recuerdo muy bien como me enteré donde era, pero luego de un rato estaba allí. Se trataba de una casa con muchos salones. En uno de ellos estaba él o por lo menos yo lo supuse al reconocer nuestros amigos entre las pocas personas que se encontraban en esa sala. Mi vergüenza se acrecentó por haber pensado mal de ellos y allí estaban casi todos a pesar de la hora de la madrugada. No conocía su familia, sabía que era casado y tenía varios hijos ¿dos, tres? y muy poco más. ¡Ah sí! sus padres aún vivían pero como a todos sus familiares yo jamás los había visto, simplemente lo sabía por alguna mención casual. No acostumbrábamos hablar ninguno de los dos de cosas de familia. En realidad ambos hablábamos bastante poco, aún entre nosotros. No me pareció bien saludar a los amigos inmediatamente, creía que primero debía saludar a su mujer, o tal vez a alguno de sus hijos o a alguno de sus padres. Mis amigos pensaron lo mismo pues aunque seguramente me vieron entrar ninguno de ellos me dirigió una mirada directa: los que estaban solos miraron hacia otro lado y los que estaban conversando entre sí lo siguieron haciendo animadamente. A la pequeña sala donde estaba él no quise entrar. No me gustaba ver a nadie en esa situación y menos a un amigo, aunque extrañamente no podía recordar su cara o alguno de sus gestos, ni siquiera como era su voz, y peor aún no podía recordar su nombre. Así que busqué a su mujer, pero fue entonces que me di cuenta que no sabía como era y en la sala no había ninguna mujer con aspecto de serlo, dadas las circunstancias claro, de modo que desistí y me dediqué a tratar de identificar a los padres, pero tampoco había personas con edad adecuada. De pronto pensé que estaba prejuzgando y tal vez su esposa fuera mayor o por el contrario mucho más joven ¿no sería casado dos veces? o simplemente no estaba de ninguna manera. Tampoco pude identificar a personas jóvenes allí. Desorientado me senté en un largo sofá donde conversaban en voz baja un hombre más o menos de mi edad pero bastante más obeso y una mujer vestida de negro. El sofá era bastante bajo y más que sentarme me dejé caer, pero ninguno de los dos se inmutó y continuaron su charla que no tuve más remedio que escuchar. El hombre gordo, que tenía la camisa desabrochada y la frente húmeda de transpiración le comentaba a la mujer de negro las novedades de estilo mientras ésta le enviaba a la corbata del gordo una mirada inquisidora. Me enteré que había sido de improviso, que ni él lo esperaba – vaya a saber como averiguar esto ahora- ni su familia tampoco, que no tenía tantos años-como si hubiera una edad para eso- al gordo le dio un escalofrío cuando la mujer, repitiendo la mirada a la corbata, le dijo que debía tener más o menos su edad; que hace unos días lo habían visto por la calle y cosas por el estilo. Hablaron de como lo habían encontrado esa mañana muy temprano, que no estaba enfermo y que estaba planeando un viaje, como yo, así que se me contagió el escalofrío del gordo y decidí no escuchar más, me levanté y salí dispuesto a encontrar algún amigo para distraerme con algún relato de ocasión. Seguro que ninguno me iba a angustiar con detalles del evento. En la sala contigua, tomando café estaban tres de ellos, me acerqué en silencio y quedé de pie a su lado, pero no me prestaron la menor atención. No lo tomé a mal pues suponía que ya me habían visto entrar, nos veíamos muy seguido y ese no era lugar de salutaciones efusivas. Guardaron silencio un rato y luego se levantaron e ignorándome salieron al patio central. No comprendí bien porque lo hacían hasta que vi a la mujer que apoyándose en otras mujeres se dirigía hacia la sala. Sin duda era la esposa. Esa era mi ocasión de saludarla y los seguí. Cuando me acerqué le encontré un notabilísimo parecido con alguien que yo conocía mucho, demasiado para mi gusto, pero que no podía determinar quien era o de donde siquiera la conocía. Cuando uno de mis amigos al abrazarla dijo su nombre también tuve la extraña sensación que ya lo sabía, es más que siempre lo había sabido. Perplejo, salí al patio con intención de retirarme pero comencé a angustiarme y a presentir que algo no estaba bien. A punto ya de salir a la calle algo muy poderoso me retenía, no podía hacerlo, mi ánimo y mis fuerzas se desvanecieron en la puerta de la casa, busqué entonces un pretexto para quedarme: tenía que volver y saludar a su mujer, no tenía más remedio, de otro modo ¿a qué había ido?. Volví entonces a la sala y allí estaba ella. Miró hacia donde me encontraba pero sus ojos veían más allá, no me miraba a mí, miraba a través de mí. El rostro, que yo reconocía perfectamente, no tenía tiempo ni gestos Su pensamiento llegó a mí nítido con una única y rotunda imagen, una sola imagen que yo reconocí aterrorizado. Entonces me di cuenta quien era ella y porque estaba yo allí.
Datos del Cuento
  • Autor: Tordo
  • Código: 9270
  • Fecha: 28-05-2004
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 5.61
  • Votos: 31
  • Envios: 0
  • Lecturas: 2998
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